viernes, 30 de marzo de 2012

Javier Marías - Los enamoramientos

Todas las novelas tienen una historia detrás, algunas más importantes que la propia novela. En mi caso ha sido esa la sensación, porque la historia de Los enamoramientos, la última novela de Javier Marías, como en la mayoría de sus libros, es algo secundario, un pretexto para la reflexión. Que María, una mujer que trabaja en una editorial, observe cómo desayuna un matrimonio cada mañana en la misma mesa de un bar y se entere por los periódicos de que de pronto el hombre ha sido asesinado por un gorrilla en mitad de la calle, suceso que desencadena una serie de relaciones y diálogos entre María, Luisa —la viuda— y Javier —el mejor amigo del difunto—, en busca de una explicación a esa muerte y en persecución de un modo de asumirla, es lo menos importante de la obra.

Los enamoramientos es, ante todo, una reflexión sobre ese estado que es el principio del amor. Una visión hecha desde tres perspectivas: la de la narradora, María, la de Luisa y la de Javier, cada cual con una idea y unas experiencias diferentes. Al mismo tiempo, las conversaciones sirven de punto de partida para largos soliloquios sobre la muerte, en forma de monólogos internos en los que se cuestiona la importancia del final de la vida. Y como complemento a estos dos grandes temas, pilares fundamentales no sólo de la obra, sino de la personalidad del ser humano, el personaje de Javier añade una novela de Honoré de Balzac titulada El coronel Chabert, sobre el regreso de un coronel a quien estimaban muerto al hogar donde el orden ya se ha reestablecido, cuya lectura, añadida al recuerdo de Los tres mosqueteros de Alexandre Dumas, despierta más aún la búsqueda interna de una respuesta por parte de María.

Así pues, no debe conformarse el lector con el final de la trama, que más que sencilla es simple, ni enfrentarse a la novela como una historia entretenida, porque en ese caso lo defraudará con creces. Lo importante, lo que hay que considerar —pese a muchas malas críticas— es la habilidad de escribir cuatrocientas páginas sobre un solo tema estudiado desde diferentes puntos de vista. He de añadir, por mi parte, que esperaba algo más profundo y que, en mi opinión, con 100 páginas menos hubiese estado mejor. Si hablamos de la novela como si de un edificio se tratara —cuántas veces hemos escuchado esa metáfora—, he de decir que encuentro pasajes muy esclarecedores sobre el tema central y momentos donde la prosa adquiere un tono lírico que deja buena sensación, pero también, por desgracia, demasiados momentos en que el edificio no se sostiene: ya sea a causa de los cimentos, ya del material, lo cierto es que a veces se derrumba inevitablemente. Esas son las 100 páginas de las que hablaba; en el resto, por el contrario, hay pasajes donde la arquitectura puede tambalearse, pero también algunas columnas capaces de resistir la fuerza del viento.

Esa ha sido mi impresión sobre esta novela, que sin duda ha gozado de éxito por algo que no le quita merecimiento: Javier Marías se ganó hace mucho tiempo un puesto en el panorama literario español, y novelas como esta no lo desprestigian, si bien tampoco lo enriquecen como lo que llaman «escritor de culto».


Jorge Andreu

domingo, 25 de marzo de 2012

El futuro músico

Esta tarde, en la parada del autobús, se preguntaba Marcel, en guerra contra el viento de levante, por qué a veces se le resbalaban las palabras de las manos y estallaban antes de caer al suelo hechas trizas, cuando la última bocanada de su cigarro le hizo ver a un niño a su lado con un dedo en la boca. Oía de lejos las órdenes de su madre, que lo instaba a no chuparse las manos después de tocar el asfalto de la acera donde jugaba, y al ver que no le hacía caso y que mantenía sus ojos fijos en él, Marcel trató de ayudarlo:

—No te metas las manos en la boca, que el suelo está muy sucio.

Como era de esperar, tampoco a él lo obedecía. Entonces ideó un plan:

—Mira mis manos. ¿Sabes lo que puedo hacer con ellas?

El niño ladeó la cabeza con la boca semiabierta y el dedo dentro.

—Con estas manos soy capaz de hacer música. ¿Te gusta la música?

El niño asintió. O bien estaba estupefacto ante las palabras de un desconocido, o bien, al igual que muchos hemos hecho en nuestra infancia, le costaba responder.

—¿Te gustaría hacer música con las manos? —insistió Marcel. Recordaba aquel verso que una vez escribió en su libreta: «la música subiendo por mis manos», en honor a un recital.

El niño volvió a asentir. Esta vez sonreía, con ese ademán de la inocencia que el hombre en ocasiones añora.

—Entonces, debes cuidarlas. Han de estar limpias, porque así cuando toques el piano conseguirás que suenen mejor. De modo que sácatelas de la boca, ve con mamá y que te las limpie.

El niño, sin más, obedeció, corrió hacia su madre y, mientras ésta las limpiaba con un pañuelo, le dijo:

—Mamá, de mayor quiero tocar el piano.

La madre dirigió una mirada sonriente a Marcel. No sabía si el niño conseguiría ser pianista, pero sí sabía que aquel desconocido había logrado algo imposible. Y el futuro músico volvió a correr por la acera, mientras el viento aún alborotaba el cabello del muchacho aquel que le había enseñado a no meterse las manos en la boca.

Jorge Andreu
25 de marzo de 2012

sábado, 17 de marzo de 2012

Marcos Giralt Torrente - Tiempo de vida

Todas las novelas guardan, al menos, tres historias: la principal, que algunos llaman argumento, y dos secundarias, que corresponden a la del autor y a la del lector, esta última tan numerosa como receptores haya de la obra. Tiempo de vida contiene la historia de un escritor que recuerda a su padre desde su infancia hasta que murió tras año y medio de lucha contra el cáncer, ese «tiempo de vida» en que trataron de recuperar el tiempo perdido. La novela como obra contiene la historia de Marcos Giralt Torrente, que se hizo con el Premio Nacional de Narrativa en 2011 por esta pequeña narración, mezcla de realidad y ficción, con más pretensiones de lo primero que de lo segundo. Y el libro como formato físico contiene mi historia personal, la anécdota de una coincidencia en la biblioteca pública adonde yo iba a devolver mi anterior lectura, cuando apoyado en el mostrador a la espera de que lo atendieran me encontré a un antiguo profesor del instituto en el que crecí, quien al saber de mi desconocimiento hacia este novelista me acompañó a la estantería y me dijo, «éste es, llévatelo». Por esta razón, no creo conveniente hablar mal de un libro que llegó a mis manos recomendado por una persona a quien no veía desde un tiempo atrás; y en consecuencia, voy a tratar de ser ecuánime en mi valoración.

En Tiempo de vida (Anagrama, 2010), Marcos Giralt Torrente habla de sí mismo y nos cuenta la relación con su padre, el pintor Juan Giralt, aunque en ningún momento desvela su nombre. Construye una narración real de doscientas páginas en las que insiste, a la manera de un poema elegíaco pero despojado de todo sentimentalismo, en la repetición de estructuras sintácticas para recoger, año por año, mes a mes, las vivencias que experimentó en su adolescencia separado de su padre, las primeras experiencias como escritor -y habla del resto de su obra literaria-, los reconocimientos, los contactos con el amor y, por fin, el afán de recuperar el tiempo perdido con su padre. El apoyo de su madre durante toda su vida lo ayudó a dar los pasos que lo condujeron hacia la madurez, hasta que la enfermedad de su padre lo instó a olvidar el pasado y acercarse a su figura sin rencor. Así pues, no se trata de un ajuste de cuentas ni de un homenaje a su padre: la novela es, nada más y nada menos, un ejercicio de memoria y, al tiempo, una reflexión sobre la supresión de elementos sentimentales en una obra literaria que no pretende emocionar, sino buscar respuestas.

Pero esas respuestas no ha podido hallarlas hasta que se ha enfrentado a la escritura, porque «la ficción te permite decirlo todo». De ahí que parta de la siguiente cita de Nietzsche: «Contamos con el arte para que la verdad no nos destruya». Por tanto, parece necesario respaldarse en el arte -la escritura, en este caso- a fin de no rendirse a la evidencia. Y como esto es «una historia de dos» aunque sólo uno la cuente, el proceso de escritura es lo que ayuda al autor en la búsqueda de un lazo de fidelidad con su padre.

Para recomendar su lectura, destaco la objetividad de la narración, la ausencia de patetismo y la fluidez de la prosa, aunque a veces pueda resultar incómoda de puro repetitiva. Sin embargo, por los tres o cuatro momentos de verdadera exquisitez, sí me atrevo a recomendarla. Acaso la historia de un nuevo lector suponga una visión diferente de su contenido, y en su caso, sería interesante compartir esas opiniones.


Jorge Andreu

martes, 6 de marzo de 2012

Mauricio Wiesenthal - El viejo León. Tolstoi, un retrato literario

He disfrutado de la compañía de este libro durante los cinco primeros días de marzo, pero su recuerdo, parafraseando a Bécquer, será mejor que el tacto de sus páginas en los próximos días. El viejo León no es una novela, pero tampoco es un ensayo: es una mezcla de ambos géneros que hacen de un conjunto de reflexiones acerca de la vida y la obra del autor ruso una historia deliciosa. Mauricio Wiesenthal creó un género propio, mezcla de muchos géneros, que imprime en esta biografía novelada de León Nikoláievich Tolstoi (1828-1910) hasta constituir una historia completa donde aparece él mismo como personaje que asiste a una serie de testimonios sobre la vida del ruso ya reconocido como una «autoridad moral».

El libro, editado en la colección Pocket de Edhasa con motivo del centenario de la muerte del escritor en 2010, consta de dos partes: una primera parte donde Wiesenthal hace una novela de la vida de aquel niño de familia rica que se convertiría en una conciencia del campesinado, con recurrencia a algunos pasajes de su novela Luz de vísperas, cuyo protagonista emprende un viaje para conocer al escritor; un breve ensayo intermedio con reflexiones acerca de la trascendencia de la obra de Tolstoi; y una segunda parte con fotografías, pinturas y explicaciones que a modo de reportaje despliegan las aristas del Tolstoi escritor, idealista y fundador de una religión propia.

Gracias a su prosa poética, la lectura es tan deliciosa que en ocasiones podemos olvidarnos de buscar rigor científico entre sus páginas. El propio Wiesenthal explica que su intención no es elaborar un ensayo con información precisa acerca del autor, sino que pretende, a partir de los datos conocidos y las anotaciones de sus viajes, trazar una historia cuyo protagonista es el viejo León. Por eso se trata de un retrato literario. No obstante, muchos son los datos que se pueden entresacar de cada capítulo, que al tiempo que narra una parte importante de la vida del ruso y su familia, aporta una serie de anécdotas muy ilustrativas en relación con sus ideales.

El resultado es un híbrido que ayuda mucho a retener información al tiempo que se disfruta de una prosa cuidada y elegante. Una lectura recomendable, sin duda, y un hallazgo por mi parte, porque ha sido mi devoción hacia León Tolstoi la que me ha llevado tras este libro.