en las mesas dispersas de un café.
Él observa perplejo
las manchas del vestido, que pronuncian
su figura en espera,
los músculos del hombro al aire libre,
morenos, con lunares
y la tersura agradecida al fresco,
sus ojos entrevistos
al otro lado de un mechón.
Sueña con verla sonreír
y que ese gesto sea
el principio de todo.
Ella ignora
que con un poco de trabajo
muy pronto rozará la eternidad,
y mientras tanto juguetea
con el teléfono, con el azúcar,
sin sospechar que unos ojos la espían.
Jamás conocerán un beso íntimo,
por muy hermoso que pudiera ser.
En el amor
las únicas historias que funcionan
son las que no se ven en las películas.
(de La mirada afónica, 2016)