domingo, 26 de septiembre de 2010

Despedida del verano (y mis lecturas veraniegas)

Anoche terminé de leer Herzog, de Saul Bellow, una novela que me ha dejado muy buen sabor de boca para terminar las lecturas veraniegas. Ya no me da tiempo a leer los libros que me quedan de la lista, así que los añado a la lista de otoño. De la que os enseñé a principios del verano, me han quedado cinco libros por leer: Anna Karénina y Los miserables (que eran los más interesantes y, por eso, los dejé para el final, sin contar con que se me cruzarían muchas lecturas y el final llegaría antes de tiempo); La calera, Orgullo y prejuicio y La muerte de Virgilio (este último porque vencía el periodo de préstamo en la biblioteca y muchos asuntos se entrecruzaron aquellos días —no iba a leer a Broch en el tren hasta Santander porque me volvería loco y apenas podría paladear el sabor de su prosa). Tengo pendientes, sobre todo, a Hermann Broch —pues me gustaba mucho la novela y llevaba 200 páginas— y los dos volúmenes más gruesos de la lista: Tolstoi y Victor Hugo.

Ya he hecho otra lista para el otoño. Me he centrado en literatura universal de principios del siglo XX y algo del XIX, aprovechando que este año curso esas dos asignaturas en la carrera y que, aunque nos pese, no estudiamos literatura universal, sino sólo española, así que conviene buscarse la vida. Algunos de los nombres, pues, que he colocado en primera fila para los próximos meses son: Virginia Woolf, Thomas Mann, Marcel Proust, William Faulkner, Sylvia Plath, entre otros. Y por supuesto, en otro extremo, la última novela de Almudena Grandes, que no la dejaré pasar y que empezaré, casi seguro, en diciembre (tras la feria del libro del instituto donde abandoné al macarra que fui y me hice lector de Saramago).

Este verano ha sido un poco extraño. No me detendré a contar con detalle sus rarezas, pero las ha habido, y algunas me han servido de mucho. El viaje a Santander, una tierra que nunca pensé que conocería, me ha abierto los ojos a muchas cosas y me ha hecho contemplar el mar como nunca antes lo había mirado: «nunca jamás volveré a verte / con estos ojos que hoy te miro». Ese y otros acontecimientos del verano, como el pequeño concierto que hicimos con el grupo del Fuego de la Utopía, donde canté tres canciones (una de ellas dedicada al recién fallecido José Saramago, que causó emoción a algunos de los oyentes), o el camping, me han hecho vivir un buen verano. En fin, aunque podía haber sido mejor de haberse dado determinadas circunstancias, no me quejo.

Mañana comienza mi curso universitario. Tercero de Filología Hispánica, como sabéis. Y sexto de piano. Será un año duro. Habrá que soportar, como siempre, muchas injusticias y muchas tonterías, pero de eso está hecho el arte y no podemos remediarlo. Ahora salgo a la calle a disfrutar de la naturaleza en mi último domingo de plena libertad, libro en mano, cuaderno de anotaciones en bandolera y muchas ganas de empezar con buen pie el nuevo curso. Veremos qué se puede hacer.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Una imagen poética

(Escrito el 23 de septiembre, a falta de una cámara de fotos)


El extremo izquierdo es gris, toda la tristeza la ha absorbido el cielo. Ha llegado el otoño y son las seis de una tarde nublada. Pero cuando miro a la derecha veo algún resquicio de luz: parece que el sol ha llorado luces sobre el mundo, y sus lágrimas se derraman sobre los edificios lejanos, como si fueran copas de cristal de bohemia. Sin embargo, el suelo, según veo, sigue seco y jadea con la voz del viento que acaricia mis mejillas y eriza el vello de mi nuca. Está a punto de llover, pero las nubes, caprichosas, se resisten a prestarnos su fragancia.

¿Acaso no es eso la poesía: una imagen que sugiere sin enseñar, que cautiva con la mirada sin decir nada concreto, que esconde tras su aire de inocencia, como una bella nínfula, un deje de melancolía, desprecio, sensualidad o desaliento? Ahora me acuerdo de Humbert Humbert y su obsesión. Respiro una vez más el aire de la costa, cierro mi libreta, me despido del banco de piedra y, con la vista fija en esta imagen imposible de inmortalizar con una cámara fotográfica, reanudo mi paseo.


Jorge Andreu


jueves, 23 de septiembre de 2010

Los clásicos de Grecia y Roma (Biblioteca Gredos)

Ha terminado el verano y, aunque —como sabéis— mi verano abarcó desde el 17 de junio hasta el 31 de julio y en agosto se detuvo por completo a causa de los exámenes de septiembre y, por tanto, mi verano continuará hasta el domingo de esta semana, he de hacer algo que me prometí a mí mismo y a Bloguzz desde que recibí esta promoción.


Los clásicos de Grecia y Roma es un producto de RBA coleccionables, una colección de la Biblioteca Gredos dirigida por el catedrático de Filología Griega Carlos García Gual, que consta de 149 libros correspondientes a las grandes letras clásicas: desde la Odisea hasta Diógenes Laercio, desde tragedias hasta diálogos de Platón, desde poesía lírica como la de Catulo u Horacio hasta la épica latina de Virgilio. Todo esto en una edición de pastas duras, elegantes, comentada y anotada por especialistas de la talla de Emilio Lledó, Francisco Rodríguez Adrados o Francisco L. Lisi.

Las primeras cinco entregas, las que he recibido como promoción, contienen títulos de conocimiento básico de las letras griegas. La primera entrega es la Ilíada, en un volumen de 600 páginas con Introducción General, la obra, mapas, un índice analítico y otro onomástico (muy útil en estas lecturas).

La segunda entrega son dos libros: la Odisea y la Teogonía de Hesíodo (donde también se incluyen los Trabajos y días y Escudo, más otros fragmentos), de nuevo con buenas introducciones y sus índices analítico y onomástico. La Odisea, por cierto (que es la obra en que me embarco en estos días mientras trato de llevar a buen puerto mis últimas lecturas veraniegas), está adaptada de un modo sorprendente a los metros clásicos y tiene, pues, un ritmo constante de dáctilos en castellano a la manera del hexámetro con sus pies de largas y breves en griego.

Para la tercera entrega cambian de género literario y se introducen en las Fábulas de Esopo en un volumen que también incluye las fábulas de Babrio. Se trata de textos muy breves y útiles para reflexionar.

La cuarta y quinta entregas pertenecen al teatro clásico y, a falta de Eurípides que vendrá en la siguiente entrega, tenemos las Tragedias de Esquilo y las Tragedias de Sófocles en dos volúmenes, uno por entrega.

La primera entrega salió a la venta en el quiosco el 9 de septiembre a 3.95€. Ha pasado ya tiempo, pero quizá quien esté interesado logre encontrarla en alguna librería. De hecho, casualmente ayer paseaba por un centro comercial y en una pequeña librería la vi expuesta al público. La segunda entrega salió a la venta hace dos días a 9.95 €, y seguro que podrán encontrarla con facilidad. La siguiente entrega será el día 28.

He de decir algo de interés para aquellos que deseen hacerse con la colección completa. En la web tienen la opción de suscribirse. ¿Y qué ventajas tiene ser suscriptor? Entre otras, la de adquirir todas las entregas con un descuento de 1 euro, que no es mucho ahorro pero que a la larga se nota. Además, también podrán tener algunas entregas gratuitas y, por si esto no es poco, darse de baja en cualquier momento.

Es una oportunidad, creo, de tener aquellos libros cuya lectura a veces no se lleva a cabo por la incomodidad de salir a una librería a comprar un título determinado. Por este precio, hacerse con las obras clásicas será fácil, y más aún si son en ediciones bien tratadas.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Madrugada del 17 de septiembre

Siento cómo el mundo tiembla a mi alrededor: se mueven las cortinas, el ventilador se agita, mi pelo se interpone en el camino de mis ojos, la sombra de mi mano al escribir, iluminada por el flexo situado a mi derecha, se tambalea al compás de la escritura. De vez en vez, un fucilazo deslumbra la habitación como una cámara fotográfica, y entonces la sombra de mi mano cambia de posición del mismo modo que mi vista, otrora fija en el papel y luego ensimismada en un cielo cuya oscuridad, atravesada por un rayo, goza del rescoldo de su resplandor. Las gotas se empujan, impacientes por chocar contra el suelo de una calle que se estremece con los gritos de las nubes. Es como si la vida se fuese a romper de un momento a otro. Hasta el pobre Cortázar me mira asustado desde la portada de su libro.

Escribo tras los cristales, envuelto en el silencio de mi dormitorio, de mi casa entera a oscuras, sólo habitada por mí en estos días; tan sólo resuena el repiqueteo incesante de la lluvia sobre mi techo, como si intentara acceder al interior y hacer que fluya la tinta con cuyo rastro dejo constancia del momento. Son las tres de la madrugada y no pienso sino en el sabor que el Sacro Bosque de Bomarzo me ha dejado en el paladar tras la última página, y en la vida de ese Pier Francesco Orsini que esta noche me sirve de consuelo.

Ahora me chirrían los oídos: se ha hecho el silencio total después del último rugido del horizonte. Extinto el rumor de la lluvia, oigo desde el escritorio, más allá de las paredes, las ventanas, las persianas y los barrotes, el llanto de mi compañera de pesares, asustadiza, que bajo el porche, sumergida, refugiada en su caseta y aislada del mundo cruel que amenaza su sueño, reclama tranquilidad, pues madruga más que nadie y debe estar fresca para defender con sus ladridos nuestro espacio. Gracias a ella, hoy me siento protegido pese a mi soledad. Aunque todavía siento como si el cielo quisiera resquebrajarse. ¿Lo conseguirá? Esperaré sentado.


Jorge Andreu