sábado, 29 de marzo de 2014

Los papeles de Marcel (XL)

FIN DE SIESTA 
(HAIKU DE SOFÁ CON TÍTULO EXCESIVO)

                                          Incorporarse,
                                          apresurar un verso
                                          y renacer.

M. Camino

jueves, 20 de marzo de 2014

Suspiros y siseos

                       Susurra, siempre solo en su sordera,
                       sus santas sensaciones. Su sonoro
                       silencio siembra el signo que yo añoro:
                       el silbo rosa de la primavera.

                       Se sabe como un sol, y desespera
                       si siente hacia tus sueños un decoro,
                       pues sufre mientras se alza con su lloro
                       el sitio de tu suave y vil cadera.

                       Se salen los siseos de su boca,
                       se vuelve cuerdo cuando estabas loca
                       si al darte nombre su hilo de voz mengua.

                       Le secan la saliva sus sabores,
                       los cantos libres de esos ruiseñores,
                       los vientos que se esconden tras su lengua.

domingo, 16 de marzo de 2014

Huellas

                    Silencio. El mundo se detiene
                    ante infinitas huellas.

                    Aquella ola que rompe en el costado
                    de la piedra dañando sus virtudes.
                    Aquel verso que sufre sin palabras
                    porque nadie lo quiso nombrar antes.
                    Aquel instante que se fue en la bruma
                    de la experiencia. Aquel momento.

                    Sólo nos queda el rastro
                    de las cosas que no dijimos.

Jorge Andreu


[Este poema ha sido seleccionado para la Antología I Concurso de Poesía "Por Amor a la Poesía", que organiza la web de Letras con Arte y que se pondrá en venta a partir del 20 de marzo]

jueves, 6 de marzo de 2014

El escozor de la pérdida

Existe en todo ser humano una tendencia natural a cicatrizar heridas por medio de la palabra. Decir cómo la vida duele es una manera de paliar el escozor. A ello se ha dedicado buena parte de la literatura universal de todos los tiempos, unos con más acierto que otros, todos con idéntico objetivo: dotar al arte de un papel activo en la vida diaria de las personas. La última novela de Ricardo Menéndez Salmón, donde la pérdida protagoniza tres instantes decisivos, ofrece una muestra de la curación que lleva a cabo el fabular, gracias a la elaboración minuciosa de tres situaciones de niños alejadas en el tiempo y sustentadas por el poder del verbo.

Cuando un lector habituado a la obra del escritor gijonés encuentra entre las novedades editoriales un título suyo, la primera reacción es la de echarse a temblar, hasta tal punto resuena la trayectoria cada vez más edificada de Menéndez Salmón. La destrucción, el pesimismo, el mal en todas sus manifestaciones acaparan al lector cuando recuerda aquella tremenda trilogía (La ofensa, Derrumbe y El corrector) con la que el novelista sentó cátedra, y que desde entonces no ha hecho sino confirmarlo como uno de los mejores narradores de nuestra época. Su título más reciente, Niños en el tiempo (Seix Barral, 2014), supone una vuelta de tuerca al lado más pesimista de la vida, que es la muerte, en cuanto ofrece una solución para aliviar el mal de la pérdida, en una visión más optimista que otra vez lo hace merecedor de elogios.

Niños en el tiempo es una novela compuesta por tres vías argumentales. El matrimonio formado por Antares y Elena empieza a desmoronarse desde la muerte de su hijo como una figura de arena mal construida. Una recuperación ficticia y transgresora de la infancia de Jesús arroja su imagen universal sobre los años más significativos de la vida del hombre. La coincidencia en Creta de una mujer embarazada y un caballero que ha abandonado su identidad da comienzo al acercamiento entre dos desconocidos que bien podría terminar en una nueva historia de amor. Son tres tramos de un trayecto en línea recta hacia la cristalización de la tristeza como un rasguño del pasado, un camino hacia delante en sentido contrario, de la vida robada por una enfermedad a una infancia devuelta por la palabra y a una futura existencia proyectada desde el vientre materno. Tres ejemplos de cómo la vida vence las adversidades aunque a costa de superarlas deje por el camino alguna víctima inocente.

El autor establece un diálogo con sus lectores en un entramado narrativo que huye del artificio para conseguir una arquitectura sutilmente resuelta en el último eslabón. Un triángulo de vértices conectados en apariencia por un único nexo, el niño, pero que sin embargo, como una figura alzada en relieve, con su sombreado y su cara más nítida, alcanza la belleza y la perfección de una obra de arte. Pues muchas y disimuladas son las conexiones entre las distintas partes de la novela: la figura del padre dolido, el descubrimiento de la inocencia y la forma de pez desde las alturas, respectivamente, unen a los personajes centrales mediante un motivo arraigado en el relato de cualquier niñez, el de una vida en construcción, truncada, recuperada o planificada en cada uno de los tres ejemplos.

Con la profundidad y densidad que caracteriza su estilo, con la precisión habitual de su prosa siempre desprovista de elementos insustanciales, Menéndez Salmón condensa las escenas hasta disparar los posibles significados de una imagen y formular las preguntas que atormentan a quien sufre en silencio. Pasajes duros y terriblemente hermosos alternan con instantes de incomparable dulzura, componiendo un friso de palabras curativas que cierran la herida hasta restaurar la piel. Quien busque respuestas, en estas páginas solo hallará preguntas, pero quien formule esas preguntas tal vez llegue a vislumbrar un ápice de certeza más allá del dolor de los personajes y de su afán por luchar contra las circunstancias.

Todo ello parece llevar a una conclusión optimista: después de todo, cuando parece que no hay escapatoria, la vida sigue su curso y el ser humano se reconforta en hallar una explicación a sus dolencias, aunque las causas sean inevitables. He aquí el valor de la literatura, que es recuerdo, “como una enfermedad de la que uno no desea curarse a pesar del daño que provoca”, pero que sin embargo, en su lado más optimista, complace a quien recurre a ella para entenderse a sí mismo.

Una vez más, con esta joya de plácida y demoledora lectura, Ricardo Menéndez Salmón demuestra que el camino es empedrado pero la letra ayuda a recorrerlo. Una espléndida novela que revitaliza el valor del arte como nexo de unión entre el individuo y su tiempo, entre el hombre y su transcurso, que no defrauda ni en los pasajes más punzantes y nos hace ver que la vida tiene más importancia que el arte mismo. Paliar el dolor mediante la palabra escrita, dejar constancia del sufrimiento de un padre para recuperar la vitalidad de un tiempo feliz que se fue: he aquí el valor de la literatura.

Jorge Andreu
(publicado en Revista de Letras)