Sin movimientos bruscos,
acaricia un poco sus comisuras
hasta humedecerlas. Recuerda
que no se quieren más
quienes efusivamente examinan
en lo desconocido
como si no supieran lo que oculta la ropa.
Cuando te dé permiso sin mirarte,
comenzará la aventura. Podrás
abrirle los brazos y buscar dentro
paisajes montañosos,
ríos de abundante caudal donde el tiempo se detiene,
donde suena la música en gotas de rocío.
Donde todo es posible, en suma, incluso la belleza.
Pero espera que lo pida el silencio.
Si el aire se calienta,
pellízcale la carne para ver
cómo sucede el jugo. Sabes
que es árido su olor
igual que los recuerdos infelices,
y que su piel reluce
como un manto de estrellas en el cielo tranquilo.
Si alguna vez te dice, te pregunta
por qué la exploras como un templo, piensa
en el eco de su garganta aullando
bajo la inmensa bóveda,
loba de amor con el lomo grisáceo de la noche.
Columnas sin estrías sostienen su dintel,
donde al fin te cobijas, perdido, manchado de su esencia.
Lo pedirá el silencio.
Mientras tanto, contémplala
como quien mira al infinito,
porque será mejor saberla toda
desde la lejanía,
que errar con los sentidos
cuando te enfrentes solo a la misión
de amar su desnudez de letra impresa.
Desnúdala en silencio si al final
te lo suplica.
Jorge Andreu
(En sentido figurado, año 7, nº 3, págs. 96-97)
1 comentario:
Hola.
Aunque no sea nadie para decir esto, lo digo: eres buenísimo.
Un saludo.
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