jueves, 31 de diciembre de 2009

Propósitos para el 2010

Anoche, en mitad de la final de finales de Tú sí que vales, dijo Jorge Cadaval que «los payasos deberían llevar el mundo, porque así el mundo sería mucho más divertido», y ojalá eso fuese verdad. Ojalá el mundo diese más risas que disgustos, pero por desgracia no es así. Todos los años me pido a mí mismo que a cada minuto, a cada segundo de mi vida intente ser más feliz y olvidarme de tantas tristezas que arrastro a mis espaldas como todo el mundo arrastra algún mal momento en su pasado. Este año no iba a ser menos, y me propongo mirar al frente, tomarme la vida con filosofía y sonreír cuando pueda (y llorar cuando lo necesite, como dice Chojín).

Como el último día del año 2008, hoy voy a escribir mis propósitos más importantes para el año que entra. El tiempo me ataca por detrás como un cobarde y luego se escapa de mis manos, así que debo escribir con prisas antes de que este año, al que ya le quedan apenas unas horas, llegue a su fin. Así que ahí van mis propósitos más importantes para el año nuevo:

  • En primer lugar, como el año pasado deseo aprobar todos los exámenes de febrero, para los cuales voy atado al cuello y con una inseguridad que nunca, nunca antes he sentido. Son cuatro exámenes: dos de Morfología, uno de Géneros Narrativos del siglo XX y otro de Poesía Española Contemporánea, los cuales intentaré aprobar, al menos aprobar, porque ninguna de las asignaturas me interesan ya lo más mínimo como para optar a una matrícula de honor.
  • En segundo lugar, muy ligado al anterior está el propósito de recuperar el ritmo del conservatorio, asistir a todas o casi todas las clases y llevar el trabajo al día para que no me vuelva a ver al finalizar el trimestre con ocho asignaturas suspensas en el boletín de notas. Los motivos… quienes saben cómo es mi vida los entenderán.
  • En tercer lugar, y ya me meto en un terreno más placentero, tengo varios temas literarios entre manos y pienso centrarme al menos en uno de ellos —una nueva novela— que volveré a atacar en el periodo de mayor libertad (allá por marzo) y durante el verano si nada me lo impide. No voy a contar nada aún de la novela, puesto que sólo tengo el boceto de la primera parte: sí anuncio que serán tres partes, pero es como no decir nada.
  • En cuarto lugar, tengo desde hace muchos años un proyecto musical entre manos, pero ahora va en serio y ya tengo todo el equipo y ocho canciones (de las 17 ó 18 que tengo escritas) que de verdad merecen la pena para agruparlas en una maqueta. Así que en cuanto disponga de un poco de tiempo y soledad en casa, me pondré manos a la obra y grabaré todas las canciones. Tengo grandes amigos (los de la Generación del Ocho) que de seguro estarán dispuestos a echarme una mano.
  • Y en quinto lugar, para que quede en un número que se pueda contar con una mano, volveré a aprovechar cada hueco, cada viaje en tren, cada madrugada lluviosa para leer la larga lista que ya he empezado a elaborar: Chéjov, Dostoievski, Kazantzakis, Hesse, Virginia Woolf, Joyce y un largo etcétera. Tengo un amigo que me dijo una vez que soy el hombre más dinámico que ha conocido, porque intento exprimir el tiempo al máximo; no obstante, ya verán algunos de mis textos sobre la impotencia ante el tiempo (cada vez entiendo mejor a los poetas clásicos, envueltos en una eterna preocupación por el fluir del tiempo).
No voy a decir que quiero estar con la gente a quien quiero y todas esas cosas que se dicen muchas veces como propósitos para el año nuevo: eso no debería ser un propósito para la entrada del año, eso debería ser siempre así, de modo que no voy a decir que querré a mi novia tanto como la quiero o más, ni que disfrutaré de cada momento junto a mis amigos porque cada vez que tengo la oportunidad, de emoción lloro por dentro como un niño.

Ya sólo me queda desear una buena entrada de año para todo el mundo, «para los que no me leen, sobre todo», como decía Vicente Aleixandre, y enviar cientos de abrazos y miles de besos a todos los que me han demostrado que tengo un hueco en su corazón. Ocupáis también una suite en el mío.

A punto estoy de poner punto final a la última actualización del año. Este año ha sido un poco escaso de entradas en este blog por muy diversos motivos, pero he conseguido llegar hasta este día como me propuse en la última entrada del año pasado, así que de nuevo intentaré llegar hasta el 31 de diciembre del próximo. Espero que los pocos lectores que tengo me sigan en mi travesía, y ojalá que se incorporen nuevos viajeros (serán bien recibidos).

Sin nada más que decir, porque no voy a recordar cada momento del año que ya se va, me despido y dejo esto abierto para quienes deseen dejarme su huella. Os quiero a todos. Tenedlo en cuenta. «Escribo a ciegas…».

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Lecturas 2009

Una amiga me ha propuesto hacer una lista con mis lecturas del año 2009, y he tardado hasta hoy porque sabía que en una semana podía abarcar nuevos títulos que añadir a esta lista. Aviso, desde ya, que va a ser larga, pero puedo sentirme orgulloso de que muchos de los títulos merecen la pena (y no soy el único que opina eso al respecto).

Hay algunos títulos que no están bien ordenados, pues empecé a fechar las lecturas en junio, así que el resto está puesto porque lo he leído en este año, pero no sé en qué orden. Espero que os interese y compartáis conmigo opiniones sobre alguno de los títulos.

Los santos inocentes, de Miguel Delibes.
El mundo, de Juan José Millás.
El niño con el pijama de rayas, de John Boyne.
Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes.
El corazón helado, de Almudena Grandes.
Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
El cíclope, de Eurípides.
Misericordia, de Benito Pérez Galdós.
El asombroso viaje de Pomponio Flato, de Eduardo Mendoza.
Atlas de geografía humana, de Almudena Grandes.
Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez.
Una palabra tuya, de Elvira Lindo.
La papisa Juana: un estudio sobre la Edad Media, de Emmanuil Roídis.
La metamorfosis, de Franz Kafka.
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
La conjura de los necios, de John Kennedy Toole.
Sangre y arena, de Vicente Blasco Ibáñez.
El huerto de mi amada, de Alfredo Bryce Echenique.
Soldados de Salamina, de Javier Cercas.
Miau, de Benito Pérez Galdós.
Desayuno en Tiffany’s, de Truman Capote.
Las intermitencias de la muerte, de José Saramago.
El novio del mundo, de Felipe Benítez Reyes.
Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique.
Las edades de Lulú, de Almudena Grandes.
Escribir. Manual de técnicas narrativas, de Enrique Páez.
El año de la muerte de Ricardo Reis, de José Saramago.
Los aires difíciles, de Almudena Grandes.
Pepita Jiménez, de Juan Valera.
Luna de lobos, de Julio Llamazares.
Dos días de setiembre, de José Manuel Caballero Bonald.
Mañana no será lo que Dios quiera, de Luis García Montero.
El príncipe destronado, de Miguel Delibes.
Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, de Pablo Tusset.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Vicente Blasco Ibáñez.
Lolita, de Vladimir Nabokov.
El hereje, de Miguel Delibes.
Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos.
Eva Luna, de Isabel Allende.
El extranjero, de Albert Camus.
Akhenatón, el rey hereje, de Naguib Mahfuz.
Sinuhé, el egipcio, de Mika Waltari.
Juegos de la edad tardía, de Luis Landero.
La tesis de Nancy, de Ramón J. Sender.
El alquimista impaciente, de Lorenzo Silva.
San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno.
La barraca, de Vicente Blasco Ibáñez.
Extraños en un tren, de Patricia Highsmith.
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha I y II, de Miguel de Cervantes.
Y no quedó ninguno (diez negritos), de Agatha Christie.
Oliver Twist, de Charles Dickens.
El clan del oso cavernario, de Jean M. Auel.
El doncel de don Enrique el Doliente, de Mariano José de Larra.
Paraíso inhabitado, de Ana María Matute.
Caín, de José Saramago.
Dos mujeres en Praga, de Juan José Millás.
Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa.
Nuestra señora de París, de Víctor Hugo.
La hora azul, de Josefa Parra.
Once, de Patricia Highsmith.
Una historia de la lectura, de Alberto Manguel.
Matar un ruiseñor, de Harper Lee.
Lazarillo de Tormes.
El ruido y la furia, de William Faulkner.
La de Bringas, de Benito Pérez Galdós.
Antología poética (1936-1998), de José Hierro.
El amante de lady Chatterley, de David Herbert Lawrence.
Retrato de un hombre inmaduro, de Luis Landero.
Cantar de Mio Cid.
Entre líneas: el cuento o la vida, de Luis Landero.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Luis Landero - Retrato de un hombre inmaduro

La última novela de Luis Landero (Alurquerque, 1948), con la que ha querido «rastrear la trastienda moral del ser humano», es la historia común de un hombre de 65 años que en una noche de hospital (quizá la última de su vida) evoca sus vivencias personales y le cuenta a alguien —según parece, a una mujer— los acontecimientos más importantes de su vida, los que han significado un cambio en su vida y han suscitado un afán de reflexión. Puesto que es una memoria, da muchos saltos en el tiempo y elide sucesos menos relevantes o los pasa con una breve alusión. Y pese a que en realidad a lo largo de la novela no sucede nada que pueda darle acción al argumento, tras leer la última página he sentido la melancolía de no poder continuar su historia. Esa vida en la que apenas han sucedido varios acontecimientos cargados de acción, esa es la vida común, vulgar, del hombre.

Un personaje que cuenta su vida en primera persona y que se construye a medida que pasan las páginas, que revela una característica nueva de su personalidad en cada capítulo, que termina por ser alguien conocido de tan cercano. Una reflexión acerca del poder, del dinero, del tiempo, de la vida, del amor y la muerte —«las dos grandes y complementarias experiencias humanas»—, un recorrido por la conciencia de una persona vulgar, pero al mismo tiempo por la conciencia de todo el mundo.

Luis Landero, que se dio a conocer hace veinte años con el Premio Nacional de Narrativa y de la Crítica que le supuso su novela Juegos de la edad tardía, a partir de cuya publicación se situó en el panorama literario actual, ha escrito también Caballeros de fortuna, El Guitarrista y Entre líneas: el cuento o la vida, entre otras obras. Y con esta última, Retrato de un hombre inmaduro, ha conseguido reflejar —como en su primera novela plasmó lo que la mentira llega a conseguir— las contradicciones de un hombre que son al mismo tiempo las del propio lector, las del ser humano.

Una novela recomendable, al menos desde mi punto de vista, y aprovechable a cada página. No sería mal regalo para las navidades.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Tras la lectura, ¿qué?

Alguna vez me han preguntado: «¿qué haces cuando terminas de leer un libro?». Cuando a los dieciséis años tomé un libro por primera vez entre mis manos y disfruté con cada página y a cada minuto, no se me pasaba por la cabeza esta pregunta, puesto que nunca pensé en volver a acudir a un libro (es más, no hubiese acudido a ése que me salvó la vida de no ser por una triste situación que no pretendo relatar aquí). Era Cuatro gatos el título de aquella novela, la primera que leí por voluntad propia, sin obligación de ningún profesor, y que me sumergió en el mundo de la lectura. Si escuchaba a la gente hablar de sus lecturas, de cómo disfrutaba o qué aprovechaba de cada libro, yo pensaba que era exagerado deberle la vida a una historia bien contada, que para eso ya estaban las películas. Qué inocente era y qué equivocado estaba.

En una ocasión oí a un chico hablar del último libro que había leído, y no decía sino que había viajado junto al protagonista entre los árboles de una selva, que había vivido lo mismo que el personaje y se sentía como un náufrago al que rescatan después de mucho tiempo. Yo mientras tanto miraba asombrado a ese lector tan entusiasta que al cabo de los años comprendí. Decía que después de cada lectura pensaba en el personaje como en un familiar o un amigo, y no iba mal encaminado.

Marcel Proust, el gran escritor francés de principios del siglo XX y autor de la serie de siete novelas En busca del tiempo perdido, sentía un apego tal hacia la oscuridad y el silencio que en vacaciones, cuando sus padres se iban a dar su paseo matutino, se encerraba a leer y procuraba que nadie lo molestara. Se sumergía hasta tanta profundidad entre las letras, que una vez acabada la lectura se enfrentaba al insomnio porque deseaba que la historia continuase, y se acostaba en la cama a recordar los momentos vividos junto al personaje principal de la obra. La novela El castillo de Franz Kafka quedó inconclusa debido a la muerte del autor, pero una de sus ideas fundamentales era que la historia no terminara, que el lector, después de leerla, reflexionase y buscase sucesos que se hubiesen podido dar más adelante; era una forma de buscar la continuidad de la historia, modo similar al del Proust lector.

Mi caso es parecido. Amo la oscuridad y el silencio, me gusta sentarme en mi habitación iluminada sólo por la luz de mi lámpara de estudio y disfrutar de cada palabra. Cuando termino de leer un libro, además de sentir nostalgia al cerrarlo, respiro hondo, pienso en los momentos cruciales de la historia, en las citas que he recogido (suelo hacerlo con cada libro), en el personaje que más me ha gustado y, por último, cierro los ojos y noto como si el libro ya formase parte de mi cuerpo y de mi mente, aun a sabiendas de que para hacerlo completamente mío tendré que leerlo cien veces. Respirar después de leer un buen libro es como recuperarse de una carrera de mil metros lisos: relaja, vuelve la mente y el cuerpo al estado natural y deja la huella de haber ejercitado el cuerpo en la carrera y la mente en la lectura. Meses más tarde vuelvo a pensar en qué significó para mí ese libro y, a veces, siento tanta nostalgia que vuelvo a sus brazos como a los del mejor de los amigos.

sábado, 24 de octubre de 2009

Amor inerte

Acaricio tu piel tersa,
tu aspereza saboreo,
huelo tu dulce aroma
y entre tus besos,
abrazado a tus brazos busco
la realidad y el deseo,
y siento en mi interior, inmóvil,
un vasto movimiento.
Me envuelven tus miradas
...........en un miedo
atroz a no tenerte
entre mis dedos,
a no palpar lo suave
............de tus senos
y a no explorar las cuevas
..............de tu cuerpo.

Quisiera conocer algún motivo
por el que no amarte tanto tiempo,
quisiera tinta china ser
y anegarte con cientos
de voces, con miles
de trazos, suplementos
que dieran fe, en el diario de mi vida,
............de lo que siento.
Sentirme desatado de tus garfios,
libre de esposas y de sueños,
pero la vida junto a tu calor
me hace volver a ti, y no puedo.

No debo resurgir de sus cenizas
del corazón los dulces sentimientos
que me agarran aún a tus cadenas
y no me dejan huir porque te quiero.

¡Y pensar que no he podido
ser independiente de eso!

Si tu imagen me siguiera,
mar mediante, mar adentro,
si el sonido de tu roce
no encendiese mi tormento,
si tu vida se me atase
como una soga al cuello,
entonces, amado corazón,
entonces yo no estaría despierto.

¿Y si ahora te dijera que me muero?

No me harías mucho caso,
te quedarías sobre el lecho
acostado, recordando tu historia,
soñando despierto,
y esperarías paciente la llegada
de otro lector medio muerto.

Al mejor amigo del hombre.

sábado, 17 de octubre de 2009

Ana María Matute - Paraíso Inhabitado

Hace un par de noches que terminé de leer la última novela de Ana María Matute, titulada Paraíso inhabitado y publicada en la editorial Destino en 2008. Aún guardo el buen sabor en el paladar y el libro sobre la mesa donde trabajo a diario.

Adriana, o Adri, es la protagonista de esta tiernísima historia, y es una niña solitaria y soñadora que en primera persona nos relata el paso de su niñez al mundo de los Gigantes (como ella los llama). La relación con Gavi, un niño rubio, también solitario, ayuda a Adri a refugiarse en las largas tardes de lectura en pareja y en el más sentido de los amores. Junto a estos dos personajes principales se encuentran varios modelos simbólicos que representan la libertad, la independencia en una época en que no se podía decir lo que se pensaba (se sitúa la historia entre la II República y la Guerra Civil, aunque esto como telón de fondo), y esos personajes son la tía Eduarda, la Tata María, Isabel y Teo, entre otros menos significativos.

El tono sobrio, sin alteraciones, que emplea Matute para narrar esta historia es sorprendente, y además la fluidez de su prosa, donde se puede apreciar cierta preocupación por la dispositio, nos envuelve en un mundo de fantasías infantiles donde es fácil reconocer algunos de los ideales que sobre el mundo adulto los lectores nos fundamos en nuestra niñez.

Una novela interesante, por no decir más. La recomiendo a todos los amantes de la prosa bien escrita. Aunque haya muchas obras que puedan superarla, os aseguro que no será un desperdicio si se lee con atención y se aprovecha la oportunidad. Porque «los unicornios nunca vuelven»…

sábado, 10 de octubre de 2009

Tengo

Tengo en mi interior un fantasma que dormita
entre negras ciénagas y sábanas blancas,
tengo el hedor de un cadáver en vida
que agita mis días y mis noches apaga.

Tengo el corazón deshecho en pedazos
de oscuras labores, de eternas cruzadas,
tengo la voz anegada de asfalto
y tengo los ojos cegados de escarcha.

Tengo la mente ocupada en mi llanto,
oculto en mis sienes el dolor aguarda
y corre furioso y hiere mis manos,
y tan desalmado quema mi alma.

Y suena en mi garganta
el grito de lamento,
y balas resuenan, balas
que agujerean sin piedad mi pecho
y matan en mi lengua
el grito de esperanza.
............Callan. Callan.
Decaen las palabras.
El vino no alimenta,
............no sacia.
Y rompen en mi cara
.................amargas lágrimas…

lunes, 14 de septiembre de 2009

Million Dollar Baby (Golpes del destino)


«A veces, la mejor manera de dar un puñetazo es retrocediendo, pero has retrocedido demasiado y se ha acabado el combate». Es una de las mejores frases que he podido encontrar en esta película que es, para mí y para muchos, una joya cinematográfica. Una frase que dice tanto con tan pocas palabras.

Million Dollar Baby, o Golpes del destino en la versión sudamericana, es una película dirigida y protagonizada por Clint Eastwood, que vio la luz en 2004 y obtuvo cuatro Óscar (Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor de Reparto por Morgan Freeman y Mejor Actriz por Hilary Swank) y tres nominaciones (Mejor Actor por Clint Eastwood, Mejor Guión Adaptado por Paul Haggis y Mejor Montaje por Joel Cox). Por encima de estos galardones, he de decir que me parece una película excepcional, que nos aporta tanto entretenimiento durante dos horas en una historia estremecedora, como aspectos del mundo en que vivimos, asuntos sobre los cuales se pueden hacer profundas reflexiones.

Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), una camarera de 31 años, quiere convertirse en boxeadora profesional y acude al gimnasio del entrenador Frankie Dunn (Clint Eastwood) para pedirle que la enseñe. Sin embargo, Frankie se niega porque él no entrena a chicas. Eddie “Scrap-Iron” Dupris (Morgan Freeman), otrora boxeador y ahora tan sólo bedel viejo y ciego —en quien está puesta la excelente voz del narrador, que es, para mi gusto, lo mejor de la película—, se ofrece a darle algunos consejos a Maggie de manera que al cabo de poco tiempo Frankie verá los avances. Empezarán así un entrenamiento y Maggie competirá en combates cada vez de mayor categoría hasta llegar al culmen de su carrera.

La película merece la pena. Yo no soy el más indicado para hacer críticas sobre cine, porque no me considero profundo conocedor de las técnicas cinematográficas; en cambio, sí conozco lo suficiente sobre el arte de narrar, y sobre literatura en general, como para decir algunas críticas en relación a las voces que intervienen en las historias. Así, considero que la voz del narrador es espectacular, muy bien trabajada porque con muy pocas frases ensancha todo el significado que se pueda extraer de una larga conversación. Y por encima de la voz del narrador y otras técnicas que se utilizan en novela y que debido a eso conozco en parte, la historia es emocionante a cada minuto. Dos horas que no pasan en vano. Al menos eso pienso, y muchos estarán de acuerdo conmigo.

lunes, 7 de septiembre de 2009

7 de septiembre

Buenas noches. Tras la larga agonía que ha sufrido este blog durante el mes de agosto, larga ausencia voluntaria por mi parte, procedo a exponer los motivos que me han llevado a alejarme de la labor que me ocupa en este rincón del mundo.

En primer lugar, he de decir que el último mes ha resultado más bien estresante, en cierto modo debido a un estrés ocasionado por mí mismo, ya que nadie me ordenaba meterme en camisas de once varas, pero decidí escribir una novela este verano y tenerla dispuesta a estas alturas. Existen dos motivos principales que me han hecho detener mi escritura en el blog: el primero de ellos, ya mencionado, es la novela a cuyo primer borrador he dado fin esta mañana después de un incómodo sueño como el de Gregorio Samsa —como un insecto me sentía esta mañana en tanto que escribía el epílogo de una historia sobre cárceles, amores y dinero.

El título de la novela no lo desvelo aún, puesto que es provisional y, si bien es posible que sea definitivo, no estoy por completo seguro; además, prefiero que permanezca en el anonimato hasta que, si tengo la suerte que necesito y el destino piensa en mí a su paso por mi puerta, vea la luz gracias a alguna editorial. Sólo decir con respecto a su elaboración que me ha costado muchas horas diarias de esfuerzo, que con gusto le he dedicado pero que me ha quitado el tiempo disponible para hacer otras cosas como, por ejemplo, ir a la playa —lo bueno siempre tiene algo malo, y la verdad es que no me arrepiento de haber perdido días de playa y de campo, pues por ahora estoy satisfecho de mi trabajo, según las tres lecturas que he emprendido a fin de corregir errores.

De muchas horas también, por otra parte (y ésta es la segunda gran causa que me ha llevado a abandonar este sitio por un mes), me ha privado el estudio, ya que tres asignaturas de conservatorio, una de ellas la más fuerte, exigen un esfuerzo sobrehumano durante un verano. Tocar en tres meses nueve piezas musicales de un nivel considerable puesto que corresponden al penúltimo curso de enseñanzas profesionales, y más aún, tocar y estudiar a fondo esas partituras que en condiciones normales me hubiesen exigido ocho meses de trabajo (un año académico), ha resultado un agobio tal que al terminar no me sentía con fuerzas ni con ganas para dedicarle un rato a este espacio.

Y en definitiva, quien haya entrado aquí —imagino que pocos— habrá observado que la imagen que indica el libro que leo a cada momento ha cambiado muchas veces, ya que este verano ha sido muy intenso en cuanto a lecturas (el tiempo libre, pues, lo empleaba, cuando no salía a tomar el aire, en leer, y las noches son muy largas, de modo que al llegar a casa me dedicaba a continuar mi lectura). A medida que pase el tiempo, puesto que también he aprovechado alguna que otra tarde para ver películas, reseñaré más obras cinematográficas, y también empezaré las reseñas literarias.

Para aquellos que se pasen por aquí de vez en cuando, a los cuales les dirijo estas palabras y sinceros recuerdos, digo que este blog no está abandonado, que la vida sigue y que cada vez que hay tiempo, un hueco está disponible para este sitio. Espero que todo siga adelante.

Reciban todos un afectuoso saludo.

Jorge.

lunes, 27 de julio de 2009

Dragonfly (la sombra de la libélula)

Esta película es una de las muchas que se cuestionan si realmente hay algo más allá de la muerte, si un ser querido que se va permanece, o no, entre nosotros. Pese a que he leído alguna mala crítica que dice que es demasiado predecible y decepcionante como película de terror, lo cierto es que me ha parecido una película interesante, por su historia, no por sus mensajes (que, eso sí, no hay mucho), y no me ha decepcionado como película de terror puesto que no la he considerado tal.

Dragonfly es la historia de un médico, jefe de urgencias del Chicago Memorial Hospital, llamado Joe Darrow (interpretado por Kevin Costner), cuya esposa, la doctora Emily Darrow, fallece en un accidente de autobús en Venezuela, donde trabajaba como misionera. A partir de esa muerte, seis meses después empiezan a manifestarse situaciones extrañas alrededor de Joe, quien ve la libélula que su mujer tenía en la espalda (una marca de nacimiento) por todas partes, sobre todo en dibujos que hacen los chicos que se han acercado a la muerte y han podido recuperarse. Todos lo toman por loco cuando dice que escucha a su mujer hablar, que cree que ella pretende comunicarse con él. Pero la hermana Madeline, una monja católica que ha estudiado la profundidad de la conciencia cuando se acerca a la muerte, le dice que tiene que buscar los mensajes dejados por Emily. De esa manera Joe emprenderá un camino que dará un giro en su vida.

Me recomendaron esta película hace ya varios años y, sin embargo, cosas de la vida, aún no la había visto hasta que anoche, sin otra cosa que hacer, me puse a verla. Disfruté, a decir verdad, con toda la película. Hacía mucho tiempo que no veía una película de las que tengo guardadas en la lista de espera, y lo cierto es que no me arrepiento de haber escogido ésta. No sé qué opinarán los demás, pero salvo las críticas que he referido, todos los demás me han hablado bien de esta película. ¿Qué opináis?

miércoles, 22 de julio de 2009

Silencio

Silencio, susúrrame al oído
y háblame en la noche tormentosa.
Silencio, que sepan que has vivido,
como yo, tantas, tantas cosas,
que ahora no te acuerdas, silencio,
de cuánto eran de hermosas.
Que sepan cuántas vidas, cuánto tiempo
me acompañaste, silenciosas
compañías, y nocturnas,
y vividas y sentidas y añoradas.
Silencio, cuánto más
.............(silencio…)
hay que hacer para no ser nada.

Acompáñame en la noche, en el día,
.......en la mañana,
no abandones la compañía,
...........no digas,
.....no,
............no digas nada:
susúrrame al oído,
confidente de mis vicios,
tentador de la lujuria, del placer,
........de los delirios…

Pregonero del deseo,
compañero de viaje.
Silencio, silencio,
ayúdame a encontrarte,
apóyame en los esfuerzos
por llegar a tierra firme.
Suspiro, bostezo,
¡ruido, déjame irme!

Me recuesto, lo reintento,
pero no encuentro tu nombre.
Silencio, silencio,
sal de donde te escondes…

lunes, 13 de julio de 2009

Ahora

Ahora que estoy solo y que me miro
y veo en mi reflejo la inocencia
que ya no está, que ha desaparecido;
ahora que remato con mi llanto
la rabia que corroe mis entrañas;
ahora que no siento lo que pienso
.....y el miedo me acompaña,
no sé ni qué sentir ni qué querer,
si estoy fuera de mí o estoy dentro,
si me encuentro en el hoy, en el ayer,
en el mañana, en el mar
.............o en el desierto.
No encuentro la manera de apagar
este cruel rayo que no cesa
ahora que me escuecen los murmullos
........y el alcohol puro
.................sabe a fresa.

Ahora que mi voz ha roto aguas,
ahora que describo lo que dictan
las calamidades, las patrañas;
ahora que si digo «sí» me engaña
el «no» que majestuoso clama dentro
del cuerpo de esta atormentada alma,
quiero dejar de soñar despierto,
........buscar bajo la manta
la voz atronadora que encanta
......los últimos versos:
sentir que no me tengo
en pie, que la desgana
se apodera de mí, que no merezco
vivir más, que las lágrimas
van rodando por el suelo.

Ahora que ya todo es inefable,
ahora que tengo lo que no quiero,
.................desechable
se vuelve mi conducta,
inacabable el cautiverio,
mi vida inservible se torna,
.......................y muero.

viernes, 10 de julio de 2009

Para Sofía, por su decimonoveno cumpleaños

Tardío, como los juegos de Olías,
es para mí este obsequio literario
que guarda tu nombre en un santuario.
Porque desde hace tiempo te debía

un regalo por ser ese gran día
en que tu edad avanza, mi anticuario
me deja en saldo el desgastado acuario
donde años ha lloré la gota fría.

Por eso, prima y amiga del alma,
mi pluma se sosiega y, con la calma
que proporciona un viaje al lejano hades,

cumple con mi deseo de enviarte
una muy breve muestra de este arte
que nos permite amar: felicidades.

martes, 30 de junio de 2009

Tiempo

La otra noche, aterrado
mi cuerpo ante el espejo,
atónita mi mente,
sibilante el viento,
la luz y el agua dulce
bañaban mi miedo.
................Entonces supe
que la vida era un desierto
y el sol, que acechaba, .........
...........los latidos del cuerpo.

Rompió a llorar la imagen disecada
..................y muerto
me vi.................
............................Muerto.

El joven imberbe que había mirado
el color rojizo de mis lágrimas,
tornóse en un eterno gesto
de melancolía, nostalgia
....................y desaliento.

Creció su barba, y su pelo
se extinguió con el transcurso
de los años,
.........y luego
su rostro se arrugó,
su corazón lento,
sus ojos entrecerrados,
sus labios quedos.

Esta mañana, ante el cristal,
................mi reflejo,
rociado por el alba
..............y por mi aliento,
me dijo, sin palabras:

«No te enfrentes al tiempo.

Él no hiere:

.................sólo pasa».

domingo, 14 de junio de 2009

Días largos (II)

Un poquito de vida cotidiana para terminar la semana. Como el domingo de hace dos semanas, hoy es un día largo y, por ello, recurro al mismo título que utilicé entonces porque no se diferencia en mucho de aquella insoportable jornada. Pocas diferencias hay entre hoy y el domingo que nombro: mañana no tengo que disfrutar de esa larga jornada de la tarde en el conservatorio, una pequeña suerte. Algo en común con aquel día: mañana tengo un examen, otro más, pero ya el último, lo cual sí me agrada muchísimo y significa que a partir del lunes por la tarde mi vida estará desenvuelta de ocupaciones obligatorias y podré dedicarme a las ocupaciones que más me gustan: leer, escribir y vivir lo que espero que sea un buen verano.

Aquel examen de Fonética acústica que tuve el primero de junio, es agua pasada: saqué un 3.25 sobre cinco puntos, lo que, unido al 3.45 del examen de febrero, da como resultado un 6.7 en la nota final. No sé si redondearán o me quedaré con los decimales, pero en cualquier caso me da igual: estoy aprobado, una asignatura menos. Fue bonito mientras duró. ¡Ja!

El jueves de la semana pasada sufrimos mis compañeros y yo unas horas de tensión (y mucho calor, por cierto) que correspondían al examen final de Lingüística, del que salí, a decir verdad, bastante más contento de lo que esperaba. De ocho preguntas sólo hubo dos que no tenía demasiado claras, pero que aun así respondí. Espero aprobar la asignatura, porque como me vea con esa en verano puedo empezar a creer en una existencia suprema y una vida más allá de la muerte, porque lo experimentaría en septiembre, y ya para entonces tendré que experimentar tres exámenes de conservatorio de los que, cuando me den las notas definitivas, dejaré aquí constancia.

Pues bien, decía que hoy es uno de esos días largos en los que uno no sabe qué hacer, o sí sabe qué hacer pero no tiene ganas de moverse, porque entre otras cosas el calor no lo permite, ese calor pegajoso, que no se va ni con cien litros de agua echada por encima ni con un ventilador como el que sopla sobre mí (y que no sirve de mucho). He visto por cuarta vez, si la memoria no me falla, Esta no es la vida privada de Javier Krahe, una película-documental que habla sobre la vida profesional, el arte y las curiosidades de este artista. Es un placer ver cómo tanta gente reconocida en el mundo del arte, más algunos añadidos, más personalidades importantes hablan sobre el talento indudable de Javier Krahe, el mejor juglar que pisa todavía nuestra tierra. También he leído durante un buen rato el nuevo libro que tengo entre manos, Los aires difíciles, de Almudena Grandes, una lectura que tenía pendiente desde que sus majestades los Reyes Magos de Oriente se dejaron caer y cubrieron de una mañana feliz las desoladas calles de este pueblo. Lo empecé anoche y esta mañana he tocado la página 120; quizá esta misma noche toque la 200, porque la cara que me pone el día que me queda…

Me muero de ganas de que terminen los exámenes de selectividad. Y eso que yo no los hago, ya tuve que aguantar esas horas de tensión que al final no supusieron el menor problema a la hora de escribir sobre la novela, sobre Platón, sobre Fidias, sobre Tucídides y sobre Virgilio. Pero, en cualquier caso, estoy deseando que terminen esos tres días, motivos me sobran y casi todos los conocen.

Ahora de lo que tengo ganas es de entretenerme con algo, y qué mejor en estos momentos para saciar esa sed que la literatura. No sé si hay gente leyendo esto detrás de sus pantallas, espero que sí —algunos me lo han dicho—, pero de todas formas seguiré aquí hasta que el cuerpo aguante, hasta que aguante mi voz.

Saludos.

Jorge.

jueves, 4 de junio de 2009

El adolescente que cambió de traje

Había una vez un circo que alegraba siempre el corazón, un circo lleno de leones, acróbatas, mujeres barbudas y, sobre todo, payasos. Un circo con el que todos los niños con una edad comprendida entre los cinco y los doce años soñaban cada noche, un circo que se montaba una vez al año, que duraba poco menos de una semana y que servía de diversión a gentes de todas las opiniones, razas y caracteres.

A ese circo queríamos ir a montar en las atracciones y que los leones nos lamieran las mejillas como gatos y los elefantes nos levantaran por los aires y los acróbatas nos diesen la mano en las alturas mientras mirábamos hacia abajo en dirección a nuestros padres, que nos observaban desde larga distancia. A ese circo queríamos acudir durante los seis días de duración y de ese circo no queríamos irnos aunque el dinero ahorrado durante todo el año, más la ayuda de nuestros abuelos, se hubiese extinguido en la tercera jornada. Qué recuerdos aquellos tiempos en los que uno tenía menos de doce años y ninguna preocupación sobre el qué dirán de los payasos que pasaban por alrededor.

Cuando el adolescente en que se había transformado aquel niño llegó a los catorce años, el circo se convirtió en una mezcla de rebeldía por salir con los amigos del instituto a hacer travesuras y un paraíso de atracciones y grúas de las que se podían extraer peluches que enamoraban a las chicas. En aquella época los jóvenes empezaban a descubrir el escozor que producen la mirada femenina azulada y los labios rosados cargados de las primeras marcas de maquillaje, de los primeros intentos de convertirse en una mujercita con trece y catorce años, con el rímel extendido por los párpados, la seductora purpurina por las mejillas y el infantil vestido colocado por estricta orden de la madre en su cuerpo. En aquella época también se empezaba a probar el primer tiro a la diana con esas escopetas desviadas que están más pensadas para recaudar fondos que para conseguir regalos. En aquella época se experimentaba en las entrañas el cosquilleo mezcla de la elevación y descenso de una caída libre y la angustia de no soltar una lágrima tímida delante de la amada de coletas y falda por encima de las rodillas.

Pero el tiempo pasa y a la edad de dieciséis años la mirada del adolescente fue dirigiéndose hacia la falda más corta, las piernas más cuidadas y el maquillaje perfilando los rostros de las gatitas que, con un ímpetu impropio de ellas, bailoteaban al son de un ritmo más bien pensado para dar saltos de euforia. Los labios sabían estremecerse por entonces con el contacto, por una parte, con los ajenos labios femeninos y, por otra parte, con la boquilla de una botella de moscatel o un vaso de un licor de coco al que todos llamaban Malibú con piña —y que terminó teniendo más sabor a agua, con los años, que a piña y coco—. Y si en algún momento la gente que habitaba la carpa junto con los leones que lamían caras, los elefantes que alzaban a las doncellas en alto, los acróbatas que se colgaban de los hierros y se subían en las mesas, y los payasos que trataban de controlar la humorística situación, se veía inmersa en una enorme turba que se movía en masa hacia la puerta, lo cual sólo significaba una cosa, pelea, no había otra salida, aparentemente sin peligro alguno, que seguir a la muchedumbre y salir de la carpa para evitar caer en el centro de la diana y recibir un golpe bajo.

Con diecisiete años el adolescente había empezado a vestir camisa negra y pantalón blanco con zapatos negros a juego con la camisa y se había familiarizado con el amargor del güisqui que, acompañado de dos generosos cubos de hielo, hacían mejor compañía que el circo de payasos que rondaba a su alrededor. Entonces se entretenía bailando con sus amigos, dejando de lado las atracciones que otrora había tenido por un paraíso, y cambiando de ideas con respecto a la multitud en movimiento hacia la puerta cada vez que alguien se agitaba a destiempo.

A los dieciocho y diecinueve años, el adolescente que una vez vistiera vaqueros anchos y camiseta, y que deseaba que llegase la fecha clave para saltar por los aires y palpar las nalgas de la joven más cercana y de más sensuales atavíos, había cambiado por completo su forma de ver aquel circo que en su niñez tanto amó, y podía ver desde fuera cómo los payasos hacían gracias sin gracia a los pequeños y mayores —pero nunca mayores que ellos—, cómo los leones dejaban de lamer las mejillas para acercarse de modo traicionero a otras zonas, cómo los elefantes no sólo subían a las doncellas en volandas, sino que se las llevaban a un lugar apartado donde jugar con ellas, y cómo los acróbatas subían por lo alto con la ayuda de un producto que había provocado, poco a poco, el completo descontrol del mundo en el que vivía. Entonces no pudo sino dar otro sorbo al güisqui en vaso corto, ahora con placentero sabor en el paladar y un estremecimiento mientras hacía contacto físico con la garganta, eso sí, sentado en un bar, con sus verdaderos amigos, una conversación interesante y más ganas de vivir que de matar, mejor sensación frente al caos generado por unos polvos blancos y la poca vergüenza de su generación, con la satisfacción de haber visto aquel proceso desde una perspectiva cada vez más externa, y más alejado de los acróbatas, los elefantes, los leones y los payasos.

lunes, 1 de junio de 2009

Notas y felicitaciones

Hoy comienza un nuevo mes, y con él la cuenta atrás para terminar los exámenes. Pero quiero dejar constancia de varios datos de especial importancia para mí. Me refiero a las notas que conozco hasta la fecha de las asignaturas que curso este año. Recuerdo aquel lejano post que escribí el último día del año pasado, en el que me dije a mí mismo que tenía que aprobar ciertos exámenes. Los aprobé, no voy a volver hacia atrás en el tiempo para referir aquellas notas porque no hacen falta, las notas de febrero, como siempre, importan poco.

A las que me voy a remitir es a las nuevas: hoy en la facultad, entre la hora de mi llegada y la del examen de Fonética acústica, he ido al despacho del profesor de latín para ver si estaban colgadas las notas finales. Hacemos, para el que no conozca el sistema, cuatro exámenes: dos sin diccionario —casi inútiles desde mi punto de vista y el de muchos— y dos con diccionario; en el primer cuatrimestre nos centramos en la prosa y en el segundo lo hicimos con el verso. Las notas de mis dos exámenes sin diccionario han sido idénticas: Apto ++. Y las de los exámenes con diccionario han sido las siguientes: un 9 en el de prosa y un 8,5 en el de verso. Con esto, la calificación final de la asignatura ha sido, según he podido ver en el tablón, de Sobresaliente (un 9). Soy la nota más alta de la clase, lo que significa que posiblemente podría llevarme la calificación de Matrícula de Honor, pero dudo mucho que tengan la delicadeza de otorgar esa calificación a una persona a la que no le sobra el dinero. De todas formas, me conformo con mi nota y, si no me dan la matrícula, nueve nuevos créditos que tendré que pagar el próximo curso, nada demasiado trágico.

En segundo lugar, referirme brevemente a la nota de otra asignatura que ya conocía pero que no he citado con anterioridad porque no quería escribir un post tan sólo para hablar de esa asignatura, aunque el tema daría para mucho. Se trata de la segunda lengua: muchos han cursado Inglés, otros muchos Francés, algunos Alemán, yo he cursado Griego Moderno y puedo asegurar que he aprendido más que en toda mi vida recibiendo clases inútiles de francés, e incluso más que en las de inglés. Mi calificación ha sido de Sobresaliente (otro 9, como el de latín).

Y finalmente, podría decir la nota de dos asignaturas optativas que ya aprobé en el primer cuatrimestre, pero no las recuerdo exactamente: Problemas y métodos en la sintaxis del español la aprobé, creo, con un 8, y Lingüística del texto y análisis del discurso la aprobé también, y creo que mi nota era un 6,5. Una cosa me he planteado y espero cumplir a rajatabla: nunca más volveré a coger de manera voluntaria una asignatura de lengua, la lengua es muy bonita para interesarse por ella en solitario y estudiar cuantos manuales de sintaxis —me encanta— uno quiera, pero no para cursarla los jueves y viernes de marzo hasta mayo a la una de la tarde.

He de decir algo con respecto a lo que anteriormente he contado: no quiero, en modo alguno, echarme flores, dármelas de sabihondo ni presumir de buenas notas, porque los que verdaderamente me conocen saben que mi naturaleza es precisamente la contraria a esa actitud. He escrito esto dirigido a las personas con las que no suelo hablar demasiado pero con las que mantengo alguna relación, para que si leen esto —y si van por esta línea han aguantado ya bastante— sepan cómo va mi trayectoria estudiantil en mi primer curso de Filología Hispánica.

La segunda parte del título, a la que también tenía que dedicar algún párrafo, no se refiere a mí mismo. No me felicito a mí mismo, eso si quieren que lo hagan otros. Yo estoy contento con mis notas. Las felicitaciones, en cambio, van dirigidas a una persona que siempre ha sido muy especial para mí y a la que nunca dejaré de tener en cuenta a la hora de ir a tomar unas cañas: mi hermano Jaime, que hoy cumple años —veintiséis ya, ¿no? Cómo pasa el tiempo—, así que desde aquí le mando un abrazo muy fuerte y cargado de amor fraternal. Nos veremos uno de estos días, cuando tu trabajo y mis estudios nos lo permitan.

Aquí, pues, dejo el asunto por hoy. Creo que me he extendido demasiado, pero en fin, para escribir sólo hay que tener algo que decir —decía Cela—, y hoy tenía varias cosas de las que hablar.

domingo, 31 de mayo de 2009

Días largos

Supongo que más de una vez recurriré a este título. Hoy es un día largo, muy largo, uno de esos días en que no sabes qué hacer, en que sólo quieres que pasen las horas y llegue la noche para dormir, uno de esos días que te producen dolor de cabeza, agobio, cansancio y aburrimiento. Es domingo y si aún estuviera dentro del horario habitual de trabajo o de clases podría quejarme porque mañana a las nueve tendría que estar en mi puesto, pero mi horario ahora mismo no se corresponde con el citado, ya que estoy de exámenes y hemos cortado las clases, de manera que no sería ése motivo para hacer de este último día de la semana y del mes de mayo una larga jornada como lo está resultando hasta ahora.

Mañana tengo un examen de Fonética acústica, examen que, según dijo el propio profesor, sería fácil y que espero aprobar, para lo cual tan sólo he de ser capaz de identificar los sonidos articulados por alguna persona, sonidos que aparecerán en un espectrograma en el que me tendré que basar para explicar si ha pronunciado una bilabial oclusiva sonora por su barra de sonoridad presente o una bilabial oclusiva sorda por la ausencia de este momento de sonoridad. Un examen, en definitiva, que espero superar. No me preocupa demasiado. También mañana —y esto sí me preocupa— me toca vivir una jornada más larga que la de hoy, pues al menos hoy puedo intentar entretenerme, como ya he hecho, con algunas actividades voluntarias, pero la de mañana es una jornada musical con clases de Composición que, espero, terminen resultándome como en los últimos dos meses: amenas.

Esta tarde me acompañan, además de los ya referidos espectrogramas, por una parte la prosa de Luis Martín-Santos, donde estoy descubriendo datos muy interesantes con respecto a la escritura creativa y fluidez prosaica, y por otra parte el ritmo poético y único de Jaime Gil de Biedma, que, junto a un buen vaso de alguna bebida refrescante —o estimulante…— al que acudir después de cada poema, me dan vida en esta extensa jornada. Hoy no puedo escribir prosa ni verso, se me resiste la creación tanto musical como literaria y necesito despejarme, despojarme de tensión. Uno lo empieza a comprender más tarde, porque la libertad que en principio creí recibida, se está empezando a convertir, y así seguirá siendo durante los dieciséis días de estudio que me quedan, en una lucha constante contra mí mismo, una pugna por fijar mi vista en los apuntes de Gramática Generativo-Transformacional y no en Nada hay tan dulce como una habitación / para dos, cuando ya no nos queremos demasiado.

En fin, confío en que el mundo siga girando, el tiempo —que huye— pase volando y llegue, como mínimo, la hora después del examen de mañana, donde podré disfrutar de las mejores malas compañías, tomar ese delicioso manjar negro y amargo con dos de azúcar, y reír, feliz de estar allí.

viernes, 29 de mayo de 2009

Regreso al infierno, y qué infierno

Lo único bueno que tiene el infierno es que sólo comprendes que se trataba del infierno cuando sales de él.

Felipe Benítez Reyes, en El novio del mundo.

Con esta frase recogida de una de mis últimas lecturas, aunque ya he hecho varias nuevas, voy a empezar a darle un poco de vida a este blog abandonado, a tratar de resucitarlo, a recuperar el tiempo perdido. Uno de los propósitos que mencioné en el último post era el de seguir escribiendo aquí dentro de un año, cuando vuelvan a dar las campanadas, y a punto he estado de no conseguirlo. Quiero regresar a las humildes labores de hablar con una pantalla de ordenador para contarle —y a través de ella a vosotros— mis reflexiones, mis pequeñas creaciones literarias y mis inquietudes, para ver que la gente que antes seguía este mi pequeño mundo vuelve a subirse conmigo al tren.

En este viaje, que espero que dure como mínimo para todo el verano, me gustaría hablar de muchas cosas, reflexionar, escribir algún que otro relato corto —aunque tiendo a extender mis textos literarios hasta transformarlos en relatos que termino presentando a concursos y que, por tanto, no puedo publicar aquí hasta dado el fallo—, algún poema de esos que se le ocurren a uno en clase de lingüística, recomendar libros y hacer críticas más o menos profundas de los que más me gusten. Y además de eso, hablar de mí, de qué ha sido de mi vida en estos meses de ausencia y de nostalgia —todo hay que decirlo— por volver otra vez a estas tierras virtuales y literarias.

La cita que encabeza este post, por cierto, se debe a que pensaba que tendría más libertad si no escribía aquí (pues saben los presentes, supongo, que escribo en otros blogs), pero nunca se sabe, no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, y ése ha sido mi caso (ojalá todos los infiernos fuesen así). No se puede decir de esta agua no beberé, porque lo que antes creías que te agobiaba resulta que ahora te agobia, pero por no estar a tu lado. El tiempo no pasa en balde para nadie —para nadie—, y creo que podría pararme un rato a pensar en si merece la pena volver a escribir aquí. Sobre todo ahora que estoy de exámenes, como muchos otros compañeros, y que es la fecha en que a todo el mundo se le ocurre tirar más para la vocación que para la obligación. En cualquier caso, nunca viene mal un descansito, yo me lo he tomado en este blog —aunque fue de manera involuntaria, creedme, no pensaba que las ideas que tenía fuesen a volar— y me lo estoy tomando en estos minutos que dedico a escribir. Espero que os lo toméis vosotros también en leerme. Iré escribiendo, espero, como mínimo un post semanal, aunque al principio supongo que serán más porque tengo mucho material acumulado en el cajón.

Espero veros por aquí, yo estaré atento, ojo avizor, a los comentarios que lleguen. En breve volveremos a hablar de literatura y de todas esas inquietudes que muchos tenemos.

Un abrazo a todos.