jueves, 31 de diciembre de 2009

Propósitos para el 2010

Anoche, en mitad de la final de finales de Tú sí que vales, dijo Jorge Cadaval que «los payasos deberían llevar el mundo, porque así el mundo sería mucho más divertido», y ojalá eso fuese verdad. Ojalá el mundo diese más risas que disgustos, pero por desgracia no es así. Todos los años me pido a mí mismo que a cada minuto, a cada segundo de mi vida intente ser más feliz y olvidarme de tantas tristezas que arrastro a mis espaldas como todo el mundo arrastra algún mal momento en su pasado. Este año no iba a ser menos, y me propongo mirar al frente, tomarme la vida con filosofía y sonreír cuando pueda (y llorar cuando lo necesite, como dice Chojín).

Como el último día del año 2008, hoy voy a escribir mis propósitos más importantes para el año que entra. El tiempo me ataca por detrás como un cobarde y luego se escapa de mis manos, así que debo escribir con prisas antes de que este año, al que ya le quedan apenas unas horas, llegue a su fin. Así que ahí van mis propósitos más importantes para el año nuevo:

  • En primer lugar, como el año pasado deseo aprobar todos los exámenes de febrero, para los cuales voy atado al cuello y con una inseguridad que nunca, nunca antes he sentido. Son cuatro exámenes: dos de Morfología, uno de Géneros Narrativos del siglo XX y otro de Poesía Española Contemporánea, los cuales intentaré aprobar, al menos aprobar, porque ninguna de las asignaturas me interesan ya lo más mínimo como para optar a una matrícula de honor.
  • En segundo lugar, muy ligado al anterior está el propósito de recuperar el ritmo del conservatorio, asistir a todas o casi todas las clases y llevar el trabajo al día para que no me vuelva a ver al finalizar el trimestre con ocho asignaturas suspensas en el boletín de notas. Los motivos… quienes saben cómo es mi vida los entenderán.
  • En tercer lugar, y ya me meto en un terreno más placentero, tengo varios temas literarios entre manos y pienso centrarme al menos en uno de ellos —una nueva novela— que volveré a atacar en el periodo de mayor libertad (allá por marzo) y durante el verano si nada me lo impide. No voy a contar nada aún de la novela, puesto que sólo tengo el boceto de la primera parte: sí anuncio que serán tres partes, pero es como no decir nada.
  • En cuarto lugar, tengo desde hace muchos años un proyecto musical entre manos, pero ahora va en serio y ya tengo todo el equipo y ocho canciones (de las 17 ó 18 que tengo escritas) que de verdad merecen la pena para agruparlas en una maqueta. Así que en cuanto disponga de un poco de tiempo y soledad en casa, me pondré manos a la obra y grabaré todas las canciones. Tengo grandes amigos (los de la Generación del Ocho) que de seguro estarán dispuestos a echarme una mano.
  • Y en quinto lugar, para que quede en un número que se pueda contar con una mano, volveré a aprovechar cada hueco, cada viaje en tren, cada madrugada lluviosa para leer la larga lista que ya he empezado a elaborar: Chéjov, Dostoievski, Kazantzakis, Hesse, Virginia Woolf, Joyce y un largo etcétera. Tengo un amigo que me dijo una vez que soy el hombre más dinámico que ha conocido, porque intento exprimir el tiempo al máximo; no obstante, ya verán algunos de mis textos sobre la impotencia ante el tiempo (cada vez entiendo mejor a los poetas clásicos, envueltos en una eterna preocupación por el fluir del tiempo).
No voy a decir que quiero estar con la gente a quien quiero y todas esas cosas que se dicen muchas veces como propósitos para el año nuevo: eso no debería ser un propósito para la entrada del año, eso debería ser siempre así, de modo que no voy a decir que querré a mi novia tanto como la quiero o más, ni que disfrutaré de cada momento junto a mis amigos porque cada vez que tengo la oportunidad, de emoción lloro por dentro como un niño.

Ya sólo me queda desear una buena entrada de año para todo el mundo, «para los que no me leen, sobre todo», como decía Vicente Aleixandre, y enviar cientos de abrazos y miles de besos a todos los que me han demostrado que tengo un hueco en su corazón. Ocupáis también una suite en el mío.

A punto estoy de poner punto final a la última actualización del año. Este año ha sido un poco escaso de entradas en este blog por muy diversos motivos, pero he conseguido llegar hasta este día como me propuse en la última entrada del año pasado, así que de nuevo intentaré llegar hasta el 31 de diciembre del próximo. Espero que los pocos lectores que tengo me sigan en mi travesía, y ojalá que se incorporen nuevos viajeros (serán bien recibidos).

Sin nada más que decir, porque no voy a recordar cada momento del año que ya se va, me despido y dejo esto abierto para quienes deseen dejarme su huella. Os quiero a todos. Tenedlo en cuenta. «Escribo a ciegas…».

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Lecturas 2009

Una amiga me ha propuesto hacer una lista con mis lecturas del año 2009, y he tardado hasta hoy porque sabía que en una semana podía abarcar nuevos títulos que añadir a esta lista. Aviso, desde ya, que va a ser larga, pero puedo sentirme orgulloso de que muchos de los títulos merecen la pena (y no soy el único que opina eso al respecto).

Hay algunos títulos que no están bien ordenados, pues empecé a fechar las lecturas en junio, así que el resto está puesto porque lo he leído en este año, pero no sé en qué orden. Espero que os interese y compartáis conmigo opiniones sobre alguno de los títulos.

Los santos inocentes, de Miguel Delibes.
El mundo, de Juan José Millás.
El niño con el pijama de rayas, de John Boyne.
Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes.
El corazón helado, de Almudena Grandes.
Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
El cíclope, de Eurípides.
Misericordia, de Benito Pérez Galdós.
El asombroso viaje de Pomponio Flato, de Eduardo Mendoza.
Atlas de geografía humana, de Almudena Grandes.
Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez.
Una palabra tuya, de Elvira Lindo.
La papisa Juana: un estudio sobre la Edad Media, de Emmanuil Roídis.
La metamorfosis, de Franz Kafka.
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
La conjura de los necios, de John Kennedy Toole.
Sangre y arena, de Vicente Blasco Ibáñez.
El huerto de mi amada, de Alfredo Bryce Echenique.
Soldados de Salamina, de Javier Cercas.
Miau, de Benito Pérez Galdós.
Desayuno en Tiffany’s, de Truman Capote.
Las intermitencias de la muerte, de José Saramago.
El novio del mundo, de Felipe Benítez Reyes.
Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique.
Las edades de Lulú, de Almudena Grandes.
Escribir. Manual de técnicas narrativas, de Enrique Páez.
El año de la muerte de Ricardo Reis, de José Saramago.
Los aires difíciles, de Almudena Grandes.
Pepita Jiménez, de Juan Valera.
Luna de lobos, de Julio Llamazares.
Dos días de setiembre, de José Manuel Caballero Bonald.
Mañana no será lo que Dios quiera, de Luis García Montero.
El príncipe destronado, de Miguel Delibes.
Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, de Pablo Tusset.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Vicente Blasco Ibáñez.
Lolita, de Vladimir Nabokov.
El hereje, de Miguel Delibes.
Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos.
Eva Luna, de Isabel Allende.
El extranjero, de Albert Camus.
Akhenatón, el rey hereje, de Naguib Mahfuz.
Sinuhé, el egipcio, de Mika Waltari.
Juegos de la edad tardía, de Luis Landero.
La tesis de Nancy, de Ramón J. Sender.
El alquimista impaciente, de Lorenzo Silva.
San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno.
La barraca, de Vicente Blasco Ibáñez.
Extraños en un tren, de Patricia Highsmith.
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha I y II, de Miguel de Cervantes.
Y no quedó ninguno (diez negritos), de Agatha Christie.
Oliver Twist, de Charles Dickens.
El clan del oso cavernario, de Jean M. Auel.
El doncel de don Enrique el Doliente, de Mariano José de Larra.
Paraíso inhabitado, de Ana María Matute.
Caín, de José Saramago.
Dos mujeres en Praga, de Juan José Millás.
Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa.
Nuestra señora de París, de Víctor Hugo.
La hora azul, de Josefa Parra.
Once, de Patricia Highsmith.
Una historia de la lectura, de Alberto Manguel.
Matar un ruiseñor, de Harper Lee.
Lazarillo de Tormes.
El ruido y la furia, de William Faulkner.
La de Bringas, de Benito Pérez Galdós.
Antología poética (1936-1998), de José Hierro.
El amante de lady Chatterley, de David Herbert Lawrence.
Retrato de un hombre inmaduro, de Luis Landero.
Cantar de Mio Cid.
Entre líneas: el cuento o la vida, de Luis Landero.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Luis Landero - Retrato de un hombre inmaduro

La última novela de Luis Landero (Alurquerque, 1948), con la que ha querido «rastrear la trastienda moral del ser humano», es la historia común de un hombre de 65 años que en una noche de hospital (quizá la última de su vida) evoca sus vivencias personales y le cuenta a alguien —según parece, a una mujer— los acontecimientos más importantes de su vida, los que han significado un cambio en su vida y han suscitado un afán de reflexión. Puesto que es una memoria, da muchos saltos en el tiempo y elide sucesos menos relevantes o los pasa con una breve alusión. Y pese a que en realidad a lo largo de la novela no sucede nada que pueda darle acción al argumento, tras leer la última página he sentido la melancolía de no poder continuar su historia. Esa vida en la que apenas han sucedido varios acontecimientos cargados de acción, esa es la vida común, vulgar, del hombre.

Un personaje que cuenta su vida en primera persona y que se construye a medida que pasan las páginas, que revela una característica nueva de su personalidad en cada capítulo, que termina por ser alguien conocido de tan cercano. Una reflexión acerca del poder, del dinero, del tiempo, de la vida, del amor y la muerte —«las dos grandes y complementarias experiencias humanas»—, un recorrido por la conciencia de una persona vulgar, pero al mismo tiempo por la conciencia de todo el mundo.

Luis Landero, que se dio a conocer hace veinte años con el Premio Nacional de Narrativa y de la Crítica que le supuso su novela Juegos de la edad tardía, a partir de cuya publicación se situó en el panorama literario actual, ha escrito también Caballeros de fortuna, El Guitarrista y Entre líneas: el cuento o la vida, entre otras obras. Y con esta última, Retrato de un hombre inmaduro, ha conseguido reflejar —como en su primera novela plasmó lo que la mentira llega a conseguir— las contradicciones de un hombre que son al mismo tiempo las del propio lector, las del ser humano.

Una novela recomendable, al menos desde mi punto de vista, y aprovechable a cada página. No sería mal regalo para las navidades.