lunes, 31 de diciembre de 2012

Despedida del 2012

¿Acaso se acaba otro año o es que aún no he despertado de la noche de san Juan? A veces quisiera aprender esa disciplina que con tanta destreza manejaban algunos profesores de mi instituto, mediante la cual disponían las horas a su antojo y convertían, de esa manera, las clases en eternos instantes de sopor. Pero el tiempo ha pasado sin avisar y sólo ahora me doy cuenta porque cae el último telón del año. 

No sé, ahora que ha llegado el momento, si hacer recuento de las mejores vivencias o echar mano ya de la copa para brindar en vuestro honor. Al fin y al cabo, todo vuelve a ser lo mismo. Los premios, las publicaciones, el comienzo de mi último año de carrera, las lecturas, los abrazos, las películas, los conciertos, los besos, las lágrimas, la baba que se me cae con mi sobrino, la luna que me busca cada veintinueve noches, el sendero que recorro mientras me sorprende el sol con el pulmón en la boca, los recuerdos de quienes ya no están, la certeza de quienes aún me acompañan, más lecturas y más cine, algo de fotografía, algo de pintura, mucha música, y más abrazos y besos y emociones: todo confluye en un cariño hacia todo en noches como esta. Cuando suenan las voces al otro lado del escritorio, cuando el turrón desprende su tentador aroma, cuando el cielo se viste de negro para irse de fiesta y brillan en su cuerpo algunas lucecillas, entonces, todo confluye en un cariño hacia todo. En noches como esta, el licor sabe agridulce, pero huele a multitud. Todos los personajes, reales y ficticios, propios y ajenos, se mezclan en la copa mientras el tintineo de su agitación hace vibrar las esquinas de cristal. Por eso voy a brindar por vosotros, todos, que seguís aquí conmigo. Y por aquellos que se fueron.

Me ha escocido la garganta durante estos últimos días, como si no quisiera despedirse del 2012, porque ha sido, aunque también con sus contras, un buen año. Por eso, ahora que escribo estas palabras sin dejar de pensar en tantos nombres, el folio parece aliviar la congestión hasta convertirla en pasado. Después de todo, así se comporta el tiempo, eficaz algunas veces. 

Y dicho esto, alzo mi copa para convertir con este brindis mis palabras en recuerdo, a la manera de Oliverio, porque ya las he pensado y ya permanecen escritas en este rincón de mi mundo, en este cuaderno que ya ha sido cuatro veces emborronado desde sus comienzos y que no sería nada sin vosotros. 

Un fuerte abrazo y feliz 2013.

Jorge Andreu

viernes, 28 de diciembre de 2012

Lecturas del 2012

Ha llegado la hora de hacer recuento de mis lecturas de este año. En 2011 cumplí uno de mis objetivos, que consistía en leer con detenimiento, sin engullir los libros, para digerirlos bien y exprimir cada página, y aun así llegué a los 40. Este año he hecho lo mismo y he leído 42. Sin embargo, pese a que me propuse leer todos los meses un ensayo, una novela, un libro de cuentos y un poemario, no he cumplido ese objetivo y me he quedado más estancado en la novela que otras veces. 

He leído ensayos, pero es mi manera de estudiar la carrera, por lo que esos títulos no los cuento. Y aunque he leído varios libros de poesía —un total de cinco, algunos varias veces de puro deleite—, el género central de este año ha sido para mí, como lo es siempre, el de la novela. He vuelto a Tolstói, a Landero, a Hesse, a Blasco Ibáñez, y he conocido por fin autores de los que sólo tenía el nombre en la cabeza, como Philip Roth, Mauricio Wiesenthal, Edmund Crispin, Ramiro Pinilla, Antonio Muñoz Molina o Ricardo Menéndez Salmón, hallazgos todos ellos que no me abandonarán este año, pues ya he anotado muchos títulos que caerán de un momento a otro. 

En suma, estos 42 libros son los que me han acompañado durante este año, con los que he disfrutado como un niño. Muchos de ellos los volveré a leer en un futuro: son de esos que se inyectan en vena y crean adicción. Aquí os dejo la lista. 

1. La Celestina, de Fernando de Rojas
2. The picture of Dorian Gray, de Oscar Wilde (en inglés adaptado)
3. Anna Karénina, de León Tolstói
4. Un invierno propio, de Luis García Montero
5. Mendel el de los libros, de Stefan Zweig
6. El músico ciego, de Vladímir Korolenko
7. Elegía, de Philip Roth
8. El viejo León. Tolstoi: un retrato literario, de Mauricio Wiesenthal
9. Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente
10. Los enamoramientos, de Javier Marías
11. Mae West y yo, de Eduardo Mendicutti
12. La juguetería errante. Un misterio para Gervase Fen, de Edmund Crispin
13. Una hoja de almendro, de Jorge Fernández Gonzalo
14. Mitos urbanos, de Manuel Gahete
15. Inés y la alegría, de Almudena Grandes
16. El Powerbook, de Jeanette Winterson
17. Imaginario, de Javier Vela
18. Imán, de Ramón J. Sender
19. La velocidad literaria, de Nieves Vázquez Recio
20. El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón
21. Si te dicen que caí, de Juan Marsé
22. Caballeros de fortuna, de Luis Landero
23. Cuaderno de Nueva York, de José Hierro
24. Rebelión en la granja, de George Orwell
25. Blanco nocturno, de Ricardo Piglia
26. Las ciegas hormigas, de Ramiro Pinilla
27. El lector, de Bernhard Schlink
28. El juego de los abalorios, de Hermann Hesse
29. Otra vuelta de tuerca, de Henry James
30. Paralelo 42, de John Dos Passos
31. Caligrafía de los sueños, de Juan Marsé
32. Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender
33. La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina
34. Bancos de niebla, de Juan Carlos Palma
35. Experimentos sobre el vacío, de Nieves Vázquez Recio
36. El hospital de la transfiguración, de Stanislaw Lem
37. Medusa, de Ricardo Menéndez Salmón
38. Mare nostrum, de Vicente Blasco Ibáñez
39. Nada, de Carmen Laforet
40. La camisa, de Lauro Olmo
41. Absolución, de Luis Landero
42. La felicidad conyugal, de León Tolstói

jueves, 27 de diciembre de 2012

Fin del desafío "25 españoles en 2012"

Lo que son las cosas. Unas veces el tiempo me atropella, otras me deja un margen sin final. A lo largo de este año se me han ido las horas mientras yo seguía enfrascado entre las páginas de 25 libros escritos en español. No fueron autores diferentes, puesto que he repetido algunos, pero no puedo remediar acudir necesariamente a mis autores de cabecera. Y aunque he leído más de 25, lo cierto es que sólo he reseñado aquellos libros que me parecían reseñables, puesto que no me gustaría ni recordar algunos de los que he leído pensando que merecerían la pena. 

No obstante, pese a algunos intentos fallidos, hoy doy por concluida esta etapa de un desafío bloguero que, por cierto, termina el mismo día que empezó, pero un año después. Tan satisfecho he quedado con algunas lecturas que se me pasa por la cabeza de vez en cuando participar en el mismo reto para el 2013, ya propuesto hace unos días por Laky en su blog. Por lo pronto, escribo para cerrar este asunto y le daré vueltas durante unas horas al siguiente reto. 

Gracias a todos los que habéis estado ahí tras cada reseña. Y gracias por la oportunidad que le brindáis a mi amigo Marcel para que deje aquí sus anotaciones.

Un abrazo a todos y feliz Navidad.

Jorge Andreu

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Juan Marsé - Caligrafía de los sueños

No sé si recordáis aquel concurso al que participé con una entrada sobre Juan Marsé. Contaba mis impresiones sobre su nueva novela, que se publicaría en 2011, y gracias a esas palabras resulté ganador del concurso Price Minister. Como me sentía en deuda conmigo mismo por hablar de mis impresiones sobre un libro que aún no había leído —como correspondía al concurso—, al poco tiempo me compré la novela, la leí y comprobé que en efecto mis expectativas quedaron más que cumplidas. Y es que Marsé es uno de esos escritores cuyos libros enamoran sea cual sea su temática. Volví a leerlo este verano y ahora voy a aprovechar mi última entrada del desafío para hablaros de la primera novela que publicó después de recibir el Premio Cervantes en 2008. 

Caligrafía de los sueños es al mismo tiempo una novela y una teoría de la creación literaria. Su protagonista es Ringo Kid, un quinceañero que pasa las tardes en la taberna Rosales, regentada por la señora Paquita y su hermano Agustín, siempre en la misma mesa y con un libro entre las manos, mientras hace como si practicase sobre la tabla esas lecciones de piano que sus padres no pueden pagarle. Aprendiz de músico, con vocación de escritor, el joven Domingo observa desde su esquina la incertidumbre de la señora Mir, una masajista que entra cada día en el bar para tomar dos coñacs y preguntar por la carta que debía haberle dejado su amado, el señor Alonso, antes de marcharse sin dar explicaciones. Entretanto, Ringo evoca sus experiencias junto a su grupo de amigos, el crecimiento de un niño de la posguerra que, gracias a las amistades de su padre, logró acceder a las salas de cine y se forjó una idea artística del mundo, llena de comparaciones entre la realidad y la ficción que enriquece con sus lecturas.

La novela tiene algunos aspectos muy destacables. En primer lugar, en lo que respecta a la voz narrativa, a primera vista el futuro lector podría pensar que se enfrenta a una historia contada en primera persona. Sin embargo, el chico, aunque protagonista de las vivencias, no cuenta su pasado, sino que es un narrador ajeno quien da constancia de las aventuras de su niñez y al mismo tiempo de la situación que vive Ringo en la taberna. Así pues, dos historias se entremezclan: por un lado el crecimiento de Ringo Kid, con sus primeras experiencias estéticas, sus delirios de amor por Violeta, cuyas caderas despiertan una atracción sexual; y por otro la preocupación de Victoria Mir por el regreso de su amado. Dos caminos diferentes que en un momento se cruzarán.

En segundo lugar, cabe destacar el carácter ensayístico sumergido bajo las vivencias de Ringo: desde su infancia, el niño transforma su mundo por medio de un solo parpadeo, y cuenta a sus amigos historias inventadas de indios cuyos protagonistas son ellos mismos —como las aventis de su famosa Si te dicen que caí—, elaboraciones dentro de la novela que no son sino representantes de una teoría sobre el hecho mismo de contar.

Para todo aquel que alguna vez haya sentido el impulso de convertir la realidad en ficción para huir del sufrimiento, probar Caligrafía de los sueños será como una degustación del manjar más delicioso. 

lunes, 24 de diciembre de 2012

Los papeles de Marcel (XVIII) - Navidad

                        Si me queman las gotas de rocío
                        que acechan en las hojas de un abeto,
                        si el sol me observa como un niño inquieto
                        burlándose de mí con gesto impío,

                        si aún es el camino oscuro un río
                        de piedras que salpican sin respeto,
                        si se me ofrece el aire como un reto
                        en peligro mortal de aullar de frío:

                        será porque ha llegado la mañana
                        mientras andaba en vísperas del sueño
                        a la luz de la luna medio llena,

                        y de repente el mundo en la ventana
                        me dice a viva voz, fruncido el ceño,
                        que amanece por fin la Nochebuena.

M. Camino

domingo, 23 de diciembre de 2012

Eduardo Mendicutti - Mae West y yo

Veinte años después de El palomo cojo, la más reciente novela de Eduardo Mendicutti supone una revisión del personaje que protagonizaba aquella obra maestra. A su vez, Mae West y yo es un reflejo del cinéfilo Mendicutti en un discurso lleno de citas cinematográficas que ilustran una narración a dos voces con un marcado carpe diem.

Felipe Bonasera, diplomático y ventrílocuo, viene a pasar unos días de julio a una urbanización sanluqueña llamada Villa Horacia Village & Resorts, donde se aloja en el chalé vacío de su primo Jerónimo Hidalgo. Al llegar, se encuentra con un jovencito que despierta en él un deseo que su miembro más enfermo no puede sentir: Felipe es el niño que padecía una «rara enfermedad» en El palomo cojo, una fiebre que lo ayudó a descubrir su homosexualidad, y ahora, al cabo de los años, acaba de recibir una mala noticia sobre su salud. Está enfermo de cáncer y por eso se ha venido a pasar unos días a Sanlúcar, dejando en Madrid sus tres muñecas —Marilyn, Marlene y Mae— con las que hacía números de ventriloquia. Pero la voz de una de las tres muñecas, la más descarada, la de Mae West, no lo abandona en sus vacaciones. Su estancia en este paraje se reduce a conocer las vidas de los demás y a reírse de sí mismo cuando lo invade la tristeza. La vecina de enfrente, el muchacho, los artículos de Paco Luna en un periódico local y el mundial de fútbol constituyen todos los elementos de su día a día. De la mano de estos ingredientes cotidianos, la permanente idea de una muerte inmediata.

Nos encontramos ante una reflexión sobre la vida y la muerte, sobre lo importante que es aprovechar cada momento, sobre todo si el final se acerca; y a esta labor ayuda con sus intromisiones, sus bromas, sus críticas a toda la gente como si fueran personajes cinematográficos, la voz de Mae West. Un desdoble de la personalidad de Felipe Bonasera hecho con la intención de hallar el lado gracioso de la vida, como única salvación ante la idea de la muerte.

Una novela que entretiene al mismo tiempo que emociona y hace reflexionar. En boca de una de las actrices con menos pelos en la lengua de toda la historia del cine, Eduardo Mendicutti pone un remedio eficaz contra la idea de una enfermedad terminal: ya que la propia enfermedad es imposible de vencer, al menos podríamos superar el miedo a sus consecuencias y afrontar la cuenta atrás con una sonrisa.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Los papeles de Marcel (XVII)

                     ESCRIBIR HASTA ROMPERSE LOS OJOS
                     y empeñar la mirada
                     a veinticuatro horas el gramo.

                     Enfriarse de soñar tiempos mejores,
                     el fin del mundo a vuelta de correos.
                     Y pagar la factura de la tarde
                     y regresar al vaso corto
                     y volver a escribir.

                     Como si el sueño no llegara
                     en tanto se avecina la epidemia
                     de romper los papeles.

M. Camino

lunes, 10 de diciembre de 2012

Los papeles de Marcel (XVI)

                El autobús es un cajón hermético
                donde el silencio se acaricia.

                Un niño duerme
                sobre el hombro de su madre, su sueño
                convertido en pereza de trabajo.
                Escucho el respirar
                de un hombre camuflado en su bufanda.
                Hasta el cambio de marchas se parece
                a un estruendo de tormenta...
                ¿o será quizá el asiento
                de esta joven que lucha por vencer
                la resistencia de su pelo?

                El silencio es una bruma que emana
                de las salidas de emergencia.

                ...

                Por suerte, hay un murmullo
                que me pellizca dentro de este libro.
                Una voz que sobrevive al naufragio
                de tanta soledad.

                ¡Si pudiera atrapar como tú
                el silencio con mis manos heladas!

               ¡Ay, si pudiera
               decir verdades con mentiras!

               Como tú, que te apegas a mí como un imán
               mientras el mundo se deshace
               sediento de silencios electrónicos.

M. Camino

lunes, 3 de diciembre de 2012

Los papeles de Marcel (XV)

                 LAS DIEZ DE LA MAÑANA.

                 Tiemblan las manecillas del reloj analógico
                 y hasta los puntos de hora digital
                 parecen dos copos de nieve
                 que se encienden y apagan
                 con cada parpadeo.
               
                 Rugen los coches, los colegios gritan
                 y mi despertador se ahoga en sueño.

                 Debajo de las mantas no tiemblan los minutos
                 aunque mi cuerpo siga frío. Siento
                 los muelles del colchón
                 arrojándome
                 a la gélida realidad de fuera.

                 Las diez exactas: suena el mundo arriba.

                 Vivir de frío,
                 vivir tan solamente,
                 vivir mientras se queda
                 el sueño con las luces del reloj
                 en nuestra cama…


M. Camino

domingo, 2 de diciembre de 2012

Lauro Olmo - La camisa

En el año 1960, el orensano Lauro Olmo escribió una obra de teatro que sería publicada un año más tarde y reconocida con el premio Valle Inclán. Su título era La camisa y se estrenó el 8 de marzo de 1962 en el Teatro Goya de Madrid. La obra reflejaba la sociedad española de un barrio bajo de la ciudad donde una serie de obreros sin empleo se sentaban a discutir sobre la posibilidad de emigrar en busca de un salario, mientras los niños descubren la vida, los adolescentes el sexo y los ancianos la proximidad de la muerte. Una obra que abarca toda la existencia del ser humano en un ámbito tan recogido como un pequeño espacio con una taberna y dos chabolas: una mínima muestra de la gran miseria que tantas veces ha asolado a la clase obrera.

Juan es un hombre que, incapaz de encontrar trabajo por más que su mujer le consiga una camisa blanca en el Rastro de Madrid, no quiere barajar la posibilidad de emigrar a Alemania en busca de empleo. Sin embargo, Lola, su mujer, sí se lo ha planteado ya y está decidida a irse para adelantarle el trabajo: ella encontrará un primer sueldo y le asegurará estabilidad para que él emprenda también el viaje. Entretanto, el resto de conocidos del barrio bajo donde se sitúa la obra ya tienen pensado ir al extranjero: uno de los obreros, Sebas, anuncia que su partida es inminente, mientras que otros aún creen en la suerte y pasan los días jugando quinielas. La situación de Juan, centro de la acción dramática, es la de un hombre resignado a esperar que llegue el trabajo sin buscarlo fuera de sus alrededores, y eso le provoca una tristeza que no expresa sino con malas respuestas a sus allegados. La abuela es la única capaz de decirle cuatro verdades, aunque resulte inútil, porque el hecho es que al fin y al cabo Lola va a partir fuera de España dejando en la chabola de Madrid a los niños y al marido. 

Alrededor de este asunto giran temas como la sexualidad en las figuras de Nacho y Lolita, adolescentes que acaban de descubrir las caricias furtivas; el azar en el personaje de Lolo, que no para de echar quinielas; el machismo en el borracho Ricardo, cuya mujer, agredida, debe soportar su convivencia; el trabajo de los años sesenta, cuando en España los obreros son incapaces de llevar un jornal a casa; el fútbol como tema de conversación en la taberna para evadirse del mundo; la prostitución, alternativa a la ausencia de empleo, como se ve en las propuestas del tabernero Don Paco a Lolita; las apariencias y el atuendo como carta de presentación, de ahí la camisa, siempre a la vista del espectador; y por último la emigración como la solución más eficaz para ganarse el pan. Todos los temas afectan en especial a Juan, pues representados por cada personaje llegan hasta sus oídos en la tasca. De manera que todos los temas contribuyen a definir cada vez más a un personaje que en principio sólo era un hombre triste que no encuentra trabajo, rendido ante la fortaleza indiscutible de su esposa que va a buscar la solución por él.

Dos aspectos me parecen muy destacables en este drama en tres actos. El primero, su lenguaje: una manera de acercarse al pueblo con todos los rasgos propios del habla coloquial, con vulgarismos, apócopes, síncopas y ese tono especial que tienen los hablantes de un barrio de chabolas que tan bien reflejan, sin pelos en la lengua, las cosas que pasan en la calle. Gracias a este lenguaje la obra constituye un testimonio del Madrid de los sesenta. El segundo aspecto es el espacio: mediante acotaciones específicas Lauro Olmo demuestra cómo llenar el escenario en todo momento, ya que mientras unos personajes cambian pareceres en la taberna al extremo derecho de la escena, otros hablan dentro de la chabola en el extremo izquierdo y una pareja de adolescentes se pasea de la mano en la calle del fondo, justo en el centro del escenario. El espectador —o el lector— no siente ningún vacío en el elenco de personajes que está sobre las tablas, y ese dominio de la escenificación es de una destreza inigualable. 

En definitiva, se trata de una obra con un mensaje muy duro pero real, con mucha tensión y a ratos muy divertida, pero que plantea un problema sobre la condición humana, desde la niñez hasta la senectud: hay que buscar la felicidad y el trabajo, sin esperar que lleguen a casa un buen día. Un tema tan actual y aún sin solucionar.