lunes, 28 de octubre de 2013

Los papeles de Marcel (XXXIV)

                       La vida se dibuja en la ventana
                       en forma de paloma. Libertad
                       nublada de vuelo indeciso,
                       te empuja el viento como laten las horas
                       y se lleva tu rastro la luz del día.
                       ¿Hacia dónde se irá a morir la tarde
                       cuando te canses de batir las alas?
                       Descúbreme el secreto, ave rapaz,
                       mientras la tierra tergiversa
                       los minutos del hombre.

M. Camino

domingo, 27 de octubre de 2013

Ernesto Sábato - El túnel (1948)

La obra novelística del argentino Ernesto Sábato, de gran éxito internacional y amplio reconocimiento por parte de la crítica, se reduce a tres títulos: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador, con un tema común, base de la filosofía del escritor. La obsesión por el mal, la crisis espiritual y moral del hombre en un tiempo de circunstancias difíciles, la desesperanza y la búsqueda de lo imposible componen la visión del mundo de Sábato. En su primera novela, para un sector de la crítica la más importante y mejor lograda, da cuenta de esta temática que reúne el combate entre el hombre íntegro y el universo abstracto, víctima de la infelicidad y del afán por buscar lo inalcanzable.

La historia de El túnel es la de un psicópata que asesina a su amante. Contada por su protagonista, el pintor Juan Pablo Castel, esta novela corta ofrece un estudio introspectivo con buenas dosis de esquizofrenia, un recorrido por la historia de amor frustrado entre el pintor y María Iribarne. El punto de partida es el momento en que durante una exposición de pintura la muchacha presta especial atención al cuadro de Castel titulado Maternidad, en el que retrata a una mujer que asiste a los juegos de su hijo mientras en una esquina superior de la pintura aparece una ventanita con una mujer mirando al mar. En ese cuadro se encuentran los motivos que generarán toda la trama, hasta el momento en que Castel asesina a su amante. El resultado es la búsqueda de una explicación a la situación actual del pintor, quien, sentado en su celda, recuerda cuáles fueron las circunstancias que lo condujeron a cometer el crimen.

Resulta sobresaliente la composición estructural de la novela: con forma de anillo, la trama termina igual que empieza, y en su desarrollo atiende a dos imágenes fundamentales, la de la ventana y la del túnel, que resumen los sentimientos de Juan Pablo Castel. Su amor hacia esa muchacha que muy pronto empieza a hacerle daño es un intento por volver a la infancia, retroceso en el que el protagonista recorre un camino en permanente oscuridad, en perpetua soledad, representado por el túnel. El túnel, símbolo de la angustia y la desesperanza, está compuesto de piedra con algunas secciones de vidrio, desde las que únicamente puede ver a su amada sin alcanzarla. Por último, el camino del túnel, que desemboca en un clímax de enfermedad y violencia, hacen del protagonista un infeliz. De esto se deduce que el hallazgo de la felicidad es una ardua labor que siempre termina en una desgracia, porque sólo la desesperanza y la soledad gobiernan el alma del hombre.

Una lectura más que recomendable, sin duda, pero para la que se necesita una visión desde fuera. Los razonamientos a los que se entrega Castel son contagiosos, porque lo mismo pueden interpretarse como una sátira social que cobran de pronto el carácter de una confesión íntima de las más bajas pasiones. Una novela redonda, de las que merece la pena contemplar y examinar como el detalle más ínfimo del cuadro ofrecido.

viernes, 25 de octubre de 2013

Gabriel García Márquez - Memoria de mis putas tristes (2004)

Todo buen lector conoce, al menos en un par de títulos, la obra de uno de los grandes escritores hispanoamericanos del siglo XX, uno de los protagonistas de lo que se dio en denominar el boom de la novela a mitad de siglo, la llegada a España de los nuevos narradores latinos. La contribución de Gabriel García Márquez a nuestra cultura ha sido bastante significativa: Premio Nobel de Literatura, su narrativa abarca desde el cuento, pasando por la novela corta, hasta una colección de novelas de aliento entre las que destacan Cien años de Soledad y El amor en los tiempos del cólera. Hoy os vengo a hablar de su última obra, una novela corta titulada Memoria de mis putas tristes, de deliciosa lectura debido a su eufonía.

El protagonista es un periodista que el día antes de cumplir noventa años decide contratar los servicios de una prostituta virgen y adquiere hacia ella un amor paternal lleno de ternura. De ese regalo surge el descubrimiento de un sentimiento nunca antes experimentado en su vida: el amor verdadero, casto y puro, que no se parece en nada al deseo que conoció en su juventud. Y entre escenas de dulce amor e intentos vanos de tener relaciones sexuales, asistimos a una búsqueda interior en la que el personaje siente la necesidad de proteger a tan indefensa criatura, sin dejar de lado los celos por el hecho de que alguien pueda poseerla en el mismo antro. 

El poema de amor que podemos considerar esta obra desarrolla, sin pecar de cursi ni de lacrimógeno, los sentimientos de un hombre que en la senectud experimenta el descubrimiento del amor y la proximidad de la muerte. Sin embargo, aunque como novela no pasa de mera anécdota, tiene tres aspectos que en mi opinión salvan la obra: la recuperación del romance de Delgadina y una plasticidad en la prosa que embellece las características del personaje. La tercera aportación para salvar la novela es esa clase de puer-senex a la inversa: es Delgadina la encargada de proporcionar un nuevo conocimiento al anciano, a quien todos conocen como el Sabio. Resulta especialmente interesante este último aspecto porque es la prueba de cómo una historia superficial puede adquirir universalidad en cuanto que es una búsqueda de la inteligencia.

En resumen, estamos ante una pieza breve de la que se puede extraer mucho jugo, tanto ácido como dulce según la lectura que emprendamos. No es, con todo, la mejor obra del escritor colombiano, pero ello no quita que merezca, como mínimo, una cata. 

lunes, 21 de octubre de 2013

Los papeles de Marcel (XXXIII)

                             La memoria se vuelve crisol de lo fantástico
                             en estas noches cortas
                             de lucha contra los fantasmas. Lucho
                             por discernir mentiras y palabras
                             en el recuerdo real de la existencia.
                             Y lo que a veces vomita la pluma
                             se me antoja verdad, pero invisible.

                             Acaso el objetivo se condense
                             en transcribir la invisibilidad
                             de lo que un día acariciamos.

M. Camino

domingo, 20 de octubre de 2013

Alejo Carpentier - El reino de este mundo (1949)

La figura del cubano Alejo Carpentier (1904-1980) es uno de los pilares sobre los que se asienta la narrativa hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Su concepto de «lo real maravilloso», la ficcionalización de la Historia por su lado más asombroso hasta casar lo inverosímil con lo verdadero, ha trascendido a la literatura contemporánea desde la publicación, en 1949, de su primera gran novela conocida: El reino de este mundo.

Escrita después de un viaje por Haití en 1943 durante el cual descubre la cotidianidad del surrealismo en América, la primera parte de la conocida como «trilogía de lo real maravilloso» describe los sucesos más relevantes de la historia de Haití desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX. En un tono a caballo entre la crónica colonial de minuciosa descripción y la fantasía más delirante, la novela da cuenta de una maravillosa síntesis de la historia haitiana. 

Los acontecimientos, absolutamente fieles a la realidad, se desarrollan según uno de los patrones que más se utilizarán en las narraciones de lo real maravilloso: el tiempo cíclico. El continuo flujo de la historia, que describe un círculo por cada vez que el hombre intenta rebelarse contra el poder, aparece a lo largo de una narración hecha desde el recuerdo de Ti Noel, un esclavo negro que asiste al desarrollo de diferentes rebeliones de los hombres y que, desde la senectud, llega a una conclusión acerca de su comportamiento en el reino de este mundo.

Por encima de todo, el mensaje subyacente a la novela, no obstante la insistencia en el carácter cíclico de la historia y en la visión maravillosa de la realidad, es el choque entre dos culturas, y con este, la necesidad que tiene el hombre de imponerse «Tareas» para arreglar un mundo sin arreglo. El destino del hombre, parece decirnos Carpentier, es caerse y levantarse constantemente: de ahí la necesidad de arreglar el mundo en un tiempo de continuo regreso sobre sí mismo, de buscar la justicia de una realidad siempre injusta.

Una lectura más que recomendable, por supuesto, como punto de partida para el conocimiento de un estilo literario que marcó un antes y un después. Una base imprescindible para conocer la obra de Alejo Carpentier, particular y universal a partes iguales.

viernes, 18 de octubre de 2013

Del mar y sus vestigios - Reseña de M. Carmen García Tejera

La profesora María del Carmen García Tejera, de la Universidad de Cádiz, ha publicado esta reseña de mi libro Del mar y sus vestigios en la revista Speculum. Revista del Club de Letras, en el número de otoño de 2013. Si pincháis en el enlace, podéis descargar el archivo en PDF y leer la revista electrónica.

Gracias, Carmen, por tu amabilidad y tu atención.

domingo, 13 de octubre de 2013

Ramiro Pinilla y los casos de Samuel Esparta

Existe en el ser humano una tendencia a imaginar la realidad, a reinventarla a menudo filtrada por nuestro juicio sobre el mundo para encontrar el equilibrio del que carece el día a día. En busca de las aventuras que vivían los personajes de los libros de caballería salió don Quijote a desfacer entuertos; con la misma intención, y empujado por esta y otras aspas de molino, el librero Sancho Bordaberri decide hacerse investigador privado. El escritor vasco Ramiro Pinilla hace de este acontecimiento un quijotesco homenaje a la novela policíaca y a los grandes nombres del género, al mismo tiempo que revisa la sociedad de Getxo durante la posguerra. Y lo hace hasta la fecha en dos novelas: Sólo un muerto más, donde resuelve un crimen que quedó sin respuesta en su trilogía monumental sobre la historia del País Vasco, y El cementerio vacío, que retoma el hilo con un asesinato reciente en mitad de una romería.

En la primera de las obras se nos presenta Sancho Bordaberri como un joven librero,  aspirante a escritor, que quiere seguir los pasos de Raymond Chandler y Dashiell Hammett pero al que las editoriales le devuelven una y otra vez los manuscritos. Ha descubierto que no tiene imaginación y ese es el motivo de su fracaso literario, así que echando la vista atrás, y acompañado de su secretaria Koldobike, decide recuperar del pasado un caso de asesinato que quedó archivado por el advenimiento de la Guerra Civil Española: el caso de los gemelos Altube, uno de los cuales murió atado a una peña. La investigación, cuyo procedimiento será el habitual de interrogatorios y búsqueda de pistas que conduzcan a pruebas fehacientes para identificar al asesino, despertará la inquietud en los vecinos de Getxo y servirá, al mismo tiempo, de materia narrativa para el recién bautizado Samuel Esparta (en honor, por supuesto, al Sam Spade de su admiradísimo Hammett). De esa manera, la nueva novela, de la que Esparta es narrador y protagonista, gozará de un realismo que no requiere imaginación sino reflejo de la pura realidad, la que el autor y protagonista tiene ante sus ojos en el transcurso de su investigación. 

Lo que encontramos en el fondo de esta primera novela es, más que la búsqueda de un asesino, más allá de la resolución de un caso criminal, el hallazgo de un estilo narrativo. Samuel Esparta era un asiduo lector de novela negra que, con su conversión en investigador privado, logra meterse en la piel del personaje —porque es su propio personaje— y por tanto se siente capaz de llevar a cabo la difícil empresa de desarrollar una narración con intriga, verdad y hondura. Y por si fuera poco, los acontecimientos y la época lo conducen necesariamente a elaborar un fresco de la sociedad de la posguerra marcado por una crítica al Franquismo en uno de los personajes cruciales para la trama. Samuel Esparta se ha convertido, por tanto, en lo que Sancho Bordaberri soñara: un escritor de novela negra que, gracias a su tratamiento de un caso criminal sin resolver, ha llegado a una doble conclusión, literaria y policial, que traerá sus consecuencias.

Existe, por otra parte, una leyenda en Getxo según la cual en los cementerios cercanos al mar las tumbas se vacían cuando dos enamorados se encuentran después de su muerte. Este es el punto de partida para El cementerio vacío, segundo caso de Samuel Esparta, que a la manera de la segunda parte del Quijote recupera la anterior novela y hace al pueblo conocedor de la misma, en tanto que su protagonista y narrador vuelve a tratar un caso de asesinato. Los vecinos de Getxo, que ya conocen los resultados de la primera investigación de Samuel Esparta, se opondrán a la investigación del asesinato de la preciosa Anari, que apareció muerta detrás de la iglesia de San Baskardo, dando por hecho que el maketo que la acompañaba es el culpable. 

La redacción de esta nueva novela, es decir, la investigación de otro asesinato, supone una reflexión metaliteraria parecida a la de Sólo un muerto más, con el añadido de que ahora no sólo se reflexiona sobre la realidad y la ficción, sino sobre la ficción dentro de la realidad y viceversa, y además se impregna toda la materia narratológica de una crítica social que ya no sólo atiende al Franquismo, sino también al nacionalismo vasco, centro del nuevo estudio. Samuel Esparta, al recibir el encargo de dos muchachos amigos del sospechoso, decide involucrarse en la investigación mientras paralelamente la policía franquista trata el caso, el hermano de la víctima es fusilado por el régimen y el pueblo entero acusa sin pensarlo al maketo, un forastero. En consecuencia, otro retrato de la posguerra española hecho en clave detectivesca.

Si bien esta segunda entrega parece la huella de la anterior, en cuanto reflexión metaliteraria tiene su sustancia. No es, con todo, lo mejor de la narrativa del escritor vasco, aunque sí plantea un horizonte de posibilidades para su futura producción. 

lunes, 7 de octubre de 2013

Emilio Lledó - El silencio de la escritura (1991)

La escritura es producto de la experiencia y, a su vez, la experiencia está constituida por la memoria individual. Cuando un escritor prepara una obra literaria o filosófica, lo mismo que el hombre que piensa unas palabras antes de pronunciarlas, tiene el único y principal objetivo de dirigir una serie de pensamientos a un destinatario. El filósofo Emilio Lledó reflexiona en este libro sobre los problemas que supone la transmisión del texto desde su creación hasta su recepción y la permanencia de su contenido en el fluir del tiempo.

El silencio de la escritura, con el que su autor obtuvo el Premio Nacional de Ensayo en 1992, es una reflexión sobre el proceso comunicativo y el papel del lenguaje en la filosofía. Mediante un análisis de los conceptos que atañen a la transmisión de información desde un emisor hasta un receptor, con especial énfasis en el empleo del lenguaje filosófico o literario, Emilio Lledó no ofrece soluciones, sino que estudia los problemas con los que sobre todo el lector se encuentra a la hora de abordar la lectura de un texto. Si el texto es fruto de la experiencia otorgada por la memoria individual, el autor ha recibido una serie de ideas que plasmará en su escrito para hacerlas llegar hasta su destinatario, el lector, quien a su vez tiene la misión de descifrar su contenido actualizando la información en el tiempo de la lectura. Dicho de otra manera, el texto es un producto del pasado que se proyecta hacia un futuro y que cada lector recibe en su presente, con el fin de actualizar el pasado en que fue escrito. En suma, el texto es un ejercicio que resulta del esfuerzo de su autor por preservar la memoria individual en el campo colectivo de la historia del pensamiento humano. 

Del mismo modo que el texto se hace continuamente con cada lectura, el lenguaje ha sido, desde sus comienzos, un continuo desarrollo del pensamiento y ello explica la necesidad de un Platón para la existencia de un Sócrates o el amplio abanico que un cartesianismo abrió para el resto de la filosofía. Lo mismo sucede con la tradición literaria, pues no existiría la novela actual sin el Cervantes de las ejemplares, ni las travesuras de los personajes literario españoles sin la huella de Lázaro de Tormes. El lenguaje es conocimiento de uno mismo y, para conocernos, hemos de echar la vista atrás, recurrir a la memoria para recuperar el pasado y avanzar hacia delante. 

Por eso la de Emilio Lledó no sólo es una obra de referencia para la filosofía, que recupera el mito platónico de Theuth y Thamus, sino también para el conocimiento de cada individuo en su tiempo. Su lectura nos ayuda a pensar que vivimos en un contexto determinado donde la palabra permanece escrita y requiere de nuestra atención para resucitarla cada vez. La palabra es una semilla que florecerá mientras haya unos ojos dispuestos a prestarle atención. En definitiva, recuperar la semilla plantada por Emilio Lledó no sólo ha sido un placer por el tono de su redacción, que al principio puede parecer hierática pero que, sin embargo, constituye una red de la que uno no puede salir, sino también porque nos ayuda a reflexionar sobre la verdadera importancia de la lectura y la escritura, el asentamiento de la memoria individual en el seno de un futuro colectivo.