¡cómo vierte la tarde su quejido
de luz agonizante!
Se desparrama
su voz cansada de regir
la vida de los hombres.
El árbol está triste,
desde mi mesa puedo contemplarlo:
disuelto en el espejo de las horas,
ese árbol ya descolorido,
protagonista silencioso
del horizonte.
Ajenos al concierto,
los niños juegan
a lanzar sus riñas por el rellano
—devuélveme el juguete, que no es tuyo—.
Sólo les interesa tener en propiedad
sus artificios.
El árbol fue semilla y antes tierra.
Creció ordenando el mundo carroñero
y nos dio lluvias.
Pero sus hojas hoy derraman
sólo ceniza
porque se muere el tiempo o lo matan los niños.
¿Por qué nadie se para a mirar su hermosura?
Todos desvían su atención
a los malditos niños
que claman, por derecho a divertirse,
contra el silencio de las nubes.
Dichosos, ¡ay!
Jorge Andreu
2 comentarios:
Me ha gustado mucho, Jorge, sobre todo el inicio, las dos primeras estrofas, donde tu voz es de un lirismo exquisito y describes un paisaje externo reflejo de la desolación del interno.
Un abrazo, amigo.
Muchas gracias, Isabel. Ese árbol, en realidad, es una nube sobre el mar. Y yo en medio, envuelto en gritos infantiles. ¡Ay!
Estoy impaciente por conocer el nervio de la piedra. Me debe de llegar en unos días.
Un abrazo!
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