domingo, 27 de febrero de 2011

Memorias de Viena (I)

INTRODUCCIÓN

No recordaba que la nostalgia tuviese un sabor tan agridulce. Acabo de salir de la ducha y el suelo solamente húmedo me ha traído a la memoria los charcos del albergue, donde el agua mojaba más el cuarto de baño que mi cuerpo. Mi propósito con este texto no es sino salpicar de recuerdos el papel, pues no podría derramar paso a paso el camino que emprendí desde que a las 14.25 tomara el vuelo de ida en dirección a Viena, el primer vuelo de mi vida y mi primera salida al extranjero. Así que intentaré salpicar en la medida de lo posible mis impresiones y vivencias sobre este papel, que ahora se me antoja amargo sin tener un güisqui entre las manos. Trataré de llenarlo de sobriedad.

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DOMINGO

Yo tenía una habitación en Viena. A punto estuve de dejarla pasar, pero gracias a una persona muy importante que hizo encaje de bolillos por mí y por un compañero, llegué a ocupar la cama número 6, componente inferior de una litera que me causó un sobresalto al verla. Una vez me caí de cabeza de una de esas y desde entonces tengo miedo a las alturas. No sé ni cómo subí a la torre de la catedral. Pues bien, esa cama, la de abajo, es la que ocupé y vestí con un trabajo monumental, como todos mis compañeros. Era más fácil cubrirse con una chaqueta y levantarse con la garganta rota cuando íbamos de camping.

En fin, tal día como hoy me desperté demasiado tranquilo y terminé de preparar mi equipaje para irme al aeropuerto. Mis padres me llevaron y allí me encontré con mis amigos del conservatorio, todos inquietos, todos de buen humor. Daba gusto ver aquellas caras que luego besaría y abrazaría con el peso del ron y la cerveza sobre mi espalda. Saludé a mis profesoras e intercambié cinco minutos de inquietudes con mis padres: si el movimiento del avión se notaba, si mareaban las turbulencias, si era posible perder el control allí arriba. Si tuviese la fe que algunos tienen en el cielo, todo habría sido diferente. Pero me alegro de que fuese así. No me mareé en absoluto: fue como la primera vez que monté en la noria, cuando el primer cosquilleo de mi vientre se acentuó poco a poco hasta llegar al pecho, y entonces supe que estaba enamorado. En el avión supe que las alturas no me darían tanto miedo, en la noria había logrado vencer el vértigo de un beso.

Durante una hora y media, Zinemann me enseñó la interpretación de Burt Lancaster y Frank Sinatra en mi ordenador, mientras que mi compañero visionaba una serie humorística de televisión. Al fondo del avión se escuchaba el griterío del resto de compañeros. Nosotros íbamos por libre, porque nuestra economía había crujido en el momento en que propusieron el precio final del viaje y tuvimos que buscarnos una oferta diferente, una oferta que trajo sus consecuencias, como veréis cuando hable del viernes.

Después de un suave aterrizaje, pisé tierras extranjeras y sentí el frío vienés, tan diferente al de Cádiz y tan placentero. Me abroché la chaqueta y alcé el cuello a lo Humphrey Bogart. Recogimos las maletas y subimos a un autobús que nos trasladó al albergue, donde adivinamos que la seguridad se puede burlar como en todas partes y que el ron haría de las suyas entre aquellos pasillos.

La noche había llegado y era lícito salir de las paredes para ver nuevas libertades: así emprendí un recorrido frío y emocionante por la ciudad. Os enseñaré fotos del momento cuando las tenga. Recuerdo una imagen que me torció el corazón: el ayuntamiento de Viena, iluminado y con una enorme pista de hielo ante él, por la cual se paseaban los vieneses con la parsimonia de quien está acostumbrado a semejante temperatura. Recuerdo un momento especial: el teatro donde se encuentran grabados los nombres de los grandes literatos de la historia, entre los cuales está Calderón de la Barca. Recuerdo un lugar apetecible: el café Landtmann, que deseaba conocer desde que leí la última novela de mi profesor Manuel Ramos y que sólo vi desde fuera. Recuerdo un momento de tensión: entramos en una iglesia, entre cuyas paredes se respiraba el gregoriano y entre cuyas columnas brillaban la soledad y los murmullos de gente invisible. Recuerdo un Starbucks al que no entré en toda la semana. Recuerdo unas ruinas romanas. Recuerdo muchas fotos y muchos abrazos por la calle. Recuerdo a Johnny Depp en el McDonald’s y la conversación entre las hamburguesas, pedidas, por cierto, en español porque nos había atendido una guapísima japonesa con mayor facilidad que nosotros para los idiomas. Recuerdo la vuelta, muertos de frío y con ganas de calentarnos con una hermosa botella guardada en una mochila.

Aquella noche fue la primera que no dormí, la primera de tantas. Bebimos ron, cantamos sin guitarras, contamos chistes. Empecé, pues, a conocer a mis compañeros de conservatorio fuera de las clases, y descubrí que eran marchosos como ellos mismos y encantadores como una mirada cálida. Creo recordar que nos fuimos a dormir porque se había acabado la botella de Brugal, que dormimos un par de horas y que a la mañana siguiente todos nos miraban de un modo extraño. Nosotros sólo reíamos. Y éramos tan felices con nuestra resaca…

5 comentarios:

Madison dijo...

Qué gozada leerte, me has llevado contigo, me he sentido allí.

sensibleatonica dijo...

Me alegro de que haya sido un gran viaje. Algún día nos tomaremos ese café o güisqui y nos pondremos al día sobre nuestras interesantes vidas. Un beso.

Jorge Andreu dijo...

Madi, ojalá hubieses estado allí. Era todo precioso. Ya verás las fotos, colgaré algunas por aquí.

Mar, cariño, siento no haberte llamado este fin de semana para quedar. No te preocupes que al próximo invito yo, sea un café o un güisqui. Espero verte pronto.

Besos.

Jorge Andreu

Carm9n dijo...

Totalmente de acuerdo con Madison, nos transportas con tus palabras... Por cierto, aprovecho para felicitarte por haber ganado el premio PriceMinister... El Ipad ya es tuyo!! Enhorabuena, Jorge!!
Besos,

Jorge Andreu dijo...

Gracias, Carmen. No esperaba ganar semejante aparato, jaja. Me ha hecho mucha ilusión. Y lo de Viena... espero que vengáis conmigo a lo largo de la semana, a ver si os hago disfrutar aunque sea una parte de lo que yo he vivido.

Un abrazo.

Jorge Andreu