lunes, 26 de agosto de 2013

Los papeles de Marcel (XXX)

                                VERANO 

                   Cuando las horas se dilatan
                   y sufren los minutos ese peso
                   que aploma las conciencias.

                   Cuando las frentes encharcadas
                   dejan morir a un cuerpo en el sofá
                   porque la tarde asfixia.

                   Cuando el ruido de los coches
                   retumba en las paredes como un gong
                   perdido en la memoria.

                   El tiempo entonces sufre de evasión
                   y deja a los segundos que actúen a sus anchas
                   y al sol que nos infunda pesadumbre

                   para afrontar la noche.

M. Camino

miércoles, 21 de agosto de 2013

Adagio cantabile (frase musical)

Busca a una mujer joven y hermosa que te cuide como a un niño. La encontrarás un día cualquiera por obra de la casualidad. Os enamoraréis, seréis felices bajo las sábanas y compartiréis el silencio durante la cena. La vida te lo agradecerá con un hijo o dos. Pero búscala siempre con la perseverancia de un pirata en pos de su tesoro. Estará a la sombra de un espejismo y brillará pálidamente. Y cuando logres acallar su ímpetu rociándole la nuca de nobles sentimientos, olvídame a tu antojo como una labor cumplida. Yo te observaré desde el cielo, amor mío.

Jorge Andreu

domingo, 18 de agosto de 2013

Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte (1942)

Mucho se ha debatido y escrito sobre la primera novela de Camilo José Cela, que cambió el rumbo de la narrativa española de los años 40, y mucho queda aún por descubrir de esta fantástica narración a la que, si bien se le han achacado algunos defectos técnicos que son causa de la juventud del autor cuando redactó el manuscrito, no se le puede negar el excelente tempo narrativo, el lenguaje directo y la intensidad de cada una de sus páginas, que facilita la lectura por dejar sin aliento al lector al mismo tiempo que dificulta la experiencia por lo tremendo de su contenido.

Publicada en 1942, La familia de Pascual Duarte es la primera prueba que hace el autor gallego por renovar la narrativa española de su tiempo, afán de renovación que está presente en toda su obra. En ella lleva a cabo la redacción de unas memorias por parte de un campesino extremeño que desde la cárcel recuerda su pasado para darse a sí mismo una explicación sobre el presente: en aras de buscar la redención por la escritura, Pascual Duarte, autor de su biografía en primera persona, recuerda su infancia, la pérdida de la inocencia, el carácter primitivo del ser humano que él mismo representa y la estética de la violencia como única manera de redimir las diferencias entre rivales. La masculinidad, la maternidad, la venganza y el odio se entrecruzan como los recuerdos de un condenado a muerte: con cierto desorden, captados caprichosamente por la memoria y en busca de ofrecer salvación a quien los reproduce. Desde su celda, el nuevo Pascual, arrepentido de sus actos, echa la vista atrás para consolarse de ser un hombre bueno al que las circunstancias han obligado a actuar como un animal.

La novela se nos presenta bajo la técnica del manuscrito hallado, ya utilizada por Cervantes, y ofrece una moral a contrario a la manera de la novela picaresca, por lo que tanto su forma como su contenido están sujetos a la tradición literaria española. Por si fuera poco, la confesión de un reo que cuenta su vida en primera persona no deja de ser una terapia utilizada en multitud de obras precedentes con las que conecta a la perfección. 

Dada la cantidad de documentos que enmarcan la materia narrativa —a saber: la Nota del Transcriptor, la Carta de Pascual Duarte, el Testamento de Joaquín Barrera López y, después de las memorias, otra Nota del Transcriptor seguida de dos cartas—, puede deducirse que el asunto de la obra no es ya la descripción de un paisaje rural donde prima la violencia y los instintos primarios del animal en que se convierte el hombre sometido a situaciones extremas, sino la manera en que este hombre, de vuelta al sosiego y a la espera de que llegue la hora de su ejecución, se consuela pensando que su mal comportamiento fue producto del «ciego destino» o de los «designios del fatum», en palabras del propio narrador.

Así pues, estamos ante un testamento literario de alguien que apenas sabía leer y escribir y que, a fuerza de culpabilidad, busca en la escritura su salvación. Pascual Duarte será ejecutado por haber sido un asesino, pero tendrá la conciencia tranquila cuando todo acabe y dejará el documento escrito de su vida a merced de sus posibles lectores. Los de ahora, lectores del siglo XXI, debemos tener presente que las situaciones extremas llevan al ser humano a cometer atrocidades como las que aparecen en esta novela, lo cual demuestra una vez más la inmortalidad de la buena literatura. 

miércoles, 14 de agosto de 2013

La culpa

Al caer la tarde, un hombre llegó a casa, tomó un cuchillo de cocina y apuñaló a su mujer. Después de cebarse con ella durante diecisiete puñaladas, miró su gesto de terror sin vida y dejó caer el instrumento. Se echó las manos a la cabeza y gritó, arrepentido de sus acciones. Pero ya no había vuelta atrás. El cuento había acabado.

Jorge Andreu

miércoles, 7 de agosto de 2013

La verdad

Nadie lo creyó cuando dijo que oía sonidos extraños en el recibidor. Durante las vacaciones había imaginado que las sombras poblaban la casa, arrastrando sus quejidos por las habitaciones, juguetonas como niños en la soledad de su existencia. Juró que al entrar en su cuarto había visto la negrura saltar por la ventana y no había podido retenerla. Sólo tiene doce años, murmuraron los padres esa noche. Y el niño tuvo miedo.

Una tarde, mientras los padres hacían compras rutinarias, el hijo oyó a alguien entrar por la puerta principal. Al asomarse a la escalera halló el salón vacío. Ni rastro de sombras en el recibidor.

Luego llegó hasta su dormitorio el eco de unos pies que llevaban a rastras el peso de un hombre. Recorrió todas las esquinas en pos de ese sonido que se acentuaba por momentos. Sólo vio un espejo en el recibidor, y en él, su rostro. Una ola de frío arañó su espalda. Entonces, convencido de encontrar la respuesta, escribió en la libreta de recados: «volveré enseguida». Pero no volvió.


Jorge Andreu

lunes, 5 de agosto de 2013

Los papeles de Marcel (XXIX)

                        La mañana recibe mi bostezo
                        como quien cede el paso a la impostura.

                        Cobran vida los bares de la plaza
                        y se llenan de voces y pedidos,
                        mientras dos bocas comparten recuerdos
                        de una noche de fiesta, allá en un banco.
                        Son ceniza de la llama que ayer
                        ardiera como el sol bajo las nubes,
                        y hoy esperan, con resaca de carne,
                        el bocado de lumbre en sus secretos.

                        Sus palabras se mezclan con el pan
                        y los pasos de un pobre transeúnte.

M. Camino

domingo, 4 de agosto de 2013

Juan Marsé - Últimas tardes con Teresa (1966)

¿Cómo hablar de una obra de arte sin dejar que la emoción se me escape por la boca? La lectura de esta novela, quizá una de las mejores que se hayan escrito en español en la mitad del siglo pasado, ha marcado un antes y un después no sólo en mi mundo, sino que ya en su momento causó estragos en los lectores porque Juan Marsé demostró que se puede hablar de los sentimientos sin cursilerías. Últimas tardes con Teresa (1966) es una inolvidable historia de amor entre un ladrón de motocicletas y una estudiante de la alta burguesía catalana. Su argumento se construye a base de oposiciones y los problemas que aparecen a lo largo de la trama se resuelven con la elegancia propia de un gran escritor. Su lenguaje despierta la imaginación de los lectores hasta límites insondables y crea una serie de expectativas saciadas, por supuesto, conforme avanza la narración. Su arquitectura es la del más sólido edificio revestido de una decoración que nos mantiene atentos a cada detalle.

Cuando Manolo Reyes, alias el Pijoaparte, se cuela en una fiesta de la alta burguesía catalana durante la noche de San Juan y conoce a Maruja, no tiene ni idea de que sus relaciones con esa muchacha lo acercarán a la señorita Teresa Serrat. Esta guapísima rubia de diecinueve años es una estudiante universitaria metida en asuntos de política y con unos ideales que la alejan del mundo burgués al que pertenece. A raíz de un azaroso accidente, la universitaria y el Pijoaparte inician una relación de cordialidad que poco a poco se convierte en un amor de verano con todas sus ventajas e inconvenientes.

Construida en torno a cuatro personajes opuestos entre sí —Teresa, Luis, Maruja y Manolo—, la novela se articula mediante una narración lineal con una voz omnisciente y algunos saltos temporales que reconstruyen el pasado de los personajes. Asimismo, las fantasías de los protagonistas quedan retratadas gracias al monólogo interno, recurso que atraviesa algunos capítulos en lo que dura un instante de realidad y que ofrece algunas de las páginas más logradas de la novela. El lenguaje, directo, donde no faltan las expresiones más vulgares mezcladas con el vocabulario más decoroso, donde mantienen un reñido pulso la narración y la descripción de los sentimientos, es uno de sus aspectos más destacables. Todo ello compone un lienzo de cuyos trazos nos olvidamos durante la lectura para disfrutar del resultado: una obra de arte elaborada con el pincel más detallista y la paciencia del artesano.

Como toda buena novela, Últimas tardes con Teresa admite varias lecturas desde muchas perspectivas, aunque el autor, según ha dicho en varias ocasiones, en modo alguno persiguiera el objetivo de representar la lucha de clases, ni un ajuste de cuentas con la burguesía a la que él nunca perteneció, sino solamente una entrañable historia de amor pensada para el deleite personal. Estamos ante un amor de verano que cala en lo más hondo, porque no sólo hay besos, caricias y complicidad, sino también una realidad, la de las clases sociales, que impide el normal desarrollo de los acontecimientos. Se trata de una de esas lecturas a las que uno debería regresar de vez en cuando con la seguridad de que no desperdiciará el tiempo.

sábado, 3 de agosto de 2013

Billy Wilder - El apartamento (1960)

En el fondo, hay muchas razones para reconciliarse con el género humano, y a veces la programación de los jueves por la noche, en Los Clásicos de la 1, nos ayuda a darnos cuenta. La otra noche dieron en televisión El apartamento (1960), una «comedia trágica» considerada como la obra maestra de Billy Wilder y ganadora de 5 Oscars. La protagonizan un excelente Jack Lemmon y una encantadora Shirley MacLaine que a lo largo de estas dos horas hacen reír, pensar e incluso emocionan sin permitirnos un descanso. 

C. C. Baxter trabaja en una empresa de seguros y tiene una vida sencilla con un problema muy particular: vive de alquiler en un apartamento y, a cambio de un ascenso laboral, se ve obligado a cederlo a sus superiores para sus citas extramatrimoniales. Pero un día se complica la situación al enamorarse de una ascensorista que es, a su vez, amante del dueño de la empresa. Llegado ese momento, la comicidad pasa a segundo plano durante buena parte de la cinta para iniciar un dilema entre el deber y los sentimientos que es el núcleo del conflicto.

Billy Wilder atribuye la voz narrativa al protagonista, que se presenta como un oficinista corriente con un pequeño problema —que cuenta como algo anecdótico— y que en el curso de la historia se mostrará como un títere del poder. Con una narración lineal el argumento ofrece al espectador, en primer lugar, un perfil de los huéspedes espontáneos que hacen uso del apartamento, todos situados en la empresa por encima de Baxter, para contrastar con el protagonista, que cede a los chantajes de su jefe porque ve que el ascenso por fin llega y lo transporta a cargos cada vez más importantes. Pero el choque con su jefe al descubrir que la guapísima Fran es su amante incide en el carácter de Baxter y provoca un cambio de tono en la acción, que desde ese momento se ralentiza y se detiene en los pormenores de la, primero, incómoda, luego crítica situación en ese triángulo de amor, desamor y sumisión.

La película nos abre un abanico de asuntos sobre los que reflexionar: desde el chantaje de los jefes hacia sus empleados hasta la falta de escrúpulos de los empresarios más poderosos para con sus amantes, a las que al margen del matrimonio encandilan con falsas promesas y juegos de seducción. El tratamiento de la mujer como un objeto también es un tema relevante de esta historia: todas las mujeres que aparecen en escena mantienen relaciones con los superiores de Baxter y todas son atendidas sólo en el apartamento para evitar problemas en los respectivos matrimonios con otras mujeres, probablemente malcasadas. Y por último, un tema de un crudo realismo que trasciende la línea del tiempo —pensemos que la película es de 1960 y, de pura inmortalidad, puede aplicarse a los años que corren—: las consecuencias de enfrentarse a la tiranía, decisivas para el final. Desenlace, por cierto, con una guinda memorable para el pastel que, pese a todo, nos arranca una última sonrisa.

En suma, El apartamento es una obra maestra que no ha perdido con los años más que la calidad del sonido y que recomiendo a quien no la conociera de antes o, como yo, sólo de oídas. Uno de esos motivos por los que atender a la televisión los jueves por la noche.

Jorge Andreu