Anoche terminé de leer Herzog, de Saul Bellow, una novela que me ha dejado muy buen sabor de boca para terminar las lecturas veraniegas. Ya no me da tiempo a leer los libros que me quedan de la lista, así que los añado a la lista de otoño. De la que os enseñé a principios del verano, me han quedado cinco libros por leer: Anna Karénina y Los miserables (que eran los más interesantes y, por eso, los dejé para el final, sin contar con que se me cruzarían muchas lecturas y el final llegaría antes de tiempo); La calera, Orgullo y prejuicio y La muerte de Virgilio (este último porque vencía el periodo de préstamo en la biblioteca y muchos asuntos se entrecruzaron aquellos días —no iba a leer a Broch en el tren hasta Santander porque me volvería loco y apenas podría paladear el sabor de su prosa). Tengo pendientes, sobre todo, a Hermann Broch —pues me gustaba mucho la novela y llevaba 200 páginas— y los dos volúmenes más gruesos de la lista: Tolstoi y Victor Hugo.
Ya he hecho otra lista para el otoño. Me he centrado en literatura universal de principios del siglo XX y algo del XIX, aprovechando que este año curso esas dos asignaturas en la carrera y que, aunque nos pese, no estudiamos literatura universal, sino sólo española, así que conviene buscarse la vida. Algunos de los nombres, pues, que he colocado en primera fila para los próximos meses son: Virginia Woolf, Thomas Mann, Marcel Proust, William Faulkner, Sylvia Plath, entre otros. Y por supuesto, en otro extremo, la última novela de Almudena Grandes, que no la dejaré pasar y que empezaré, casi seguro, en diciembre (tras la feria del libro del instituto donde abandoné al macarra que fui y me hice lector de Saramago).
Este verano ha sido un poco extraño. No me detendré a contar con detalle sus rarezas, pero las ha habido, y algunas me han servido de mucho. El viaje a Santander, una tierra que nunca pensé que conocería, me ha abierto los ojos a muchas cosas y me ha hecho contemplar el mar como nunca antes lo había mirado: «nunca jamás volveré a verte / con estos ojos que hoy te miro». Ese y otros acontecimientos del verano, como el pequeño concierto que hicimos con el grupo del Fuego de la Utopía, donde canté tres canciones (una de ellas dedicada al recién fallecido José Saramago, que causó emoción a algunos de los oyentes), o el camping, me han hecho vivir un buen verano. En fin, aunque podía haber sido mejor de haberse dado determinadas circunstancias, no me quejo.
Mañana comienza mi curso universitario. Tercero de Filología Hispánica, como sabéis. Y sexto de piano. Será un año duro. Habrá que soportar, como siempre, muchas injusticias y muchas tonterías, pero de eso está hecho el arte y no podemos remediarlo. Ahora salgo a la calle a disfrutar de la naturaleza en mi último domingo de plena libertad, libro en mano, cuaderno de anotaciones en bandolera y muchas ganas de empezar con buen pie el nuevo curso. Veremos qué se puede hacer.