domingo, 30 de septiembre de 2012

José Hierro - Cuaderno de Nueva York

Todos sabéis quién es mi poeta favorito, aunque nunca haya reseñado un libro suyo, tal vez porque no puedo decir lo que siento, tal vez por influencia de aquel poema donde hablaba de que no hacen falta palabras para entender la alegría. Pero hoy sí quería hablaros de un libro que me ha acompañado a lo largo del verano: Cuaderno de Nueva York

Publicado en 1998, al año siguiente Cuaderno de Nueva York fue reconocido con el Premio Francisco de Quevedo de Poesía y se convirtió en el que para muchos es el mejor libro de José Hierro. Yo soy más partidario de sus primeras obras, pero también encuentro en este cuaderno algunas de sus piezas más imprescindibles.

Nueva York es aquí retratada como la ciudad eterna, donde el tiempo y el espacio son una nube de luces, agua, resaca y gente que deambula por las calles de música. Esto puede verse ya en el poema «Rapsodia en blue», que empieza con una alusión a Wolfgang Amadeus Mozart y de inmediato hila el sonido del clarinete con el presente de la ciudad, donde «no ha muerto nadie nunca», una ciudad compuesta de burbujas que se transfiguran en personas de carne y hueso invadidos por una noche de borrachera que culmina en una campana y en el despertar del río Hudson. A continuación Mister Eisen toca en el laúd una música del recuerdo, Beethoven asiste al estreno de su novena sinfonía y oye los aplausos de 1824 y Johann Sebastian Bach baila a bordo de un barco junto a Mahalia Jackson, entre otros cruces de tiempos y espacios. 

En la segunda parte asistimos a una reflexión en versos rimados sobre el recuerdo, «la mano de la memoria», rescatando «criaturas del gozo / que llegan de otro mundo». Todos los recuerdos son una sombra que revive cuando lo acompaña un estímulo: el 5º bourbon con el que cierra este capítulo que puede leerse como una serie por la continuidad de los poemas.

La tercera parte vuelve a traernos temas musicales: un adagio para Franz Schubert con «mucha muerte dentro», un villancico para no morirse de frío o un cuplé. Por otra parte, como se mezcla el tiempo y el espacio, se mezclan los temas de antaño: un estremecedor poema de amor diluido en el sueño: «Mi reino por un "te amo", sangrándote en la boca. / Mi eternidad por sólo dos palabras»; una oración para agradecer al dios que tantas penurias le trajo —y al que ya atacaba en sus primeros libros: «Señor, por qué nos has dejado solos»— sólo la creación de unas cuantas cosas como la memoria, el amanecer y el silencio, de dudoso origen; un guiño al dolor de los años, que conlleva a olvidar hasta cómo se llora; y una despedida con ánimos para soñar.

El epílogo es un soneto titulado «Vida», que os dejo de muestra porque me parece una de las composiciones más estremecedoras, sobre todo oída en voz del poeta. Habla de cómo todo el empeño de una vida al final no sirve de nada, porque lo que fue vida pronto se convertirá en muerte, de acuerdo con la cita que ilustraba la primera parte del libro: «pues lo que ya pasó de nuestra vida / es no pequeña parte de la muerte» (Lope de Vega). Espero animaros a leer este libro, que os alimentará aunque sea de tristeza.

                                                   VIDA

                                 Después de todo, todo ha sido nada,
                                 a pesar de que un día lo fue todo.
                                 Después de nada, o después de todo
                                 supe que todo no era más que nada.

                                 Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
                                 Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
                                 Ahora sé que la nada lo era todo,
                                 y todo era ceniza de la nada.

                                 No queda nada de lo que fue nada.
                                 (Era ilusión lo que creía todo
                                 y que, en definitiva, era la nada.)

                                 Qué más da que la nada fuera nada
                                 si más nada será, después de todo,
                                 después de tanto todo para nada.

viernes, 28 de septiembre de 2012

David Lynch - Terciopelo azul

Esta semana he retomado mis anotaciones sobre cine y he recurrido a una película que tenía pendiente desde hace unos meses: Terciopelo azul (1986), de David Lynch, porque después de una enriquecedora experiencia con Cabeza borradora no podía dejar de lado a este cineasta que a punto estuvo de conseguir por la película de la que os voy a hablar el Oscar al Mejor Director.

Terciopelo azul gira alrededor de un hallazgo fortuito, como todas las historias de crímenes: una mañana, Jeffrey Beaumont encuentra en el campo una oreja cortada y decide llevársela para enseñarla a su vecino el detective Williams. Después de una conversación sobre el posible origen de esa oreja, Jeffrey se encuentra con la hija del policía, Sandy Williams, que le habla de una cantante llamada Dorothy Vallens, de la cual se habla mucho en el despacho de su padre, y con el objetivo de averiguar algo más sobre la vida de la cantante, Jeffrey se mete en su apartamento a espiarla. A partir de ese momento descubrirá el lado más oscuro de la belleza y se verá en medio de una trama policial de la que ya no puede salir.

Nada más empezar la película, nos sugiere el tema en dos planos muy contrastantes: una rosa sobre el fondo blanco de una valla y el azul del cielo, que pronto dejamos atrás para adentrarnos, más allá del césped, en la tierra donde moran las cucarachas. Es una manera de anunciar que lo que vamos a ver es el contraste entre las apariencias y la realidad, la parte más siniestra de las cosas más hermosas, como también puede verse en el primer encuentro entre Jeffrey y Dorothy en su apartamento o en la secuencia en que ve cómo se desnuda al llegar a casa.

Si queréis ver una trama policial con historia de amor incluida, que además nos haga reflexionar sobre el engaño de las apariencias, esta es una buena muestra. Seguro que nos os dejará indiferentes.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Los papeles de Marcel (VI)

                             En los posos del café
                             cabe el sabor de las horas
                             como caben tantas tardes
                             en su contorno de mármol.

M. Camino
La Clandestina, 24 de septiembre de 2012, 
al final de la tarde, con la mesa llena de papeles

domingo, 23 de septiembre de 2012

Lecturas del verano 2012

El verano ha llegado a su fin y a punto está de comenzar el nuevo curso académico, el último de mi carrera, cuando echo la vista atrás para hacer recuento de mis lecturas desde el mes de junio. Once han sido esta vez los títulos que me han acompañado en una travesía por varias localidades. Algunos ya los he reseñado porque los incluí en el desafío 25 españoles en 2012: es el caso de Si te dicen que caí, Caballeros de Fortuna, Blanco nocturno, Las ciegas hormigas, Réquiem por un campesino español y el aún no reseñado Cuaderno de Nueva York, que he releído constantemente durante el verano. Pero además, algunos títulos de literatura extranjera han significado mucho para mí estos meses:

Rebelión en la granja, de George Orwell. Llevaba años en mi estantería y nunca había encontrado el momento de leerlo. Por lo que tenía entendido, pensé que ahora sí era buena ocasión dados los problemas existentes en la política de este último año, y efectivamente cuando terminé su lectura, en tan sólo una tarde, estaba convencido de cuánta razón tenía el autor. Un profeta contemporáneo que fue capaz de retratar a muchos líderes políticos en cada animal de granja, de criticar la política desde la perspectiva de una fábula, de reconstruir las catástrofes de la avaricia protagonizadas por animales.

El lector, de Bernhard Schlink. Aunque sé que gustó a mucha gente, incluido al poeta que lo recomendó en mitad de una conferencia —y por el que fui en su busca—, me pareció vacío en su mayor parte, falto de interés pese a la atracción que causó en mí la idea principal de la historia. 

El juego de los abalorios, de Hermann Hesse. Este sí que fue un hallazgo por casualidad. Quería leerlo desde hace años, porque Hesse es uno de mis escritores predilectos. Pero fue el azar el que me lo puso por delante en una librería de Santander durante una semana de estancia allí, y me ha dado energía a cada instante desde mediados hasta finales de julio. He hablado de este libro en una entrada sobre los 50 años de la muerte de su autor. Su recuerdo me da escalofríos: se ha convertido en uno de mis libros de cabecera.

Otra vuelta de tuerca, de Henry James. Otro que llevaba mucho tiempo con intención de leer, y al que no me atreví a asomarme hasta que encontré en una web sobre películas de terror una titulada Suspense (1961), con guión de Truman Capote basado en la novela de James. Con este libro viajé a Valencia unos días, lo leí de capítulo en capítulo bajo la luz íntima de una habitación de hotel en la que pasaban cosas extrañas —la televisión cambiaba de idiomas, el espejo del baño me sorprendió con un mensaje de amor en italiano después de una ducha, se oían pasos en la alfombra cuando los dos estábamos acostados—, y capítulo tras capítulo me dejó boquiabierto por esa manera de trasladar al lector de una frase a otra sin dejarlo respirar hasta el punto final de cada pasaje. Excelente.

Paralelo 42, de John Dos Passos. Me lo traje de una librería de Valencia en la que me topé con una oferta que desconocía: los 66 años de Edhasa, con motivo de los cuales habían reducido algunos precios. Sólo conocía a Dos Passos de oídas y ha sido todo un placer descubrir un estilo diferente donde se mezclan múltiples lenguajes con gran cantidad de historias entrecruzadas que retratan la sociedad de principios del siglo XX. Es la primera parte de la trilogía USA, y no descarto buscar pronto las otras dos.

En suma, estas han sido mis lecturas de este verano, a las que debo añadir una que estoy a punto de terminar y que no deja de sorprenderme: La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina, una historia sobre la guerra civil española donde el miedo, el silencio y la deserción son protagonistas que salen a la luz durante un viaje de huida en tren. Hablaré de ella más a fondo en unos días.

Jorge Andreu

lunes, 10 de septiembre de 2012

Los papeles de Marcel (V)

                                  ¿Cómo pueden las palabras
                                  confundirse en unos labios
                                  si entendemos la poesía
                                  sólo cuando nos besamos?

M. Camino

domingo, 9 de septiembre de 2012

Ramón J. Sender - Réquiem por un campesino español

Hoy voy a hablaros de una pequeña maravilla. Una novelita de apenas cien páginas que guarda dentro un episodio crucial de la historia de España. Una obra que a causa de la censura tuvo que publicarse en México con otro título: Mosén Millán (1953), para luego publicarse con el original, Réquiem por un campesino español (1960). En esta novela Ramón J. Sender nos muestra la España rota en dos personajes simbólicos: un campesino —Paco el del Molino— y un cura —Mosén Millán—. El hombre de las tierras y el hombre de la Iglesia. 

La historia la componen los recuerdos de Mosén Millán mientras espera la llegada de los habitantes del pueblo a la misa de réquiem en honor al alma de Paco el del Molino, un joven que vivió buena parte de su vida junto al cura. Los diferentes episodios —la niñez, los primeros años de ayuda en la iglesia, el matrimonio, los cambios políticos y la muerte de Paco— se intercalan con la impaciencia del monaguillo, que entra continuamente a la sacristía para comunicar que aún no ha llegado nadie. Poco a poco entran en la iglesia quienes consideraban a Paco su enemigo, uno de los cuales se empeña en pagar el oficio religioso. Pero el cura no hace caso de sus comentarios y se dedica a recordar, con sentimiento de culpa, cómo la vida del joven campesino sufrió los reveses de la historia hasta pedirle una ayuda que no acertó a darle. 

Tiene la novela un simbolismo explosivo, ya que sin hacer explícito el tema de la guerra pone toda la información a ojos del lector: vencido por la culpa, Mosén Millán elabora una serie de reflexiones sobre la moral y la obediencia. Su comportamiento representa la actitud de la Iglesia, especialmente en el clímax de la narración, porque hace de la resignación un acto deleznable que le roba la tranquilidad mientras espera el comienzo de la misa de réquiem.

Con una narración sobria, desprovista de artificios, una acción intensa, unos personajes memorables y una crítica feroz al sector religioso, Réquiem por un campesino español es una de las novelas clave para entender buena parte de la guerra civil. Creo que son buenos tiempos para recurrir a ella.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Notas al pie de mármol (I)

Esta tarde, mientras saboreaba un café después de muchos días sin probar lo exquisito de una hora de lectura sosegada, Marcel encontró una de esas citas que parecen aguardar en el reverso de una página para convencernos de una opinión que poco a poco la memoria conjuga. Fue como un pellizco en mitad del ensueño. De inmediato dejó el libro sobre la mesa, hizo un hueco para su libreta y anotó la frase con el fervor de quien descubre un misterio:

«Sólo la prueba del paso del tiempo y de la acción de los elementos revelaba la belleza de una construcción, ennoblecida por la intemperie y gastada por el tránsito de las vidas humanas igual que el mango de una herramienta o que los peldaños de una escalera».
Antonio Muñoz Molina: La noche de los tiempos 
(Barcelona, Seix-Barral, 2009, págs. 269-270)

Después de tal acierto, la tarde parece haber dado sus frutos. 


lunes, 3 de septiembre de 2012

domingo, 2 de septiembre de 2012

Jorge Fernández Gonzalo - Una hoja de almendro

Jorge Fernández Gonzalo nació en Madrid en 1982 y con tan sólo veinte años se hizo con el Premio Blas de Otero por su primer libro, Amantes invisibles. A este poemario, cuyo premio significa una importante puerta para el mundo de las letras, siguieron títulos como Mudo asombro, El libro blanco y Arquitecturas del instante en poesía, y el finalista del premio Anagrama de Ensayo 2010, Filosofía zombi. Aunque da vértigo pensarlo, cuando resultó ganador por unanimidad del XIX Premio de Poesía Hiperión (2004) por Una hoja de almendro, cursaba 4º de Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid. Por tanto, habría que pensar que estamos ante un prodigio de la nueva literatura, y en efecto el libro es un ejemplo de obra de arte.

El concepto fundamental de estos 39 poemas, que representan un viaje de conocimiento, es la mirada. La mirada es inmediata, mediante ella se conoce la realidad que tenemos delante. Creamos las ideas mientras miramos las cosas. Por eso la caída de una hoja de almendro supone el principio y fin de todo movimiento, desde que parte de la rama dejando a la vista su haz, hasta que una vez mostrado ligeramente el canto, y tras los giros que provoca el viento, cae con el envés bocarriba sobre la arena o sobre una mano, mezcladas sus rayas con las arrugas de la palma del hombre. En ese descenso caben todas las experiencias: el amor, el olvido, el conocimiento sensible, el tiempo. Los sentimientos, en suma, se reflejan al trasluz de esta hoja, porque en palabras del poeta «sentir es mi obra capital, mi obra / de arte». La voz poética defiende que la memoria no proporciona sensación, sino una parte de mentira basada en lo que una vez sentimos a través de la mirada, que es la toma de entrada para lo que la vida muestra, como una lluvia que nos moja y aprende nuestro cuerpo. 

En este libro se puede respirar el aroma de la tierra mojada, de los frutos recién caídos del árbol, la pureza de la primera luz del día. Sus imágenes son tan sensoriales, sus versos tienen tanta fuerza y, cada uno, tanto significado, que invitan a la contemplación. Valga como muestra el siguiente poema:

LA MIRADA 

                                 No con la vista sino con la mirada
                                 camina uno y se afianza el trato.
                                 Coge aire y alza bien los ojos
                                 a la manera de las águilas
                                 prolongándote, tomando de estas calles
                                 su verdad y su aspereza.
                                                                    Reta
                                 con la mirada, como si poseyeras.
                                 Roba si miras, porque estás creando
                                 y todo creador hurta al vacío,
                                 le abre espacio y fluidez, porque la voluntad
                                 es una costurera, y tu mirada
                                 da fe, y da conciencia. Ésta es tu voz
                                 que germina y se espiga en la garganta,
                                 que se entumece y que se agota
                                 sin la mirada para sostenerla,
                                 para tomarla en brazos y tenderla como
                                 un ramo aún en floración.
                                 Enarca ya las cejas. La barbilla
                                 tan alzada, tan recia y poderosa,
                                 tan sin temor, y con el cuerpo erguido.
                                 Si se camina más seguro. Si se ama
                                 con mayor contundencia. Hasta las calles
                                 de tanta podredumbre parecieran
                                 ahora más llovidas,
                                 recién lavadas para nuestros ojos. Vuela
                                 un pájaro o camina un transeúnte.
                                 Hay automóviles, semáforos,
                                 y unas pocas ventanas con leyendas
                                 en su hondo cristal. Pero no pares
                                 que aún queda por ver. No te detengas
                                 en unas páginas o en unas pocas sílabas
                                 y limita las cosas, y atempera
                                 la voz mientras te acercas a los otros
                                 y les das confianza
                                 sin humildad, gobiernas los senderos
                                 de la conversación, con la mirada
                                 atenta, que hoy el día
                                 merece verse y otros ojos
                                 esperan encontrarse con los tuyos.