lunes, 27 de enero de 2014

Los papeles de Marcel (XXXIX)

               Tiene el teléfono un aire siniestro
               cuando rompe el murmullo de la tarde
               con su trino imprudente.

               Sus notas eternizan el segundo
               que tarda un lector en cerrar su libro
               matando al personaje.

               Y cuando el dedo silencia su canto
               para atender a la voz electrónica
               de un buzón sin garganta,

               retumba la paciencia contra el techo
               de saber que otro instante inabarcable
               la aleja del placer.

M. Camino

domingo, 26 de enero de 2014

Hermann Broch - Pasenow o el romanticismo (1931)

Toda obra artística es hija de su tiempo. Ya lo dijeron algunos filósofos antes y muchos escritores lo demostraron, lo cual convertiría a Hermann Broch, aparentemente, en uno más. El vienés que a sus 45 años todavía no era conocido como el gran escritor cuya fama trascendería el flujo de la edad, en 1931, dio a la luz la primera entrega de una de las trilogías más emblemáticas de la literatura universal de principios de siglo: Los sonámbulos. Compuesta por Pasenow o el romanticismo, Esch o la anarquía y Hugueneau o el realismo, la obra pinta un mural de la decadencia de finales del XIX y los primeros años del XX a través de tres fechas significativas —1888, 1903 y 1938— y tres personajes que preludian el desastre en que se convertiría Europa. La primera de ellas supone una revisión del sentimiento romántico, la falsa virtud de las apariencias y las tradiciones decimonónicas.

La acción arranca cuando en 1888 el señor Von Passenow visita a su hijo Joachim en Berlín. Joachim von Passenow es un militar aristócrata que ha confiado su seguridad a la hombría de su uniforme y que, en el transcurso de una velada, se cruza con Ruzena, una meretriz polaca de la que cae perdidamente enamorado. Su relación con la joven, un contacto carnal y soñador que lo induce a pretender una vida más agradable, supondrá un inconveniente para el matrimonio que sus padres han acordado entre Joachim y Elizabeth Baddesen, procedente de otra familia aristocrática y cara opuesta a la sensualidad de Ruzena. Junto al indeciso militar circula, en la misma corriente pero a otro ritmo, Bertrand, complemento de la personalidad del protagonista, representante de un positivismo en ciernes que lo cuestiona todo y persigue la objetividad alejándose de los sentimientos. 

Así pues, encontramos cuatro puntos cardinales que ven la vida desde un prisma distinto: el soñador Joachim von Passenow frente al objetivista Bertrand, la sensual Ruzena en oposición a la formal Elizabeth. Amor sentimental y amor interesado luchan en el interior de Joachim contra la figura paterna que encarna la tradición.

El elenco de personajes constituye una metáfora de las cuatro caras del ser humano, reflejo del decadente fin de siglo. Dos actitudes del hombre enfrentadas entre sí, la de seguir el cauce de la tradición —Joachim— o encarar una nueva vida —Bertrand—, son las que plantea Hermann Broch en un relato que va más allá del mero entretenimiento. Con la prosa densa, llena de matices, que caracterizaría más tarde su novela más famosa, La muerte de Virgilio, el narrador desgrana el alma de sus personajes, reflexiona de manera explícita y llega a unas conclusiones que, en complicidad con el lector, completan el perfil de cada uno de sus personajes. 

Para leer con un lápiz en la mano y la disposición de extraer la última gota de su jugo, Pasenow o el romanticismo es una de esas lecturas que calan por sus logros de entonces y su inevitable actualidad. Porque, en cierto modo, ¿no es verdad que asistimos a la caducidad de una época cada vez más podrida? Toda obra artística es hija de su tiempo. Y sobrevive al flujo natural.

lunes, 13 de enero de 2014

Los papeles de Marcel (XXXVIII)

                       Bajo la piel oculta del cuaderno
                       emergen las palabras,
                       heridas de punzón y tinta
                       con aroma a renacimiento.

                       Es mirar la vida un instante
                       y convertirla en letra impresa,
                       eternizada hasta que el tiempo
                       arrastre de un soplo nuestros papeles.

M. Camino