y escarba el corazón con dedos delirantes,
la cosquilla se transmuta en temblor
y la sonrisa se retuerce
en un gesto intranquilo
que trata inútilmente de vencer
los impulsos del aire.
Entonces, la palabra,
con su tartamudeo de torpeza,
se pierde en la bufanda, congelada
antes de conformar el verso
que calienta la voz.
M. Camino
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