miércoles, 31 de diciembre de 2008

Propósitos para el año nuevo

«Atención, atención: Papá Noel se ha vuelto loco. Se ha follado al reno, al enano y al que tiene el móvil en la mano…»

No quiero ni acordarme del momento en que leí este mensaje en mis manos, en mi móvil. Ja. Me da la risa. Hace dos años que lo recibí la noche en la que se acaba el año, una como la de hoy, y no saben las risas que significaron en mi casa por parte del resto de la familia. Buen rato aquél.

Como toda la gente, esta noche voy a hacerme una lista de pequeños propósitos para el año que entra, esos propósitos que muchas veces no se cumplen, pero que siempre se formulan y se intentan llevar a cabo satisfactoriamente.

El primer propósito que me hago, no iba a ser menos ahora que se acerca el período de exámenes, es conseguir aprobar el examen de Fonética y Fonología que está más a la vuelta de la esquina que ningún otro, el día 14 de enero, tararí. Y el de Lingüística que está fechado para febrero, desconozco exactamente la fecha, pero febrero al fin y al cabo (no tengo una agenda a mano en estos momentos). El de latín… bueno, lingua latina difficilis mihi nunquam fuit. Nunca tuve especial problemática con respecto a esa asignatura, me gusta, la adoro, así que no me preocupa. Prefiero que el propósito de los otros dos exámenes se cumpla.

Como segundo propósito, establecí hace tiempo que quería terminar mi primera novela, El Diario —ya hablaré de ella aquí, algunos la conocen—, porque tengo muchas, muchas ideas para nuevas novelas. Así que intentaré terminarla en el mes de enero, después del primer examen y mientras preparo el segundo. Y ojalá pueda publicarla en condiciones por algún sitio… ¿No os parece un propósito importante? Y difícil…

Y como tercer propósito, poder escribir dentro de un año aquí otro mensaje como éste. Eso significará que sigo vivo, que tengo salud y ganas de seguir escribiendo y en este mundo. No sé cómo será lo que está más allá de la muerte, pero no tengo prisa por saberlo.

Tal como ha venido este año, se va. Parece mentira. Tempus fugit. El tiempo vuela, veloz, más que el viento, por nosotros. Dentro de un año volveré a pensar lo mismo, dentro de un año parecerá que estoy poniendo el punto final de este artículo. Empero, sólo se tratará del artículo siguiente. Ojalá esto dure mucho tiempo, cuanto menos, un año, para recordar estas palabras.

Feliz año nuevo a todo el mundo, vivan la paz y el amor, esos dos sentimientos cuya esencia cada vez está más extinguida. Vivan los libros, viva la literatura, vivan las guitarras y los pianos, y la gente que toca la guitarra y la gente que toca el piano, y la gente que sabe vivir la vida, y la gente que la aprovecha a cada segundo, y la gente que nos quiere, la gente que se quiere, la gente que recoge grano a grano las arenas movedizas de la felicidad.

Hasta el año que viene. Pasen buena noche. No conduzcan: disfruten.

Jorge González Jurado

lunes, 29 de diciembre de 2008

Que viene a cuento

Recién recordado el pasado día de los inocentes en el texto escrito ayer, quiero recordar hoy algo que viene a cuento también de los inocentes. Podía haberlo incluido en el mismo artículo de ayer, pero ello habría requerido una extensión mucho mayor, así que hoy recojo esa anécdota aquí. Una anécdota a la que le tengo mucho cariño por la persona que la protagonizó.

Sucede que, hace unos años, no sé exactamente cuántos, quizá tres, quizá cuatro, un veintiocho de diciembre —inocente, inocente— quedaron mis padres con un muy querido tío mío para merendar, y éste se ofreció para traer los dulces. Se encargó, por tanto, de comprar toda una bandeja de deliciosos pasteles y encargó a los pasteleros que la envolvieran.

Vino así a mi casa y, tranquilamente, con la bandeja envuelta, se sentó en el sofá, comenzando así una deliciosa tarde de charla y risas con su humor. Al cabo de más o menos una hora, mis padres prepararon el café y mi tío, desde su más profunda sinceridad, pedía que trajesen a la mesa el cuchillo y la mantequilla. Pensábamos que era un comentario más de los suyos, así que no hicimos caso y nos limitamos a traer el café a la mesa, su azúcar, sus cucharas, pero ningún cuchillo, ningún bote de mantequilla.

Todos se prepararon el café, con su debido ritual de azúcar y movimiento de cuchara, y mis padres fueron a desenvolver la bandeja de pasteles. La sorpresa fue de risas por parte de mi tío y de extrañez por parte de mis padres, pues aún no habían abierto el paquete, pero en cuanto lo abrieron lo entendieron todo: dos bollos de pan, muy bien decorados y muy bien dispuestos, ocupaban la bandeja de los dulces.

«Inocente, inocente», gritaba mi tío. No puedo dejar escapar tanto una sonrisa como una lágrima por recordar aquel momento. Después, claro, todos nos reímos, pero imagínense la cara de mis padres ante una bandeja de dulces que no contenía dulces… una bandeja, en definitiva, ¡de bollos!

Evidentemente, después de la broma, después de la inocentada, mi tío sacó, nadie supo de dónde —porque lo traía muy bien guardado—, otra bandeja envuelta que, esta sí, estaba llena de pasteles, deliciosos, por cierto, pasteles. Así continuamos la merienda, y el resto… bueno, el resto se deduce, no hubo más inocentada, sólo la conversación casual y humorística propia de mi tío. Río y lloro al recordar aquel momento, fue tan suyo, tan espectacular, que se merece un artículo como éste, rememorando su hazaña.

domingo, 28 de diciembre de 2008

28 de diciembre

Día de los inocentes, llaman al de hoy. Yo creo que es un día como otro cualquiera, y eso de los inocentes… una broma, a veces de mal gusto, que se gastan entre seres queridos (o no…) y que termina con el famoso tarareo de «inocente, inocente».

Inocente, como los Juegos de Gregorio Olías (lean, por favor, esa espléndida novela), era yo hace algunos años. Cuánto me río al recordarlo. No fui yo el único inocente que sufrió aquella broma: algún amigo estaba conmigo, mi hermano mayor también, los amigos de mi hermano, y todos, todos, se creyeron la broma, todos, por ende, cayeron, como inocentes, en una inocentada. Lo contaré, quizá se rían, yo ahora me río de mí mismo, pero qué inocente fuimos. No puedo dejar, lo siento, que una sonrisa se me escape al escribir esto.

Iba yo, por aquellos tiempos, habitualmente a un cibercafé que dirigía un amigo de mi hermano. Domingo, gran persona. Estaba yo, con un amigo y con mi hermano, y éste a su vez con otros amigos, una gran red de amistades, sentado ante un ordenador y hablando, mediante esa herramienta llamada Messenger que tantas ocasiones me ha sacado de un apuro y tantas otras me ha metido en un embrollo, con una persona que me dijo, Jorge, ¿te has enterado de que han quemado el instituto? Y yo, claro, pasmado por una parte, iluso por otra, me lo creí. Pero no sólo yo: todos los que a mi alrededor estaban leyeron la breve noticia.

Yo, no hace falta decirlo, odiaba el instituto en aquellos años —estaría, supongo, en segundo de secundaria, en tercero quizá—, así que cualquier daño que le hicieran al instituto sería bien recibido. No me faltó, pues, tiempo para correr a comprobarlo con mis propios ojos, acompañado, por supuesto, de un inocente más: aquel amigo que había estado, como yo, leyendo la noticia.

Efectivamente, el instituto, visto desde fuera, estaba completamente blanco, del color original de la pared, y no había en toda la fachada muestra alguna de incendio. Hasta el día siguiente por la mañana, cuando volví a ir al cibercafé, no me enteré (ni mi hermano tampoco, por cierto, ni sus amigos) de que nos habían tomado el pelo, y habíamos caído en una inocentada.

No celebramos la gracia con cervezas porque en aquella época no conocía el sabor del alcohol —estaría, entonces, en segundo de secundaria. Ja—, pero sí que nos reímos. Y entonces me acordé de algo que había leído (leído yo, en aquella época. Para reírse, vamos…) en internet: Diario de un desgraciado.

Decía éste, el desgraciado, lo siguiente: «Un día me llamó una chica a casa diciéndome: “ven a casa, no hay nadie”. Cuando llegué a su casa no había nadie».

sábado, 27 de diciembre de 2008

Y mientras en la calle está lloviendo...

…quiero beber hasta perder el control.

Es por seguir el estribillo, aunque la letra no sea exactamente así. Muchos saben cómo es. Hoy no quiero beber, no quiero perder el control. Hoy sólo quiero salir, ver el mundo exterior, abandonar esta oscura habitación que lleva todo el día pesándome en la espalda. Ver las calles de mi pueblo, las tristes calles podría decirse, vacías, solitarias, desnudas, casi, de adornos y luces, desprovistas de vida humana y alegría, vacías, más que vacías. Las llenamos nosotros todas las noches, mis amigos, yo, y los otros. Hoy no la llenamos. De eso se ocupa la lluvia.

Toda una tarde, qué digo, todo un día, con su mañana, almuerzo incluidos, esperando a que lleguen las diez de la noche y poder ver a mi chica, a mis amigos y, en definitiva, todo el mundo exterior, tantas horas con Compaq, tantas horas con Ray Ban, tantas Horas con Mario, tanta espera y ahora no sirve de nada.

¿Por qué es tan cruel el tiempo? Siempre llueve cuando uno quiere salir. No es que uno quiera salir cuando llueve, podría ser. Pero el tiempo es un desbarajuste: llueven los viernes y los sábados; el domingo por la mañana o llueve o hace frío, y por la tarde las nubes se van, corriendo, veloces, para regresar dentro de unos días, jueves (con mucha suerte) o viernes otra vez. Y durante las vacaciones, ¿qué? Idem de lienzo… hoy es sábado, pero además, estamos de vacaciones. Pues hala, a llover se dijo. ¡Cierren el grifo ahí arriba, por dios, si es que éste realmente está ahí arriba, me refiero a dios y no al grifo!

No me queda nada más que aguardar a que atiendan mis plegarias. O eso, o quedarme en casa, cuitado (qué palabra más dulce…) de mí, o coger un paraguas, y al mismo tiempo una mojada. ¿Será, pues, lo último? ¿Me quedaré con lo primero? En cualquier caso, no cesará este rayo que me habita el corazón de exasperadas fieras. Miguel, don Miguel. Al menos, si me quedo, él me acompañará…

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Bienvenida

Hola a todos.

Doy, con este primer artículo, la bienvenida a los lectores que, espero, vayan a seguirme en lo sucesivo. Este es mi segundo blog, que en un principio se tituló A Vuelapluma en honor al segundo poemario que he publicado, pero que he decidido renombrar igual que el anterior. Mi situación aquí no es más que el segundo intento de llevar una vida literaria en relación con mis lectores y, sin embargo, amigos, ya que en la comunidad a la que pertenece mi otro blog -Libro de Arena- cada vez cuesta más trabajo entrar, tanto a mí como autor del blog, como a los lectores. Muchos me lo han comunicado, y yo siempre estimé, personalmente, mucho más esta herramienta, Blogger, así que me he decidido definitivamente a continuar mi viaje literario en este hueco de internet que espero que os sea de agrado.

Anunciaré, no obstante, cada vez que pueda acceder a mi otro blog la publicación de artículos en éste, pues sé que muchos no habrán dado con esta dirección -aunque es similar a la otra- y será necesario informar mi mudanza. Pero a partir de ahora, todo lo que se publique de mi vida literaria va a aparecer en este lugar. Espero, pues, que nos llevemos bien, y que los lectores aprecien mi escritura.

Hablaré -para el que no conozca mis inclinaciones- de libros cada vez que termine una nueva lectura, y a su vez hablare de otros que ya he leído y publicados están los comentarios en el otro blog; hablaré también de aspectos que conciernen a la literatura o al arte, a la música, o a la vida misma; escribiré algunos relatos y poemas; y por último, informaré sobre el estado de mis actividades literarias, cómo van mis libros, cómo van mis próximas publicaciones, etc. Eso será lo que se trate en este rincón del mundo.

Y nada más que decir. Una vez presentado el blog, voy a terminar de disponer lo necesario y, quizá, mañana empezaremos a hablar de literatura.
Con muchas ansias de ser bien leído y atendido, envío un fuerte abrazo a todos los lectores. Seamos compañeros de viaje en esta travesía.


Jorge González Jurado