miércoles, 26 de enero de 2011

Más allá de la vida

Ayer pisé una sala de cine tras años sin hacerlo. Con lo que siempre me ha gustado ir al cine. De hecho fui hace algunos meses a ver una película francesa en versión original, pero el sonido de la sala era pésimo y de la película no merece la pena hablar, así que esa visita a las butacas y a la gran pantalla no cuenta. Ayer asistí con mi mejor amiga a la proyección de la última película de Clint Eastwood: Más allá de la vida.

He leído muy malas críticas y escuchado malas opiniones de gente cercana. Lo cierto es que no estamos ante una obra del mejor Eastwood, pero cuando una persona ha rodado Million Dollar Baby, se presta a las odiosas comparaciones del público más exigente. De entrada, he de decir que no me ha parecido una mala película, es más: me ha gustado y se me ha hecho corta, pese a sus dos horas de duración. Siempre me ha parecido interesante la idea de narrar varias historias al mismo tiempo, que es el eje fundamental de la técnica narrativa de esta película.

Más allá de la vida, como habréis podido ver en el tráiler o en cartelera, cuenta tres historias paralelas de tres personas con un dolor diferente que buscan una respuesta: Marcus, un niño de 12 años apenado por la muerte de su hermano Jason, doce minutos mayor que él; Marie Lelay, una periodista que a raíz de sobrevivir a un tsunami escribe una novela sobre el más allá, a la que titula Hereafter (título original de la película); y George Lonegan, un médium atormentado porque lo que él considera una maldición le impide llevar una vida normal. Estas tres historias transcurren paralelamente a lo largo de la mayor parte de la película, hasta que se entrelazan. Quizás el mayor error en la historia es que tarde tanto tiempo en hacer coincidir los caminos de los personajes, algo que a más de un espectador habrá aburrido, aunque a decir verdad no puedo contarme entre ellos.

En cuanto a la técnica narrativa, me ha gustado mucho el orden cronológico. Las historias se narran por fragmentos, pero siempre en el mismo orden, a saber: la historia de la periodista francesa, la del parapsicólogo y la del niño. Cada narración transcurre en un lugar diferente: la de Marie en Francia, la de George en San Francisco y la de Marcus en Londres. Estas distancias espaciales no dificultan la comprensión del argumento, pues cada vez que se cambia de ciudad, en especial durante los primeros cambios —cuando aún no conocemos demasiado bien a los personajes—, aparece la imagen de un monumento: el Arco de Triunfo de París, el puente de San Francisco y el Puente de la Torre de Londres, por ejemplo, son tres de los apoyos que Clint Eastwood ofrece al espectador. Más adelante, cuando ya estamos sumergidos en la historia, las conexiones se establecen mediante elementos propios de la situación de los personajes: el trabajo de Marie, el sufrimiento de Marcus y el taller de cocina de George.

Esta trama, en su mayor parte triste, tiene su toque humorístico, como siempre en las películas de Eastwood. La crítica a los médiums charlatanes que sólo dicen disparates con tal de recibir el pago por su sesión de espiritismo, o su elogio a Charles Dickens (que es uno de los momentos más graciosos de la película y por eso no lo voy a contar), son dos escenas dignas de mención.

No obstante, todo lo bueno tiene algo malo. Estas cosas son así. No soy tan feroz en mi crítica como algunos profesionales y hablo desde mi perspectiva de aficionado al cine. Soy aficionado al cine —por eso me he fijado en el manejo de la luz que tanto me ha asombrado siempre de Clint Eastwood, en especial en la que considero su obra maestra, Million Dollar Baby—, pero también lo soy, y mucho, a la literatura —por eso me he fijado en el modo de narrar— y a la música —y por eso me he fijado en la banda sonora, como suelo hacer con todas las películas.

La banda sonora de otras de sus películas las ha escrito el propio Clint Eastwood, lo cual es algo elogiable. Pero parece que desde que compuso el tema principal de la película sobre el boxeo femenino, esa que sonaba con un piano de fondo y que daba tanta pena en los momentos clave de la historia, se le ha quedado la melodía grabada, porque en uno de los fragmentos musicales de esta nueva producción se respira la misma tónica. Nada desdeñable, en cualquier caso, puesto que no es un calco, sino que sólo se asemeja.

Lo que sí me parece más desdeñable es la mala adaptación que ha intentado hacer con el tema principal del lento del segundo concierto para piano y orquesta de Sergei Rachmaninov. En la pieza para piano y orquesta, que es una de las maravillas que nos ha dejado el compositor ruso, el piano empieza a tocar suaves arpegios para introducir una melodía delicada y romántica que interpreta una flauta. Es en ese momento donde Eastwood da el corte: aprovecha los arpegios, que suenan muy bien y en muchas ocasiones a lo largo de la película (en casi todos los momentos emotivos), y cuando debería empezar la melodía de la flauta, la cambia por unas cuerdas que no hacen sino dos o tres notas, no más, porque la escena siempre termina ahí. Este es el error que más me ha dolido, al margen de que la película pueda decaer en tensión o no (que de hecho, no me ha parecido que decaiga tanto como dicen en las críticas).

Por lo demás, la interpretación de Matt Damon me parece bastante buena, es un actor al que siempre he admirado y, aunque ha desempeñado mejores papeles, no tiene de qué avergonzarse en esta película. El papel de Cécile de France es el que me ha parecido menos destacable porque quizá sea un poco más secundaria. Y la del joven McLaren me parece una buena interpretación, si bien parte de su historia es predecible.

Estas han sido mis impresiones como uno más de los ocupantes de las butacas. Impresiones como las de cualquier otro espectador, que no pretenden influir en modo alguno en las vuestras. Os recomiendo que veáis la película si os gusta Clint Eastwood y que os forjéis vuestra propia opinión. No he salido con mal sabor de boca y quería compartirlo con vosotros.


Jorge Andreu

martes, 25 de enero de 2011

La conjunción de dos estrellas

«Lo que acababa de ver no eran los ojos ingenuos y sencillos de una niña, sino un abismo misterioso que se había entreabierto, para volver a cerrarse bruscamente. Hay un día en que toda joven mira de esa manera. ¡Ay del que se halla presente!

La primera mirada de un alma que no se conoce todavía es como el alba en el cielo. Es el despertar de algo radiante y desconocido. Nada podría expresar el encanto peligroso de ese fulgor inesperado que de pronto ilumina vagamente tinieblas adorables y que se compone de toda la inocencia del presente y toda la pasión del porvenir. Es una especie de ternura indecisa que se revela al azar y que espera. Es una trampa que la inocencia tiende sin darse cuenta y en la que apresa corazones sin quererlo y sin saberlo. Es una virgen que mira como una mujer.

Es raro que allí donde cae esa mirada no nazca un ensueño profundo. Todas las purezas y todos los ardores se concentran en ese rayo celeste y fatal que, más que las ojeadas de las coquetas más expertas, posee el poder mágico de hacer que brote súbitamente en el fondo de un alma esa flor sombría, llena de perfumes y de venenos, que se llama el amor».

Victor Hugo, Los miserables
(Buenos Aires, Losada, 2008, p. 575)

Decidme, ¿acaso no es delicioso? ¿Cómo será la novela en lengua original?

miércoles, 5 de enero de 2011

Virginia Woolf - Relatos completos

Voy a comenzar el año con una recomendación literaria, e intentaré hablaros de al menos dos libros cada mes, ya que tengo muchas lecturas de las que no os he hablado y cuya opinión me gustaría compartir. Dicho esto, voy a hablaros de uno de los libros más deliciosos que han pasado por mis manos en los últimos meses.

Virginia Woolf (1882-1941) fue una de las grandes escritoras británicas cuyas ideas han influido hasta la actualidad y cuyas obras no han dejado indiferente a ningún lector desde su redescubrimiento en los años 70. Considerada como una de las más destacadas figuras del modernismo literario, tiene una producción encomiable con la que se divirtió a lo largo de su vida, pues gustaba de la experimentación en la narrativa y le dio muy buenos resultados. El soporte en el que más experimentó fue el relato, dada la brevedad que exige, y muchos de ellos los convirtió luego en novelas.


Este volumen de los Relatos completos, publicado en Alianza al cargo de Susan Dick con un prólogo breve pero muy útil, recoge sus relatos distribuidos por fechas, de manera que se puede apreciar tanto la evolución de su escritura como la experimentación que sobre las narraciones lleva a cabo la autora, algo muy interesante si tenemos en cuenta que es en este terreno donde probó las técnicas que la llevaron a escribir sus grandes novelas. Así pues, el lector puede seguir la trayectoria literaria de Virginia Woolf con este libro, y luego gustará más de los relatos de una época o de otra y buscará las novelas de esa época. Creo que es un buen comienzo para quien no se haya asomado aún a la obra de esta escritora cuya vida es de tanto interés como su producción.

Virginia ha sido la última autora a la que he prestado atención en el 2010. He llevado este libro en las manos durante dos meses, porque sólo lo leía en los viajes de autobús, ya que creo que ahí es donde se disfruta de los relatos cortos: un relato por viaje y da tiempo a pensar en muchas cosas. Por ejemplo, yo le tomé cariño al loro de «La viuda y el loro» y a la perrita Gipsy, y disfruté varias veces de las reflexiones que se le venían a la mente al personaje de «La marca en la pared» mientras miraba una mancha en el fondo del salón. He convertido, con esta lectura, a Virginia Woolf en una de mis favoritas, y espero que vosotros, si leéis este libro, sintáis algo parecido.