viernes, 17 de septiembre de 2010

Madrugada del 17 de septiembre

Siento cómo el mundo tiembla a mi alrededor: se mueven las cortinas, el ventilador se agita, mi pelo se interpone en el camino de mis ojos, la sombra de mi mano al escribir, iluminada por el flexo situado a mi derecha, se tambalea al compás de la escritura. De vez en vez, un fucilazo deslumbra la habitación como una cámara fotográfica, y entonces la sombra de mi mano cambia de posición del mismo modo que mi vista, otrora fija en el papel y luego ensimismada en un cielo cuya oscuridad, atravesada por un rayo, goza del rescoldo de su resplandor. Las gotas se empujan, impacientes por chocar contra el suelo de una calle que se estremece con los gritos de las nubes. Es como si la vida se fuese a romper de un momento a otro. Hasta el pobre Cortázar me mira asustado desde la portada de su libro.

Escribo tras los cristales, envuelto en el silencio de mi dormitorio, de mi casa entera a oscuras, sólo habitada por mí en estos días; tan sólo resuena el repiqueteo incesante de la lluvia sobre mi techo, como si intentara acceder al interior y hacer que fluya la tinta con cuyo rastro dejo constancia del momento. Son las tres de la madrugada y no pienso sino en el sabor que el Sacro Bosque de Bomarzo me ha dejado en el paladar tras la última página, y en la vida de ese Pier Francesco Orsini que esta noche me sirve de consuelo.

Ahora me chirrían los oídos: se ha hecho el silencio total después del último rugido del horizonte. Extinto el rumor de la lluvia, oigo desde el escritorio, más allá de las paredes, las ventanas, las persianas y los barrotes, el llanto de mi compañera de pesares, asustadiza, que bajo el porche, sumergida, refugiada en su caseta y aislada del mundo cruel que amenaza su sueño, reclama tranquilidad, pues madruga más que nadie y debe estar fresca para defender con sus ladridos nuestro espacio. Gracias a ella, hoy me siento protegido pese a mi soledad. Aunque todavía siento como si el cielo quisiera resquebrajarse. ¿Lo conseguirá? Esperaré sentado.


Jorge Andreu

11 comentarios:

Eva dijo...

¿Ves? ¡Os inspira todo! yo asustada y tú escribiendo jajaja
Pobre perrita =(

Un besito

Jorge Andreu dijo...

La perrita es más valiente, más lista que nosotros. Por eso no sabe hablar, y mucho menos escribir. Si fuésemos tan valientes como los perros, no escribiríamos. Yo también pasé miedo al ver los rayos a través de la ventana de mi dormitorio.

Otro besito para ti.

Jorge Andreu

Eva dijo...

Qué cursi eres jajajaja
La perrita se parece a su dueño, pero en guapa =P

Jorge Andreu dijo...

Ni un milagro podría hacer al dueño más guapo que a la perra. Ella es así por sí sola.

ARO dijo...

Un texto magníficamente escrito. Eres un gran artista.

Jorge Andreu dijo...

No es para tanto, hombre, jaja. Gracias de todas formas. Me alegra que te guste.

Alberto Cancio García dijo...

Una vez más el Fin del Mundo me pilló en la calle, compañero. No por casualidad, claro:
Aunque es cierto que salía yo de casa tan tranquilo y que el primer rayo se me pareció a la muerte súbita y no a un rayo, lo cierto es que el invisible fulano marrano que me dicta adónde ir a cada momento sin siquiera haberse presentado se ocupó de colocarme en el lugar y en el momento que a él le parecieron graciosos y oportunos.

Como siempre.

Sinceramente: Al principio me sorprende y obsesiona este tipo de casualidades correlativas. Al principio me sorprende la Tormenta.
Yo no pido presenciarlas. No. Yo no llevo, como antes, una cámara enfundada a la cintura ni un abrojo enraizado en lo más hondo del cerebro, azuzándome las sienes con la imagen de la idea pro-platónica de un rayo.

Ahora suelo ir tranquilo por la vida, bien sereno, difuso a veces, deshojando quizá el cardo borriquero que ya he dicho (platónico el amor de una mujer); y el hecho de que no sean ni mi voluntad, ni mi capacidad de decisión al fin y al cabo, ni mi instinto los que me lleven a tales o cuales puertos -pues ya te he dicho que no me esperaba la tormenta- me toca sobradamente los santos clavicordios.

Si estalla una tormenta, uno se prepara unas palomitas o se pone a escribir un poema. ¡No sale a la calle a mojarse, carajo!

Y yo haría lo mismo si no me adulteraran la existencia.
Pero esa ácida impresión de dependencia, ese "me has buscado y encontrado a la primera", Fulanito lo sabe, dura sólo un mal segundo:

_ Fulano marrano, ya has vuelto a hacer de las tuyas... ¿eh?

Y ni él ni yo, entreverados entonces, tenemos que hacer mucho más.
Los imanes polares, las incógnitas "Y" de ecuaciones invisibles dispuestas por las calles gaditanas, las extrañas fuerzas energéticas que galopan por el hilo hijodeputa del destino palpitante, juegan a rodar mi cuerpo como si fuese una canica nueva cada vez.

"Y ya sabes, compañero, que la canica al agujero".

Al abismo, por lo tanto, a lo incierto, lo confuso, lo borroso. Un lugar con poca luz. Los confines de una playa que sin viento finje ser el tubo de una chimenea. Sin hollín, que se agradece, pero con agua, mucha agua, que esta vez no apaga la candela por completo.
Porque huele. Huele a azufre. A chispa, demonios. A enjambre de moléculas ionizadas y a explosión de esquirla de madero.

Y allí abajo, el fuego no es naranja. Es morado, como en un televisor que fuera inmenso, del tamaño de la bóveda, y que olvidaras mantener a la distancia recomendada.
Allí te agachas a buscar el mando y rozas sin querer la carga electroestática. Y con los pelos suspendidos y la piel de las orejas erizada, al borde de la furia, maldices al abuelo, que está sordo, y que vuelve a dar el máximo volumen a esa peli de tropopausas y corrientes con efecto de ida y vuelta.

A esas últimas, tú las observas
acojonado, tú las oyes encogido por el miedo. Y quisieras tomar el mismo camino que ellas, y volverte a casa, carajo, que estás mojado, pero, amigo mío, ya lo dije en su momento: ese maldito traidor que es Fulano, sólo acostumbra a darte el billete de ida.

Jorge Andreu dijo...

Pues Fulano llegaría a su casa empapado de naturaleza. Yo juro que pasé miedo por primera vez. Tengo el corazón pequeño para algunas cosas, grande para otras. Sólo salí después de la tormenta para sacar a la perra y en ningún momento dejé de observar el poste de luz, ni dejé de oír el rugido de sus hierros, que parecían enfadados con el mundo y casi la pagan conmigo.

Este comentario suena a capítulo de tu historia de piratas, cuyo desenlace aún espero.

Un abrazo fuerte.

Jorge Andreu

Alberto Cancio García dijo...

Llegará cuando lo tenga todo hilado... ¡¡como un rayo!! ;)


PD: Perdón por ese "finge" con "J". Acostumbro a poner las cursivas al final del trayecto y esta vez se me olvidó que en el procesador de comentarios no se puede. Debía haberlo entrecomillado, pero era tarde.

Un abrazo, compañero, y en breve nos vemos todos los días de nuevo :oD

Mª Teresa Sánchez Martín dijo...

Se siente, porque está muy bien expresado, la templanza de la habitación, la tempestad tras los cristales y el calor del cariño mutuo entre tú y tu compañera de pesares. Tenías un buen cobijo en la "Madrugada del 17 de septiembre"

Un abrazo

Jorge Andreu dijo...

Muchas gracias, Teresa. La verdad es que, aunque estaba inquieto, ese cobijo me sirvió de consuelo durante la madrugada, hasta que algún tiempo después logré atrapar el sueño.

Un abrazo.

Jorge Andreu