miércoles, 31 de octubre de 2012

George A. Romero - La noche de los muertos vivientes (1968)

Desde mis primeras experiencias con videojuegos, hace ya algunos años, tengo cierta fascinación por los muertos vivientes, pero no los que salen en las novelas actuales, sino los que inspiran miedo de verdad. Me gusta el cine de terror y me gusta ver los orígenes de algunas cosas. Por eso La noche de los muertos vivientes (1968) ha significado para mí un buen hallazgo. Sé que hay nuevas adaptaciones de la obra, pero prefiero quedarme con la primitiva a pesar de la distancia temporal que implica una serie de fallos de rodaje, como los puñetazos mal disimulados o las extremidades de alguna clase de producto semejante a la carne pero fácil de amputar sin efectos especiales. Dirigida por George A. Romero, La noche de los muertos vivientes habla de un tema similar a todas las películas del mismo estilo: las radiaciones —en este caso de un satélite— provocan el despertar de los muertos. No iba a ser menos, porque esta película influyó en las posteriores de este género y resulta imprescindible para los amantes del cine de terror. 

En el cementerio de Pennsylvania, Bárbara y su hermano son atacados por un hombre de una fuerza extraordinaria y movimientos pesados. Ella consigue huir y refugiarse en una casa, en la que se encontrará con Ben, quien huye del mismo peligro desde otra parte. Para proteger a la chica, Ben cierra con madera y puntillas todas las entradas de la casa con la intención de permanecer juntos a la espera del amanecer. Pero los zombis se multiplican y hacen de su refugio una serie de dificultades que los tiene al borde de la muerte. Por otra parte, en el sótano de la casa ya había una familia refugiada, cuya hija está herida, nadie dice de qué al principio, pero es de suponer que la ha mordido un muerto viviente y que tarde o temprano se transformará en uno de ellos, como en efecto dicen en la televisión. 

Así pues, la trama se articula en el interior de una casa rodeada de criaturas cuyo número aumenta por momentos. Este ambiente da una sensación claustrofóbica que favorece mucho el argumento —aunque provocada sin intención, ya que se debió a la escasez de presupuesto—. Lo que sí aumenta la angustia del espectador es el acompañamiento musical, que se ajusta a cada secuencia e imprime ritmo a una narración lineal con datos muy previsibles. Aspecto este último que podemos perdonar si tenemos en cuenta que a lo largo de la cinta no hay una secuencia estática que frene el transcurso de la historia: muy al contrario, todo pasa tan deprisa que no permite respirar, y cuando hay un momento de sosiego está situado en un punto estratégico en el que la acción se ralentiza por unos minutos para explicar la situación en el exterior y el comportamiento de los zombis. 

Esta película es un buen ejemplo de cine que no requiere grandes efectos especiales y que consigue sumergirnos en una atmósfera verdaderamente aterradora, gracias a la interpretación de los protagonistas, al reducido espacio del escenario, a la banda sonora y a la claridad de la narración.

lunes, 29 de octubre de 2012

Los papeles de Marcel (X)

                            Quisiera ser la luz que te ilumina
                            cuando se esconde el sol por la frontera.
                            El olor de la sombra
                            se convierte en vainilla
                            cuando suenan en la radio los tiempos
                            de la séptima de Beethoven,
                            segundo movimiento.

                            Hasta el autobús mantiene las formas
                            bajo las nubes cada vez más tristes.
                            Entretanto, tus aguas se oscurecen
                            acariciadas sólo por la luz de los coches,
                            que no es la tuya.

                            …Ojalá pudiera hacerte brillar
                            como la luna ahora con su guiño imprudente.

M. Camino

domingo, 28 de octubre de 2012

Ricardo Menéndez Salmón - Medusa

Admiro a los escritores que hacen del pensamiento un motivo de ocio, que conceden un lugar especial a la reflexión dentro de una historia sin excederse en digresiones ni pedanterías. Ese es Ricardo Menéndez Salmón, un autor que en 150 páginas abre tantas preguntas en base tanto al significado de las palabras como al de la narración, que uno tiene la certeza de que encontrará nuevos interrogantes cada vez que emprenda una lectura de una misma novela. Medusa —la última del novelista y filósofo gijonés—, es la historia de un individuo marcado por la maldad del ser humano, sólo vencible por medio del arte, un océano en el que se perdió como una gota de agua hasta un hallazgo fortuito.

Todo comienza cuando el narrador encuentra por casualidad, mientras busca información sobre la iconografía de la maldad en el siglo XX, una película en cuyo final aparecen las palabras «Prohaska me fecit». Desde ese momento, el doctorando se convierte en autor de un ensayo biográfico sobre Karl Gustav Friedrich Prohaska, extraño personaje que desde su niñez se enamora de las imágenes y se labra una trayectoria desconocida como pintor, fotógrafo y cineasta del horror. Alemán nacido el 24 de diciembre de 1914, Prohaska pertenece a una familia donde el amor es un sentimiento desconocido y a cuyos miembros asola la desgracia. El que será biógrafo del artista, Stelenski, dirá siempre de él que era un muchacho difícil, obsesionado con la invisibilidad y con que lo único que perdura del hombre es el arte. 

De esta manera, gracias al testimonio de su biógrafo oficial y de la interpretación de sus obras, el autor-narrador de este ensayo elabora un periplo a caballo entre la imaginación y la comprobación de datos específicos para dignificar la figura de un artista que vivió los peores momentos del siglo XX. El horror jugará un rol muy importante en esta investigación, porque para Prohaska, que lo ha visto por dondequiera que iba, es «el único combustible que jamás se agota, la materia viva más y mejor repartida en el universo».

Con una prosa limpia, un estilo directo, sin perderse en los recovecos del alma humana pero proponiendo, no obstante, multitud de puertas que atravesar para llegar a lo desconocido —a la maldad del ser humano, expresada por Prohaska en sus creaciones mayores—, Menéndez Salmón nos ofrece un retrato universal de una sola persona: el artista que de verdad ha sufrido las desgracias del mundo. Componen esta narración ensayística una serie de reflexiones en relación con la vida y la obra de este genio oculto en la sombra que pasará a formar parte de nuestra conciencia. Ricardo Menéndez Salmón sabe llegar hasta el fondo de una verdad inmutable —la pervivencia de lo artístico— desde esa mentira deliciosa que es el novelar. Una obra digna de uno de los mejores novelistas de los últimos tiempos.

viernes, 26 de octubre de 2012

Jaume Balagueró - Mientras duermes (2011)

Mientras duermes, la última película de Jaume Balagueró toca en la fibra de muchas personas, todas aquellas que en su infancia han sentido el miedo de que alguien entrara en sus vidas durante su descanso. Los monstruos no existen, decían nuestros padres, los fantasmas no vienen a esta casa: pero sí existen los psicópatas. En esta historia Luis Tosar encarna a uno de ellos que tiene la obsesión de borrar la sonrisa de las personas felices.

César, el portero de un edificio de vecinos, parece una persona normal que cumple con su deber y se retrasa de vez en cuando en llegar al trabajo. Ninguno de los vecinos está insatisfecho con sus servicios, pero no conocen lo que ese personaje esconde tras la fachada, y es que César está obsesionado con la tristeza y, al sentirse incapaz de ser feliz, intenta que los demás se vuelvan de su condición. Para ello ataca por donde más duele: en este caso la nueva vecina, una muchacha risueña que afronta la vida con optimismo, espera el regreso de su pareja tras seis meses de trabajo fuera de casa, sin saber que por las noches César duerme a su lado y va a convertir su vida en un infierno. La situación se dispara cuando llega su novio y descubre que algo extraño sucede en la casa. Pero el conserje no parece dispuesto a abandonar su objetivo.

Por encima de todo, lo que más destaca es la actuación de Luis Tosar, gracias a la cual la atmósfera cobra ese aire de incertidumbre necesario para el desarrollo de los acontecimientos. El contrapunto a la frialdad de este personaje lo forman Clara (Marta Etura) con su derroche de simpatía por el portal, la señora Verónica (Petra Martínez), solterona que debe la alegría a sus perritos, Úrsula (Iris Almeida), una niña que chantajea al portero porque ha descubierto sus planes, y Marcos (Alberto San Juan), que sospecha del comportamiento de su pareja y del conserje. 

La estructura de la película es sencilla pero eficaz. Con un motivo que envuelve toda la historia —el amago de suicidio de César mientras oye el recuerdo de un programa radiofónico—, la narración se articula en base a una semana de trabajo furtivo del protagonista en casa de Clara mientras ella duerme, como si tomase carrerilla, para a partir de esa exposición lanzarse en picado en el desarrollo de los acontecimientos más importantes, situados en puntos estratégicos con suaves intervalos de suspense. 

El resultado de este montaje es como un grito ahogado: el espectador permanece inquieto hasta la última secuencia desde que la narración lo atrapara una vez presentados los presupuestos de la historia. Una obra digna de nada menos que seis premios Gaudí y una nominación al Goya al mejor actor (Luis Tosar).

lunes, 22 de octubre de 2012

Los papeles de Marcel (IX)

                            Cuando la calle huele a hierba trasnochada,
                            a gotas de rocío, al alba soñolienta,
                            el canto del zorzal es un secreto
                            que me hace compañía
                            por la vereda oscura.

                            Cuánta música esconde tras el pico.
                            Hasta las hojas sudorosas de la mañana
                            guardan la compostura
                                                                    para escucharlo,
                            mientras mi trote irrumpe —maldita humanidad—
                            como las toses de un concierto.

M. Camino

domingo, 21 de octubre de 2012

Juan Carlos Palma - Bancos de niebla

La tercera novela de Juan Carlos Palma, Bancos de niebla (Paréntesis, 2010), supone un intento de crear una novela imposible, por paradójico que suene. ¿Podemos contar de manera exhaustiva, sin caer en la saturación, todos los pormenores que formaron la vida de una persona? Resulta especialmente difícil si esa persona fue un amigo de la infancia de carácter solitario, a quien le costaba abrirse al mundo. 

La inesperada noticia de la muerte de Mario Galván y la herencia de seis casetes en los que guardara sus mayores confesiones sirven de punto de partida para los recuerdos de Andrés, amigo de la infancia de aquel chico tímido y aislado de la sociedad sobre quien llovían los insultos y las inseguridades. Con intención de imaginar cómo fue en realidad su infancia y adolescencia, Andrés trata de escribir una novela en base a las grabaciones de esas cintas de casete en las que un triste Mario habla largo y tendido sobre sus más ocultas preocupaciones, dudas que no se atrevía a resolver por falta de valor. Y a partir de esas largas tardes en las que simulaba estudiar mientras grababa las cintas, Andrés intenta reconstruir los hechos que lo llevaron al suicidio. 

Como sucede con la muerte de todos los seres queridos, el narrador trata de darse a sí mismo una explicación a los hechos irremediables aunque eso no sirva para superar el mal trago. Así lo dice en una ocasión: «con esta colección deshilvanada de pensamientos, sensaciones y recuerdos sólo pretendo acercarme a él un poco más, hallar alguna respuesta que no disminuirá el dolor pero que lo volverá más comprensible». Entender el dolor aunque no disminuya sólo sirve para revivir la tristeza, pero la memoria es traicionera y sólo nos permite entrever algunas imágenes difusas como bancos de niebla.

En esta novela se plantean muchas cuestiones no sólo sobre la vida real, sino sobre la ficción: cómo se compaginan ambos mundos, cómo superar la realidad a partir de la ficción, cómo desarrollar una narración de la que sólo podemos encontrar retazos en nuestros recuerdos. Todo ello con una prosa que en ocasiones logra páginas de verdadera belleza, lo que sumado a su brevedad y al tono elegíaco que rige estas poco más de cien páginas, hace de Bancos de niebla un monumento apreciable desde muchos puntos de vista. 

viernes, 19 de octubre de 2012

Wong Kar-wai - 2046

Hay películas que conceden a problemas absolutos respuestas que nunca son absolutas. Otras tratan de buscar el origen del problema para dar con una solución. Hay otras, por último, que plantean la pregunta y llegan a una conclusión sin imponer su carácter absoluto, sino lanzando una de sus múltiples posibilidades. 2046, tercera parte de una trilogía sobre la búsqueda del amor, responde a una duda existencial: ¿se puede alcanzar el amor verdadero? Su respuesta está a caballo entre la negación y la afirmación.

Chow es un periodista que se gana la vida escribiendo para la prensa y que, además, dedica parte de su tiempo a la creación literaria. A partir de una despedida, nos cuenta una historia basada en recuerdos de experiencias amorosas en busca de una mujer con la que compartir su vida. Pero al mismo tiempo nos habla de un lugar imaginario llamado 2046: una utopía donde nada cambia, donde el tiempo se detiene y tenemos la ocasión de aprovechar cada detalle de la realidad. Es el asunto de una de sus novelas, en la que su álter-ego viaja en tren a través de un largo trayecto para buscar a la mujer que una vez dejó atrás. Pero 2046 es, también, la habitación contigua en el hotel donde se aloja Chow: una habitación donde se sucede una serie de historias paralelas a las que el protagonista asiste desde la rejilla y de las que nos da cuenta como narrador testigo. Así pues, tres historias se entrelazan a lo largo de esta película: la de Chow con diversas mujeres, la de quienes entran en la habitación 2046 y la de ese personaje que viaja hacia la ciudad imaginaria donde espera encontrar el amor verdadero. 

Resulta imprescindible entender qué es 2046 para llegar al sentido de la película. Según el director, Wong Kar-wai, no se trata sino de un carpe diem: 2046 es el presente, imaginado como un futuro, en cuyo transcurso el ser humano debe ser capaz de apreciar cuantas cosas de valor lo rodean antes de que inevitablemente terminen en el pasado. El único objetivo de ese falso futuro es el de aprovechar el presente para no arrepentirse de los días que se fueron. En 2046 nada cambia, es decir, nuestros sentimientos son los mismos, pero somos más conscientes de cuantas cosas dejamos atrás en algún momento. Chow se lamenta de haber dejado atrás a una mujer y escribe esa novela para que su personaje se reencuentre con ella, pero su descubrimiento lo lleva a la conclusión de que el amor verdadero no existe, sino que es verdadero en tanto que podemos disfrutarlo. Por eso la respuesta que plantea esta película es tan negativa como positiva: no existe —según se deduce de la narración— el amor verdadero y, en consecuencia, no se puede pretender una vida en común con la misma persona; sin embargo, como el amor es verdadero cuando disfrutamos de él, la película nos aporta un mensaje positivo, y es que hay que ser conscientes de lo que amamos para exprimir los minutos junto a una persona.

Por otra parte, la narración del protagonista resulta muy eficaz gracias a los juegos de cámara y a la música. Cuando habla de sus recuerdos en primera persona, lo acompaña la banda sonora, y cuando pretende mostrarnos lo que pasa a su alrededor, lo acompaña el enfoque de la cámara. Un enfoque que acerca al espectador a la escena, ya que todas las imágenes aparecen cortadas por un objeto desenfocado, como si estuviésemos escondidos detrás de una columna o de un mueble, al igual que el testigo que es Chow cuando habla de los demás.

En definitiva, se trata de una película densa, pero con muy buenos resultados. Una propuesta de solución para hacer de todos los momentos una experiencia tangible, de la que poder disfrutar antes de que el tiempo se la lleve al recuerdo. Una película altamente recomendable, sin duda, pero advierto que hay que ir preparados. 

miércoles, 17 de octubre de 2012

Franz Liszt - Sueño de amor


(Franz Liszt - Sueño de amor)

Esta es la obra cuya estructura seguí para la organización de 100 versos de amor, el libro galardonado con el primer premio de Poesía en el XXXVIII Certamen Literario María Agustina.

lunes, 15 de octubre de 2012

Los papeles de Marcel (VIII)


                               Somos sólo figurantes
                               en el circo de la vida,
                               donde hay dos protagonistas
                               que nos quitan el dinero:
                               son como los malos padres
                               que para engañar a un niño
                               le arrebatan el cariño
                               a cambio de caramelos.

M. Camino

domingo, 14 de octubre de 2012

Nieves Vázquez Recio - Experimentos sobre el vacío

No es la primera vez que vengo a hablaros de Nieves Vázquez. Tampoco será la última. Hoy dejo de lado sus relatos para centrarme en su primera novela: Experimentos sobre el vacío, que fue finalista de los premios Carolina Coronado y Jaén de Novela (2010). Su contenido es un difícil trabajo de reconstrucción matemática a partir de una chispa casual que no dejará indiferente al verdadero amante de la lectura. 

Harriet es una profesora universitaria que, a punto de jubilarse, dedica sus días a elaborar un ensayo sobre Emily Dickinson, para lo cual acude a diversas lecturas regidas por el azar y establece las relaciones entre los personajes ficticios, los autores reales y sus reflexiones a caballo entre la realidad y la ficción. El resultado es un trabajo extraño, alejado completamente de las normas del ensayo, producto de la subjetividad de una profesora que ya está de vuelta de muchas experiencias. Con los avances del ensayo asistimos, por otra parte, a las andanzas de la Harriet que acaba de estrenarse como profesora universitaria: la relación con Gaspar Julius, un personaje peculiar que hace de la vida nómada una filosofía de vida, y con un excéntrico profesor llamado Alexander Evgénievich, a quien da el sobrenombre de Mr. Tambourine en honor a la canción de Bob Dylan, completan las aristas de una historia apasionante con forma geométrica y cuestiones sobre la creación literaria y la nada.

La autora de La velocidad literaria —libro con el que, como os dije hace unos meses, homenajea al profesor Evgénievich— se burla de algunos cánones, introduce escenas sentimentales, relatos paralelos y crónicas, recurre a la erudición del ensayo al mismo tiempo que a unos diálogos nada artificiosos, juega a la creación literaria mientras se cuestiona la manera de hacerlo y, en suma, compone con estos ingredientes una novela terriblemente adictiva que sorprende de principio a fin. Estoy seguro de que no os arrepentiréis de leerla, y cuando entréis en la primera página, os daréis cuenta de cómo interviene el azar en nuestras vidas.

viernes, 12 de octubre de 2012

Richard Donner - La profecía (1976)

En 1976 se estrenó una película que treinta años después volvería a tratarse en un remake: con frecuencia, cuando sucede esto significa que en su momento la cinta original gozó de suficiente importancia como para que el paso del tiempo terminara de asentar su huella. Ese motivo, sumado al del actor protagonista —Gregory Peck—, me ha abierto los ojos para no cerrarlos en el transcurso de una trama de las que enganchan desde el principio.

Dirigida por Richard Donner, La profecía tiene los ingredientes que hoy, después de muchos ejemplos, pueden considerarse propios de una película de terror sobrenatural: un cura, un niño, un acontecimiento extraño que desencadena una sucesión de desgracias y, por último, un personaje encargado de dar explicación racional a los sucesos. 

Roma, seis de junio a las seis de la madrugada: tras la muerte del hijo que Katherine acaba de tener, su marido Robert Thorn sigue el consejo del padre Spiletto y, para evitar el sufrimiento de su mujer, sustituye a su vástago por un niño huérfano al que darán el nombre de Damien. Durante sus primeros cinco años de vida todo es normal: la madre vive feliz con su niño y al padre lo nombran embajador de los Estados Unidos. En la fiesta de su quinto cumpleaños, la niñera de Damien se ahorca ante los ojos de todos los invitados, acontecimiento que inicia una serie de desgracias relacionadas con el Apocalipsis. Entre la explicación de fe por parte del cura y la racionalidad de un fotógrafo, Robert Thorn no termina de creer que su hijo sea el anticristo hasta que poco a poco los hechos le dan las pruebas suficientes. Entonces hay que buscar una solución al problema.

Parece que en estas fechas ya conocemos todas las historias posibles, como si se hubieran agotado las variantes de un mismo tema. Tal vez por eso ahora es el momento de enfrentarnos a películas como esta para descubrir una demostración de calculada composición, el desarrollo de una trama que atrapa al espectador desde el primer momento: tras una breve introducción que nos pone en antecedentes, el suicidio de la niñera es el primer peldaño de una escalera de desgracias hiladas unas con otras con una rapidez exasperante. Si a la estructura, lineal pero con bastante ritmo, le sumamos el acompañamiento de una banda sonora digna de un Oscar, que causa la sensación de terror añorada en muchas películas actuales, tenemos una obra que merece atención. 

No sé cómo será la adaptación más reciente —estrenada el 6 de junio de 2006—, y no descarto verla pronto, aunque me parece muy difícil que superen en calidad el efecto de esta película.  

martes, 9 de octubre de 2012

El abuelo (I Premio Versos en el aire)

A Sebastián, mi abuelo

                          Jamás sintió las ansias de una mueca
                          hasta cumplir la edad de la nostalgia.
                          Hoy dice, con un áspero silencio,
                          cuantas cosas pudieran ser escritas.
                          Una sola pregunta
                          lo lleva a caminar por otras tierras:
                          las de la juventud.
                                                           Entonces
                          cierra los ojos. Calla.
                          Sonríe. Lo comprendo.

Jorge Andreu


[Este es el poema que ha sido seleccionado en Diversidad Literaria como ganador del I Concurso "Versos en el aire" y que próximamente se publicará en un libro junto con los diez finalistas y multitud de seleccionados]

lunes, 8 de octubre de 2012

Los papeles de Marcel (VII)

                          ¿Cómo será perderme por tu oreja,
                          sumergido en lo oscuro hasta rozar
                          tu entendimiento? ¿Cómo
                          pensar sin que te enteres,
                          convertirme en eco de tu memoria
                          sin mayor palabra que este silencio
                          que puedes escuchar en tu vigilia?

M. Camino

domingo, 7 de octubre de 2012

Antonio Muñoz Molina - La noche de los tiempos

¿Cómo se puede escribir una novela de mil páginas sobre la relación de tres personajes sin permitir un solo descanso al lector? La historia de un hombre, sus recuerdos durante la huida en octubre del 36 de un país a punto de romperse, es una prueba de maestría que convierte una obra de ficción en un testimonio de la Guerra Civil Española.

En este novelón, Antonio Muñoz Molina teje una red por la que pasan personajes reales —Moreno Villa, Alberti, Negrín, Manuel Azaña— y ficticios —Ignacio Abel, Adela, Judith—, los cuales conviven en la memoria del protagonista, un arquitecto hijo de obrero que un día de mediados de octubre de 1936 deja a su familia en el campo para marcharse en una larga travesía de trenes y barcos hacia América, donde lo espera un proyecto de construcción de una biblioteca. Ignacio Abel es un hombre de ideas afines a la República, aunque no lo manifiesta abiertamente porque supone lo que lloverá de un momento a otro en Madrid. Es un hombre casado e infeliz que un buen día probó el plato prohibido del adulterio. Y una vez hecho todo lo que tenía que hacer, huye de España para salvar su vida, no sin remordimientos, acompañado por un sentimiento de deserción que lo obliga a recordar una y otra vez su pasado reciente. De ese modo se reconstruye la historia de un hombre común en medio de un mundo en guerra.

La destreza con que el autor maneja el tempo narrativo, la exhaustividad y la precisión de las palabras que profundizan cada vez más en la mente del personaje, la mezcla de realidad y ficción y, sobre todo, la distribución de núcleos narrativos a lo largo de estas mil páginas hacen de La noche de los tiempos un prodigio de la última literatura española —cuyo título, por cierto, y cuya última frase recuerda la novela de ciencia ficción de René Barjavel—. No es una novela histórica, sino mucho más: lejos de reflejar una serie de hechos que ya figuran en la historiografía, lo que hace Muñoz Molina es recuperar la memoria de un hombre que representa a muchos otros. He ahí su hallazgo: en tiempos donde la memoria histórica es un tema de debate, el autor desarrolla todo un fresco sobre la memoria histórica, con tintes de erotismo —sin llegar al extremo de la pornografía—, de política —sin ocultar algunas verdades como puños de ambos bandos—, de desgracias familiares y de trenes que son como un bálsamo para los viajeros en retirada.

Una obra digna de uno de los mejores narradores actuales, yo diría que imprescindible para quien esté interesado en los recuerdos de nuestro pasado, contados aquí con una sensibilidad exquisita y sin caer, afortunadamente, en el error de la literatura panfletaria. 

viernes, 5 de octubre de 2012

Pedro Almodóvar - La piel que habito

¿Cómo puede una escena final estropear dos horas de hilo argumental sin descanso? ¿Acaso se caen los edificios al colocar un cuadro en la pared? Hay algo que no me cuadra: jamás había sentido este vacío después de una película que durante dos horas me ha dejado la boca abierta. Es la primera vez que he tenido que echar la mirada atrás y pensar si la historia merecía la pena hasta llegado el momento en que se desinfló. Es el caso de la última de Almodóvar: La piel que habito.

Protagonizada por Antonio Banderas y Elena Anaya, es esta la historia de una venganza, de las más crueles y sutiles que he conocido. El doctor Robert Ledgard trabaja en la elaboración de una piel capaz de resistir todo tipo de agresiones externas, incluidas las quemaduras, pero sensible al mismo tiempo a las caricias. Su cobaya es una chica a la que mantiene encerrada en secreto en su casa y con la que sostiene una suerte de relación sentimental. Pero nadie sabe lo que se esconde tras esa relación, cuyos sentimientos han mudado como la piel de una serpiente, gracias a la colaboración de una tercera persona encargada de guardar el secreto de su ilegalidad. 

Pese a lo dicho arriba sobre la última escena, yo soy de los que piensan de acuerdo al poema de Cavafis: es más importante el camino que la meta, pues de lo contrario, ¿de qué servirían las comedias románticas si sabemos que los protagonistas terminarán enamorados; para qué interesarnos por El crepúsculo de los ídolos si sabemos que el protagonista cuenta su historia desde la muerte? La interpretación de Antonio Banderas, sobre todo, pero también la de Elena Anaya; la narración retrospectiva que reconstruye el presente desde una desgracia familiar; la atmósfera de misterio sobre el comportamiento del personaje principal que envuelve toda la película; todos estos son, creo, motivos más que suficientes para no pasar por alto el largometraje, por no hablar de la cantidad de premios con los que ha sido reconocida, aunque la última escena nos deje con la sensación de haber perdido el tiempo.

En el transcurso de la película asistimos a algunas revelaciones que pueden despertar más de un debate. Por ejemplo, ¿puede una persona permitirse una venganza tan extrema? No desvelo nada con decir que a veces las injusticias se pagan por mano propia: de motivos así está llena la historia de la creación artística. Si por alguna causa merece la pena esta película más que por otra, en mi opinión, es por la eficaz interpretación de un hombre sin escrúpulos encarnado por el grande, siempre grande, Antonio Banderas. Sólo le faltaba un cambio en el final, o sencillamente el mismo con cinco minutos más de trabajo para que no pareciera tan vacío.

martes, 2 de octubre de 2012

Premiado en el I Concurso de Poesía "Versos en el Aire"

Queridos amigos:

Hoy os traigo buenas noticias. La mañana del 1 de octubre se publicaron en la web de Diversidad Literaria los resultados del I Concurso Versos en el Aire. Con el poema «El abuelo», he sido seleccionado como el ganador de la primera edición del certamen. La organización del premio publicará una antología con mi poema, los diez finalistas y un amplio número de seleccionados.

¡Un abrazo a todos!

Jorge Andreu
2 de octubre de 2012