martes, 30 de junio de 2009

Tiempo

La otra noche, aterrado
mi cuerpo ante el espejo,
atónita mi mente,
sibilante el viento,
la luz y el agua dulce
bañaban mi miedo.
................Entonces supe
que la vida era un desierto
y el sol, que acechaba, .........
...........los latidos del cuerpo.

Rompió a llorar la imagen disecada
..................y muerto
me vi.................
............................Muerto.

El joven imberbe que había mirado
el color rojizo de mis lágrimas,
tornóse en un eterno gesto
de melancolía, nostalgia
....................y desaliento.

Creció su barba, y su pelo
se extinguió con el transcurso
de los años,
.........y luego
su rostro se arrugó,
su corazón lento,
sus ojos entrecerrados,
sus labios quedos.

Esta mañana, ante el cristal,
................mi reflejo,
rociado por el alba
..............y por mi aliento,
me dijo, sin palabras:

«No te enfrentes al tiempo.

Él no hiere:

.................sólo pasa».

domingo, 14 de junio de 2009

Días largos (II)

Un poquito de vida cotidiana para terminar la semana. Como el domingo de hace dos semanas, hoy es un día largo y, por ello, recurro al mismo título que utilicé entonces porque no se diferencia en mucho de aquella insoportable jornada. Pocas diferencias hay entre hoy y el domingo que nombro: mañana no tengo que disfrutar de esa larga jornada de la tarde en el conservatorio, una pequeña suerte. Algo en común con aquel día: mañana tengo un examen, otro más, pero ya el último, lo cual sí me agrada muchísimo y significa que a partir del lunes por la tarde mi vida estará desenvuelta de ocupaciones obligatorias y podré dedicarme a las ocupaciones que más me gustan: leer, escribir y vivir lo que espero que sea un buen verano.

Aquel examen de Fonética acústica que tuve el primero de junio, es agua pasada: saqué un 3.25 sobre cinco puntos, lo que, unido al 3.45 del examen de febrero, da como resultado un 6.7 en la nota final. No sé si redondearán o me quedaré con los decimales, pero en cualquier caso me da igual: estoy aprobado, una asignatura menos. Fue bonito mientras duró. ¡Ja!

El jueves de la semana pasada sufrimos mis compañeros y yo unas horas de tensión (y mucho calor, por cierto) que correspondían al examen final de Lingüística, del que salí, a decir verdad, bastante más contento de lo que esperaba. De ocho preguntas sólo hubo dos que no tenía demasiado claras, pero que aun así respondí. Espero aprobar la asignatura, porque como me vea con esa en verano puedo empezar a creer en una existencia suprema y una vida más allá de la muerte, porque lo experimentaría en septiembre, y ya para entonces tendré que experimentar tres exámenes de conservatorio de los que, cuando me den las notas definitivas, dejaré aquí constancia.

Pues bien, decía que hoy es uno de esos días largos en los que uno no sabe qué hacer, o sí sabe qué hacer pero no tiene ganas de moverse, porque entre otras cosas el calor no lo permite, ese calor pegajoso, que no se va ni con cien litros de agua echada por encima ni con un ventilador como el que sopla sobre mí (y que no sirve de mucho). He visto por cuarta vez, si la memoria no me falla, Esta no es la vida privada de Javier Krahe, una película-documental que habla sobre la vida profesional, el arte y las curiosidades de este artista. Es un placer ver cómo tanta gente reconocida en el mundo del arte, más algunos añadidos, más personalidades importantes hablan sobre el talento indudable de Javier Krahe, el mejor juglar que pisa todavía nuestra tierra. También he leído durante un buen rato el nuevo libro que tengo entre manos, Los aires difíciles, de Almudena Grandes, una lectura que tenía pendiente desde que sus majestades los Reyes Magos de Oriente se dejaron caer y cubrieron de una mañana feliz las desoladas calles de este pueblo. Lo empecé anoche y esta mañana he tocado la página 120; quizá esta misma noche toque la 200, porque la cara que me pone el día que me queda…

Me muero de ganas de que terminen los exámenes de selectividad. Y eso que yo no los hago, ya tuve que aguantar esas horas de tensión que al final no supusieron el menor problema a la hora de escribir sobre la novela, sobre Platón, sobre Fidias, sobre Tucídides y sobre Virgilio. Pero, en cualquier caso, estoy deseando que terminen esos tres días, motivos me sobran y casi todos los conocen.

Ahora de lo que tengo ganas es de entretenerme con algo, y qué mejor en estos momentos para saciar esa sed que la literatura. No sé si hay gente leyendo esto detrás de sus pantallas, espero que sí —algunos me lo han dicho—, pero de todas formas seguiré aquí hasta que el cuerpo aguante, hasta que aguante mi voz.

Saludos.

Jorge.

jueves, 4 de junio de 2009

El adolescente que cambió de traje

Había una vez un circo que alegraba siempre el corazón, un circo lleno de leones, acróbatas, mujeres barbudas y, sobre todo, payasos. Un circo con el que todos los niños con una edad comprendida entre los cinco y los doce años soñaban cada noche, un circo que se montaba una vez al año, que duraba poco menos de una semana y que servía de diversión a gentes de todas las opiniones, razas y caracteres.

A ese circo queríamos ir a montar en las atracciones y que los leones nos lamieran las mejillas como gatos y los elefantes nos levantaran por los aires y los acróbatas nos diesen la mano en las alturas mientras mirábamos hacia abajo en dirección a nuestros padres, que nos observaban desde larga distancia. A ese circo queríamos acudir durante los seis días de duración y de ese circo no queríamos irnos aunque el dinero ahorrado durante todo el año, más la ayuda de nuestros abuelos, se hubiese extinguido en la tercera jornada. Qué recuerdos aquellos tiempos en los que uno tenía menos de doce años y ninguna preocupación sobre el qué dirán de los payasos que pasaban por alrededor.

Cuando el adolescente en que se había transformado aquel niño llegó a los catorce años, el circo se convirtió en una mezcla de rebeldía por salir con los amigos del instituto a hacer travesuras y un paraíso de atracciones y grúas de las que se podían extraer peluches que enamoraban a las chicas. En aquella época los jóvenes empezaban a descubrir el escozor que producen la mirada femenina azulada y los labios rosados cargados de las primeras marcas de maquillaje, de los primeros intentos de convertirse en una mujercita con trece y catorce años, con el rímel extendido por los párpados, la seductora purpurina por las mejillas y el infantil vestido colocado por estricta orden de la madre en su cuerpo. En aquella época también se empezaba a probar el primer tiro a la diana con esas escopetas desviadas que están más pensadas para recaudar fondos que para conseguir regalos. En aquella época se experimentaba en las entrañas el cosquilleo mezcla de la elevación y descenso de una caída libre y la angustia de no soltar una lágrima tímida delante de la amada de coletas y falda por encima de las rodillas.

Pero el tiempo pasa y a la edad de dieciséis años la mirada del adolescente fue dirigiéndose hacia la falda más corta, las piernas más cuidadas y el maquillaje perfilando los rostros de las gatitas que, con un ímpetu impropio de ellas, bailoteaban al son de un ritmo más bien pensado para dar saltos de euforia. Los labios sabían estremecerse por entonces con el contacto, por una parte, con los ajenos labios femeninos y, por otra parte, con la boquilla de una botella de moscatel o un vaso de un licor de coco al que todos llamaban Malibú con piña —y que terminó teniendo más sabor a agua, con los años, que a piña y coco—. Y si en algún momento la gente que habitaba la carpa junto con los leones que lamían caras, los elefantes que alzaban a las doncellas en alto, los acróbatas que se colgaban de los hierros y se subían en las mesas, y los payasos que trataban de controlar la humorística situación, se veía inmersa en una enorme turba que se movía en masa hacia la puerta, lo cual sólo significaba una cosa, pelea, no había otra salida, aparentemente sin peligro alguno, que seguir a la muchedumbre y salir de la carpa para evitar caer en el centro de la diana y recibir un golpe bajo.

Con diecisiete años el adolescente había empezado a vestir camisa negra y pantalón blanco con zapatos negros a juego con la camisa y se había familiarizado con el amargor del güisqui que, acompañado de dos generosos cubos de hielo, hacían mejor compañía que el circo de payasos que rondaba a su alrededor. Entonces se entretenía bailando con sus amigos, dejando de lado las atracciones que otrora había tenido por un paraíso, y cambiando de ideas con respecto a la multitud en movimiento hacia la puerta cada vez que alguien se agitaba a destiempo.

A los dieciocho y diecinueve años, el adolescente que una vez vistiera vaqueros anchos y camiseta, y que deseaba que llegase la fecha clave para saltar por los aires y palpar las nalgas de la joven más cercana y de más sensuales atavíos, había cambiado por completo su forma de ver aquel circo que en su niñez tanto amó, y podía ver desde fuera cómo los payasos hacían gracias sin gracia a los pequeños y mayores —pero nunca mayores que ellos—, cómo los leones dejaban de lamer las mejillas para acercarse de modo traicionero a otras zonas, cómo los elefantes no sólo subían a las doncellas en volandas, sino que se las llevaban a un lugar apartado donde jugar con ellas, y cómo los acróbatas subían por lo alto con la ayuda de un producto que había provocado, poco a poco, el completo descontrol del mundo en el que vivía. Entonces no pudo sino dar otro sorbo al güisqui en vaso corto, ahora con placentero sabor en el paladar y un estremecimiento mientras hacía contacto físico con la garganta, eso sí, sentado en un bar, con sus verdaderos amigos, una conversación interesante y más ganas de vivir que de matar, mejor sensación frente al caos generado por unos polvos blancos y la poca vergüenza de su generación, con la satisfacción de haber visto aquel proceso desde una perspectiva cada vez más externa, y más alejado de los acróbatas, los elefantes, los leones y los payasos.

lunes, 1 de junio de 2009

Notas y felicitaciones

Hoy comienza un nuevo mes, y con él la cuenta atrás para terminar los exámenes. Pero quiero dejar constancia de varios datos de especial importancia para mí. Me refiero a las notas que conozco hasta la fecha de las asignaturas que curso este año. Recuerdo aquel lejano post que escribí el último día del año pasado, en el que me dije a mí mismo que tenía que aprobar ciertos exámenes. Los aprobé, no voy a volver hacia atrás en el tiempo para referir aquellas notas porque no hacen falta, las notas de febrero, como siempre, importan poco.

A las que me voy a remitir es a las nuevas: hoy en la facultad, entre la hora de mi llegada y la del examen de Fonética acústica, he ido al despacho del profesor de latín para ver si estaban colgadas las notas finales. Hacemos, para el que no conozca el sistema, cuatro exámenes: dos sin diccionario —casi inútiles desde mi punto de vista y el de muchos— y dos con diccionario; en el primer cuatrimestre nos centramos en la prosa y en el segundo lo hicimos con el verso. Las notas de mis dos exámenes sin diccionario han sido idénticas: Apto ++. Y las de los exámenes con diccionario han sido las siguientes: un 9 en el de prosa y un 8,5 en el de verso. Con esto, la calificación final de la asignatura ha sido, según he podido ver en el tablón, de Sobresaliente (un 9). Soy la nota más alta de la clase, lo que significa que posiblemente podría llevarme la calificación de Matrícula de Honor, pero dudo mucho que tengan la delicadeza de otorgar esa calificación a una persona a la que no le sobra el dinero. De todas formas, me conformo con mi nota y, si no me dan la matrícula, nueve nuevos créditos que tendré que pagar el próximo curso, nada demasiado trágico.

En segundo lugar, referirme brevemente a la nota de otra asignatura que ya conocía pero que no he citado con anterioridad porque no quería escribir un post tan sólo para hablar de esa asignatura, aunque el tema daría para mucho. Se trata de la segunda lengua: muchos han cursado Inglés, otros muchos Francés, algunos Alemán, yo he cursado Griego Moderno y puedo asegurar que he aprendido más que en toda mi vida recibiendo clases inútiles de francés, e incluso más que en las de inglés. Mi calificación ha sido de Sobresaliente (otro 9, como el de latín).

Y finalmente, podría decir la nota de dos asignaturas optativas que ya aprobé en el primer cuatrimestre, pero no las recuerdo exactamente: Problemas y métodos en la sintaxis del español la aprobé, creo, con un 8, y Lingüística del texto y análisis del discurso la aprobé también, y creo que mi nota era un 6,5. Una cosa me he planteado y espero cumplir a rajatabla: nunca más volveré a coger de manera voluntaria una asignatura de lengua, la lengua es muy bonita para interesarse por ella en solitario y estudiar cuantos manuales de sintaxis —me encanta— uno quiera, pero no para cursarla los jueves y viernes de marzo hasta mayo a la una de la tarde.

He de decir algo con respecto a lo que anteriormente he contado: no quiero, en modo alguno, echarme flores, dármelas de sabihondo ni presumir de buenas notas, porque los que verdaderamente me conocen saben que mi naturaleza es precisamente la contraria a esa actitud. He escrito esto dirigido a las personas con las que no suelo hablar demasiado pero con las que mantengo alguna relación, para que si leen esto —y si van por esta línea han aguantado ya bastante— sepan cómo va mi trayectoria estudiantil en mi primer curso de Filología Hispánica.

La segunda parte del título, a la que también tenía que dedicar algún párrafo, no se refiere a mí mismo. No me felicito a mí mismo, eso si quieren que lo hagan otros. Yo estoy contento con mis notas. Las felicitaciones, en cambio, van dirigidas a una persona que siempre ha sido muy especial para mí y a la que nunca dejaré de tener en cuenta a la hora de ir a tomar unas cañas: mi hermano Jaime, que hoy cumple años —veintiséis ya, ¿no? Cómo pasa el tiempo—, así que desde aquí le mando un abrazo muy fuerte y cargado de amor fraternal. Nos veremos uno de estos días, cuando tu trabajo y mis estudios nos lo permitan.

Aquí, pues, dejo el asunto por hoy. Creo que me he extendido demasiado, pero en fin, para escribir sólo hay que tener algo que decir —decía Cela—, y hoy tenía varias cosas de las que hablar.