martes, 11 de mayo de 2010

Regreso del cementerio de libros

He llegado a casa con olor a papel usado, polvo y antigüedad, conmovido por la hermosura de un paraíso de libros y con un nuevo compañero bajo el brazo. Recuerdo cuando un buen amigo, cuya firma en aquella época era la machadiana Sol de Infancia, escribió en el blog de Libros y Libretas un artículo sobre el Cementerio de los Libros Olvidados, ese lugar que hay en muchas ciudades y que tanto recuerda al inicio de la famosa novela de Carlos Ruiz Zafón. En estas librerías de ocasión, mercadillo donde se pueden adquirir viejos ejemplares de reliquias literarias a muy buen precio, podemos encontrar seres abandonados por sus dueños, seres ansiosos de ver la llegada de una nueva persona que los transporte por las calles, que los introduzca en la mochila, los recorra con sus dedos y los saboree con sus ojos.

Acabo de dar fin a la última novela de Andrés Neuman, El viajero del siglo, la cual obtuvo el Premio Alfaguara 2009 de manera, creo, muy merecida —digo esto después de una lectura pausada de la obra, donde más allá de un discurso no demasiado bien elaborado (con sintaxis repetitiva a veces) he encontrado unas pinceladas muy bien trazadas sobre un lienzo ficticio y real a partes iguales, y unos personajes magníficos, mezcla del siglo XIX y del siglo XXI, mezcla de la realidad cotidiana y de la utópica, y una historia conmovedora que me ha hecho pasar buenos ratos de descanso durante la última semana.

Después de una conversación con una amiga de la facultad, una chica eslovena hermosa y simpática, durante cuyo transcurso he pedido una recomendación de algún escritor interesante de su tierra, he corrido a este mercado de libros viejos para adquirir un ejemplar de Alamut, la novela más famosa de Vladimir Bartol. Reposa sobre la mesa y se adapta a su nuevo hogar, a esperas de que lo tome entre mis manos e inicie la lectura. Esta noche le daré calor, le prepararé un lecho confortable en la estantería, y mañana por la mañana le mostraré mi cariño como un padre a su hijo. Porque sé que algún día se rebelará contra mí, como un hijo contra su padre; porque sé que mañana me abrirá sus brazos y me contará sus secretos, y yo acariciaré su espalda y oleré su cabello mientras hago como si lo amamantara. Mañana, pues, comenzará un nuevo viaje hacia Persia, y recordaré durante las sesiones de lectura la recomendación de mi buena compañera de clase. Gracias, amiga mía.

Cuánta nostalgia me trae cada visita a ese cementerio de libros olvidados. Cuántos libros quedan a la espera de que alguien los recoja por un precio inferior a su verdadero valor, que es mucho más de lo que se pueda pagar con dinero. Cuántas ganas tengo de rescatar a esos huérfanos. Lo haré poco a poco, con la ayuda de otros tantos amantes de la antigüedad y el papel ajado.


Jorge Andreu

6 comentarios:

Sombragris dijo...

No cabe duda que lo harás por que tienes alma de rescatador de tesoros...yo también actuó extrayendo de las entrañas ,de las montañas de papel ajado como bien dices, la esencia de los pensamientos a veces tambien olvidados.Un abrazo y nos vemos mañana

mariajesusparadela dijo...

Y yo te recomendaría dos libros recién salidos del horno, para compensar el olor de lo nuevo con lo viejo. Dos libros de dos blogueros, que nos acompañan en lo cotidiano: "Asoma tu adiós" de Roberto Villar Blanco, del blog, Blanco (lo encuentras en mi barra lateral)y "los archivos griegos" de Blanca Andreu del blog "blancaandreublog".

Jorge Andreu dijo...

Amigo Alfonso, creo que el buen lector es el que, como dices, extrae la esencia de las entrañas del libro, no el que pasa por alto las palabras y se queda sólo con la historia. Yo he empezado a desentrañar el libro del que hablo en esta entrada y la verdad es que en las primeras 30 páginas tiene buena pinta.

Otro abrazo para ti. Nos veremos mañana.

Jorge Andreu

Jorge Andreu dijo...

María Jesús, echaré un ojo a esos libros. Si me los recomiendas, por algo será. De Blanca Andreu he leído varios poemas que me gustaron. A Roberto no lo conozco, pero es muy buena oportunidad. Me pasaré también por su blog a saludarlo.

Un abrazo, amiga mía.

Jorge Andreu

Mª Teresa Sánchez Martín dijo...

Los libros antiguos deberían valer más que los nuevos porque sus páginas,creo yo, han ido recogiendo el interés, la emoción o el temblor, de los lectores que pasearon sus ojos y su corazón sobre ellas. Son un tesoro que gana valor con el tiempo. Tienen algo mágico.

Saludos

Jorge Andreu dijo...

Los libros antiguos tienen un no sé qué de erotismo que los revaloriza como material de colección. Si la lectura de un libro varía según el lugar en el que leamos, o según el momento, ¡qué no cambiará si le añadimos el grandioso fetiche de la antigüedad! A mí me encanta ir de vez en cuando por este cementerio de libros: siempre rescato alguno. Y no suelo quedar decepcionado con su lectura.

Un abrazo, Teresa. Gracias por comentar.

Jorge Andreu