domingo, 24 de noviembre de 2013

Alejandro Zambra - La vida privada de los árboles (2007)

Al tratar de hacer una sinopsis de una novela cuyo argumento es justo la falta de conflictos entre los personajes y, por tanto, la ausencia de todo hilo argumental más allá de lo anecdótico, la tarea se convierte en una ardua labor. Verónica no ha vuelto de su clase de dibujo, su pareja Julián no sabe por qué y para hacer que Daniela, la hija de Verónica, coja el sueño le cuenta un cuento sobre la vida privada de los árboles. Verónica aún no vuelve, Julián intenta buscar una explicación a su ausencia y se entretiene mientras tanto en revisar su novela. Verónica no vuelve, la niña está dormida, Julián se pone nervioso y lucha por no ser objeto de una narración. Julián no sabe, en suma, si será la última noche que espere a Verónica, si ella ya no volverá a su lado, y la inquietud le impide dormir. He aquí la mera anécdota que La vida privada de los árboles tiene por argumento. Sin embargo, como una semilla esta anécdota hace brotar nuevos frutos que convierten, sin remedio, a Julián en el objeto central de una narración que él pretende pasar de largo.

Alejandro Zambra convierte la espera de un hombre inquieto en el motivo principal de una breve pero intensa narración, a lo largo de la cual, mientras la pequeña Daniela duerme, el pasado de su protagonista es reconstruido contra su propia voluntad. Y es que durante la larga espera Julián no puede resistir la tentación de rescatar algunos ramalazos de su memoria, desde 1984, cuando el niño que fue mira la televisión, hasta el momento en que Daniela, cumplidos los treinta años, cambia algunas palabras y visitas con su verdadero padre. Pasado, presente y futuro se dan cita en una sola noche que duraría toda la vida si los recuerdos quisieran, y que aparecen sostenidos por varios motivos recurrentes, hilo conductor de una narración que, en principio, no tenía argumento: la espera de Julián y, con esta, su insistencia en ser escritor y no objeto escrito, más el sueño de Daniela en su dormitorio. 

Se trata de escasos ingredientes que sirven al escritor chileno para elaborar una metáfora de la creación literaria, donde el azar se mezcla con la memoria, donde cabe la invención en el mismo hueco que la realidad, el personaje de una novela junto al padrastro impaciente, ambas voces, cada cual a su manera, proyectadas hacia quien quiera oírlas. Con el contrapunto de relaciones pasadas y un amor que nació de la mera anécdota —como el argumento de esta novela—, la vida, ese «enorme álbum donde ir construyendo un pasado instantáneo, de colores ruidosos y definitivos», se sucede a lo largo de esa noche definitiva que no terminará hasta que suceda una de las dos opciones que se abren ante nuestro protagonista: que Verónica regrese tras un retraso importante o que no regrese jamás. 

Pese a todo, llegará un momento en que al lector no le interese saber si Verónica regresará, porque sabe que cuando regrese, o Julián se dé cuenta de que nunca volverá a su lado, el libro acabará: he aquí la destreza de Zambra para hacer que un acontecimiento de lo más trivial trascienda los límites para formar parte de una narración contrapuntística, hecha desde una voz para varios discursos, que se lee de un tirón y deja el eco de un corto sueño.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Los papeles de Marcel (XXXVI)

              Cuando el frío traspasa las fronteras
              y escarba el corazón con dedos delirantes,
              la cosquilla se transmuta en temblor
              y la sonrisa se retuerce
              en un gesto intranquilo
              que trata inútilmente de vencer
              los impulsos del aire.

              Entonces, la palabra,
              con su tartamudeo de torpeza,
              se pierde en la bufanda, congelada
              antes de conformar el verso
              que calienta la voz.

M. Camino

domingo, 17 de noviembre de 2013

Juan Eduardo Zúñiga - La trilogía de la guerra civil (2011)

Existe una tendencia, de sobras conocida, de recuperar de la memoria los restos de lo que ha sido el episodio más cruento de la Historia de España: la Guerra Civil Española y sus consecuencias, que en gran medida arrastramos hasta hoy. La labor de Juan Eduardo Zúñiga es decisiva en lo que respecta a la literatura española que ha trabajado ese periodo de vidas y muertes, ya que en los tres libros recientemente recogidos en un único volumen da cuenta de multitud de situaciones que ofrecen un fresco de los acontecimientos vividos por aquellas personas que se encuentran en lo que Unamuno llamara la intrahistoria. Tres son, pues, los momentos que abarca esta trilogía: los primeros meses de enfrentamiento, la inminente derrota del bando republicano y los años del miedo inmediatos al final de la guerra. 

Bajo el título de La trilogía de la guerra civil, el presente volumen reúne los libros de relatos Largo noviembre de Madrid (1980), Capital de la gloria (2003), que ganó el Premio Nacional de la Crítica y el Premio Salambó, y La tierra será un paraíso (1989), siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos tratados. Nos encontramos, pues, ante un conjunto de nada menos que treinta y cinco relatos —dieciséis, diez y siete, más otros dos incorporados en la nueva colección—, en los cuales el autor moldea una serie de personajes envueltos por el miedo, el peligro y la incertidumbre que supusieron los años de la guerra y posteriores. 

Escritos en un estilo poético, con una prosa de largo aliento que desgrana poco a poco, sin pausa y con los pormenores del pintor más detallista, los rasgos de un personaje que adquiere carácter universal conforme avanza la acción, estos trozos de realidad filtrados por el lenguaje hacia el ámbito de la ficción consiguen estremecer, en más de un caso, a los lectores más sensibles. Su lectura requiere una concentración especial por los pormenores de cada frase, las cuales no dejan una sola palabra en el tintero ni permiten que otras resbalen de la trama. Así son en su mayor parte los relatos que se ocupan de los meses iniciales de la guerra y de la inmediata posguerra, tal vez por eso de resumir en pocos impactos el estallido general y el eco que resuena en las conciencias de los vencidos. Valgan ejemplos como «Noviembre, la madre, 1936» o «Interminable espera», donde la narración adquiere tintes de monólogo interno cuya fluidez arrastra por los recovecos de una sintaxis abrumadora que deja sin respiración a los lectores, en un suburbio de palabras tan punzantes como las imágenes plasmadas. 

Por otro lado, cabe destacar la calidad de las metáforas que cada relato esconde y que requiere, eso sí, mucha atención: los casos de «Calle de Ruiz, ojos vacíos», sobre un ciego abandonado en mitad de un bombardeo, «Un ruido extraño» y el ambiente que lo acompaña con manos manchadas, o el extenso «Camino del Tíbet» sobre las reuniones clandestinas, arrojan situaciones que enseguida se convierten en objeto de reflexión desde múltiples perspectivas. 

Sin embargo, si he de escoger entre los tres volúmenes, creo que los mejores relatos se encuentran en el más tardío Capital de la gloria, que centra su atención en los últimos momentos de la guerra. En este libro sí que encontramos verdaderas joyas narrativas como «Rosa de Madrid» —en mi opinión, el mejor relato de la trilogía, con muchas lecturas, metáforas y una precisión de lenguaje envidiable— o el estremecedor «Las enseñanzas», donde aparece una cita que reproduzco para terminar y que bien podría resumir no sólo la trilogía completa, sino el sentimiento que una vez envolviera a todo un país dividido en enemigos: «Esto es la guerra, hijo, para que no lo olvides».

domingo, 10 de noviembre de 2013

José Hierro - Tierra sin nosotros (1947)

En los años posteriores a la Guerra Civil Española surgió una corriente estética denominada «poesía social», que en teoría abarca, en forma de testimonio poético, las experiencias de aquellos intelectuales comprometidos con su entorno. Aunque no nos guste incluirlo en esa estela, de acuerdo con un cada vez más amplio sector de la crítica literaria, en principio uno de sus máximos representantes fue el santanderino José Hierro, nacido en Madrid pero afincado desde muy temprana edad en Santander, la bahía de su admirado Gerardo Diego. 

Encarcelado en más de una ocasión por sus ideas republicanas, dolido con la época llena de injusticias que le tocó vivir, Hierro es autor de una de las mayores muestras de lo que parece destacar entre los testimonios de la poesía social: Tierra sin nosotros. Por muy diversos motivos, su primer libro, publicado en 1947, es un abanico de posibilidades para el estudio de la poesía española de posguerra, que esclarece la situación histórica en que se inserta y sirve como punto de partida para un extraordinario desarrollo literario que abarcaría hasta el año 1998, en que el poeta, después de navegar por cien mares y atracar en cien riberas, escribe su fabuloso Cuaderno de Nueva York.

Desde una visión subjetiva filtrada por el recuerdo, José Hierro imprime sobre el papel un testimonio de ese grupo herido por el fin de la contienda y obligado, en el mejor de los casos, a la sumisión. Con el paisaje santanderino «Enfrente» en un momento en que todo estalla sin previo aviso, el poeta rescata aquellas imágenes de la naturaleza que dejan constancia de la situación histórica del país: una gaviota que sobrevuela por un cielo de ceniza, la luna que permanece impasible ante la muerte de los hombres, las hojas del otoño. Elementos todos que ayudarán al «Recuerdo» individual desde el que nuestro poeta lanzará la imaginación hacia la visión global del hombre de su tiempo. El testimonio se vuelve colectivo en la tercera parte, «Nosotros», encabezado por uno de los mejores poemas de toda su obra, «Generación», donde hallamos una de las claves más importantes de este libro: que «el dolor nos hace hombres» y, por tanto, nos mantiene unidos en la adversidad

Por otra parte, en su cuarta sección, «Oraciones», Hierro ofrece, a modo de pausa, una serie de imágenes que han vuelto a la individualidad, pero no ya de un hombre particular, sino de un hombre hecho de todos juntos, que con sentimiento de culpa se reprocha a sí mismo el haber tenido el alma dormida. El pasado ha convertido al hombre en algo extraño, muy distinto de lo que el hombre quería ser. Por eso en la «Tierra sin nosotros» de la última sección, que da a su vez título al poemario, se muestra a la generación de republicanos abatidos por la guerra, formando un conjunto, como compañeros de la misma tierra. Finalmente, el libro se cierra con un estremecedor epílogo de incertidumbre que obliga a pensar en un futuro esperanzador pero difuso, porque hemos de beber las brisas «sin saber a dónde nos llevan…».

Se trata, pues, de un libro de testimonios engarzados entre sí por un tono melancólico, mediante el cual los poemas se explican por sí solos y explican sus contornos. El ritmo nervioso, la insistencia en los elementos naturales, el valor del nosotros como eje principal, todo ello hacen de este libro una obra fundamental de la poesía de posguerra. Sin embargo, los lectores más ávidos de José Hierro y de su finalidad poética descubren en estos cuarenta poemas el primer eslabón de una obra literaria de gran enjundia a la que merece la pena asomarse.

jueves, 7 de noviembre de 2013

                         DEL MANTO AZUL, CORONA DE ESTE MUNDO,
                         donde se esconde el rey de la belleza
                         como un niño en su infinita grandeza,
                         en busca del sosiego más profundo;

                         del vasto espejo donde en un segundo
                         la vida de los ángeles empieza
                         para romperse en olas la corteza
                         muy pronto de su pecho moribundo:

                         me tiende el horizonte un dulce beso
                         y la sonrisa de una fiel amante
                         que me abre el alma entera con su llave.

                         Vivir en las palabras el exceso,
                         revuelto en los vestigios de un instante:
                         eso es el mar, quien lo probó, lo sabe.

Jorge Andreu
Del libro Del mar y sus vestigios (2013)


lunes, 4 de noviembre de 2013

Los papeles de Marcel (XXXV)

                 Cuando hasta los segundos se eternizan
                 y llueve luz cansada sobre el sueño
                 de la fugitiva memoria,
                 los recuerdos solapan las vidas que hemos sido,
                 secuencia fotográfica de anhelos
                 que se agolpan sin ruido.

                 Y en el silencio asoman los minutos restantes.

                 Inalcanzables.

M. Camino

domingo, 3 de noviembre de 2013

Miguel Delibes - Las ratas (1962)

Si hay algo que define la obra de Miguel Delibes es, en su mayor parte, su mirada hacia la naturaleza y su atención al pueblo como personaje. La visión de Torrecillórigo, el ambiente en que se desenvuelve la trama de Las ratas (1962), representa un claro ejemplo de su estilo más logrado. Para algunos críticos, esta novela, ganadora del Premio de la Crítica en 1962, está compuesta de anécdotas banales que sólo consisten en relatar diferentes situaciones dentro de una sociedad pueblerina de Castilla, mientras que otro sector de la crítica opina, muy al contrario, que cada una de esas anécdotas forma una pequeña parte de lo que visto en conjunto representa una lucha entre el bien y el mal, un fresco donde los intereses del hombre, la pobreza en lucha contra la tiranía, la supervivencia y el progreso se entrecruzan y retroalimentan. 

La historia de Las ratas, en efecto, puede resumirse en la oposición de su protagonista a abandonar la cueva donde ha vivido siempre en aras de sumarse al «progreso» del país. Si bien todos los personajes gozan de importancia porque cada cual refleja una cara de un poliedro, este protagonista colectivo que es el pueblo tiene un eje central: el Nini, un niño que vive en una cueva apartada del pueblo con su padre, el tío Ratero, y que, con la compañía de su perra Fa, se dedica a cazar ratas para ganar su sustento alimenticio, luchando a su vez contra quienes hacen de la cacería un objeto de comercio. Hijo de una relación incestuosa, representado como un sabio porque, gracias a la observación del mundo, a su corta edad ya se ha convertido en un profundo conocedor de su tiempo y entorno, el Nini es como un Jesús entre los doctores porque todos en el pueblo acuden a él para preguntarle dudas sobre las cosechas, la caza, el santoral y toda clase de conocimientos.

En la tríada compuesta por el Nini, su perra Fa y su padre el tío Ratero destaca un rasgo fundamental: su arraigo, y con este su obcecación en no abandonar la cueva. Para el Nini, un niño de apenas once años, ceder la cueva para vivir en el pueblo supone sumarse al «progreso», que significa depender del dinero y, en consecuencia, un desarraigo. Si tenemos en cuenta que tanto él como su padre cazan ratas para sobrevivir, sin necesitar riquezas materiales, y que durante toda su vida han permanecido en el campo, puede interpretarse la novela como un menosprecio de corte y alabanza de aldea, en diálogo con la tradición literaria más remota. La oposición entre campo y ciudad se traduce en una lucha entre el bien y el mal, protagonizada por el niño que, en sus travesuras, evita con discreción que se cometan muchas de las injusticias de las que es capaz el ser humano. Pero el empeño nunca es suficiente y el destino se cierne sobre el hombre.

En suma, se trata de una obra de lectura muy ligera, con un fondo político importante sobre los años de la posguerra en un pueblo castellano. Una de las obras más reconocidas de Miguel Delibes, muestra indudable de que la literatura es inmortal.