jueves, 9 de agosto de 2012

La síntesis del corazón y las ideas: Hermann Hesse

Hace cincuenta años, tal día como hoy, una hemorragia cerebral perturbó el sueño de un gran escritor. Con 85 años y una docena de novelas de esas que cambian el rumbo del pensamiento, Hermann Hesse, hijo de misioneros cristianos, que abandonó la educación religiosa, que trabajó durante gran parte de su vida en librerías y que siempre tuvo tanto dolores de cabeza como problemas de visión, había desarrollado una de las trayectorias más importantes de la literatura contemporánea universal. 

La historia de sus novelas es la historia de una felicidad insatisfecha. Desde Peter Camenzind (1904) hasta El juego de los abalorios (1943), Hesse contrajo tres matrimonios, tuvo un hijo, perdió a su padre, viajó por Indonesia para huir de la realidad conyugal, trabajó de librero para los prisioneros de guerra alemanes, sufrió los ataques hasta de sus mejores amigos por un artículo contra el nacionalismo alemán, fue víctima de la censura por parte de los periódicos, recibió a dos grandes personalidades en su casa —Bertolt Brecht y Thomas Mann, durante su exilio— y, sobre todo, recurrió al poder paliativo de la escritura. El hecho de que en 1930 los periódicos decidieran no publicar más textos del nacionalizado suizo, significó entre otras cosas la producción de una gran novela, un mundo nuevo. Aunque en los años veinte había escrito sus tres novelas más conocidas: Siddhartha (1922), una de las grandes huellas de su viaje por Indonesia, El lobo estepario (1927) y Narciso y Goldmundo, genial defensa del arte por encima de la erudición, su última novela, en la que logra unificar sus ideales de conocimiento, surge a partir de 1931, cuando el silencio obligado de los periódicos lo conduce a recluirse en privado en la creación literaria.

El juego de los abalorios nace, en primer lugar, como refugio intelectual. Hermann Hesse tardará trece años en escribirla, pero la preludia en un relato de 1932 titulado El viaje a Oriente. En 1943 se publicará su última novela en Suiza, dedicada «a los viajeros de Oriente», que revolucionará a los lectores hasta hoy por su extraña concepción de un ideal del futuro: la vida, en el año 2400, en la legendaria Castalia, ciudad donde una organización privada ha elaborado una filosofía basada en la meditación, la observación y el estudio, que comparte sus conocimientos mediante un juego de música y matemáticas compuesto por todos los saberes de las artes y las ciencias. 

La crónica que un autor anónimo hace de las experiencias del magister José Knecht, desde su infancia hasta lo que se ha dado en llamar «La leyenda», es la historia de un ser humano que descubre los conocimientos intelectuales más privilegiados al mismo tiempo que la realidad de la que todos sus compañeros se alejan. En un proceso de aprendizaje relacionado con el hallazgo, por parte de todos nosotros, de una vocación, la novela se desarrolla entre meditaciones, observaciones y experiencias que cimientan las bases de una próxima unión entre la ciencia y el arte: la música y las matemáticas como la explicación racional del universo, de nuevo unidas como en su origen. 

Gracias a esta obra, que culmina su trayectoria literaria, en 1946 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura. Y es que aunque parezca una lectura difícil, el hecho de encontrarse a un escritor en su plenitud literaria conlleva que, no sólo las ideas —que nos pueden seducir si logramos entender desde el primer momento en qué consiste ese extraño juego de saberes—, sino también el desarrollo de las mismas, el discurso narrativo y la riqueza de su prosa consigan absorbernos durante estas seiscientas páginas verdaderamente deliciosas. Ahora que han pasado cincuenta años, puede ser un buen momento para enfrentarse a la más profunda síntesis del alma humana: El juego de los abalorios.

Jorge Andreu

4 comentarios:

Mª Teresa Sánchez Martín dijo...

Es admirable el homenaje que haces, merecidísimo sin duda.

Saludos

Jorge Andreu dijo...

Por supuesto que es merecido, María Teresa. Su obra no pide menos. Gracias por leerlo.

Jorge Andreu

Andrea dijo...

No olvidar: Demian, una maravilla.

Muy bonito Jorge.

Jorge Andreu dijo...

Sin duda, Andrea. Es de esos genios que escribiera lo que escribiera se convertía en una maravilla. Me alegro de que te guste.

Un saludo

Jorge Andreu