El viento recibe con su mejor bienvenida
a aquel corredor de negro y azul
como el cielo confuso de las ocho.
Las olas lo acompañan y lo empujan
a luchar contra los pulmones,
combate ya perdido de antemano.
Suena el gong…
—¿o son bocinas de coches?
¿O acaso el trote al coincidir
con el ritmo de la respiración?
Suena como un aleteo de moscas,
da igual su procedencia.
...
El corredor, la boca abierta
después de soportar tamaño esfuerzo,
se conforma al saber que en la otra orilla
encontrará la paz que busca,
un asomo de placidez
que lo espera al final de la escalada.
Entonces, amanece.
Y el sol lo encuentra suplicando
por llegar con aliento
al último peldaño.
M. Camino
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