domingo, 13 de octubre de 2013

Ramiro Pinilla y los casos de Samuel Esparta

Existe en el ser humano una tendencia a imaginar la realidad, a reinventarla a menudo filtrada por nuestro juicio sobre el mundo para encontrar el equilibrio del que carece el día a día. En busca de las aventuras que vivían los personajes de los libros de caballería salió don Quijote a desfacer entuertos; con la misma intención, y empujado por esta y otras aspas de molino, el librero Sancho Bordaberri decide hacerse investigador privado. El escritor vasco Ramiro Pinilla hace de este acontecimiento un quijotesco homenaje a la novela policíaca y a los grandes nombres del género, al mismo tiempo que revisa la sociedad de Getxo durante la posguerra. Y lo hace hasta la fecha en dos novelas: Sólo un muerto más, donde resuelve un crimen que quedó sin respuesta en su trilogía monumental sobre la historia del País Vasco, y El cementerio vacío, que retoma el hilo con un asesinato reciente en mitad de una romería.

En la primera de las obras se nos presenta Sancho Bordaberri como un joven librero,  aspirante a escritor, que quiere seguir los pasos de Raymond Chandler y Dashiell Hammett pero al que las editoriales le devuelven una y otra vez los manuscritos. Ha descubierto que no tiene imaginación y ese es el motivo de su fracaso literario, así que echando la vista atrás, y acompañado de su secretaria Koldobike, decide recuperar del pasado un caso de asesinato que quedó archivado por el advenimiento de la Guerra Civil Española: el caso de los gemelos Altube, uno de los cuales murió atado a una peña. La investigación, cuyo procedimiento será el habitual de interrogatorios y búsqueda de pistas que conduzcan a pruebas fehacientes para identificar al asesino, despertará la inquietud en los vecinos de Getxo y servirá, al mismo tiempo, de materia narrativa para el recién bautizado Samuel Esparta (en honor, por supuesto, al Sam Spade de su admiradísimo Hammett). De esa manera, la nueva novela, de la que Esparta es narrador y protagonista, gozará de un realismo que no requiere imaginación sino reflejo de la pura realidad, la que el autor y protagonista tiene ante sus ojos en el transcurso de su investigación. 

Lo que encontramos en el fondo de esta primera novela es, más que la búsqueda de un asesino, más allá de la resolución de un caso criminal, el hallazgo de un estilo narrativo. Samuel Esparta era un asiduo lector de novela negra que, con su conversión en investigador privado, logra meterse en la piel del personaje —porque es su propio personaje— y por tanto se siente capaz de llevar a cabo la difícil empresa de desarrollar una narración con intriga, verdad y hondura. Y por si fuera poco, los acontecimientos y la época lo conducen necesariamente a elaborar un fresco de la sociedad de la posguerra marcado por una crítica al Franquismo en uno de los personajes cruciales para la trama. Samuel Esparta se ha convertido, por tanto, en lo que Sancho Bordaberri soñara: un escritor de novela negra que, gracias a su tratamiento de un caso criminal sin resolver, ha llegado a una doble conclusión, literaria y policial, que traerá sus consecuencias.

Existe, por otra parte, una leyenda en Getxo según la cual en los cementerios cercanos al mar las tumbas se vacían cuando dos enamorados se encuentran después de su muerte. Este es el punto de partida para El cementerio vacío, segundo caso de Samuel Esparta, que a la manera de la segunda parte del Quijote recupera la anterior novela y hace al pueblo conocedor de la misma, en tanto que su protagonista y narrador vuelve a tratar un caso de asesinato. Los vecinos de Getxo, que ya conocen los resultados de la primera investigación de Samuel Esparta, se opondrán a la investigación del asesinato de la preciosa Anari, que apareció muerta detrás de la iglesia de San Baskardo, dando por hecho que el maketo que la acompañaba es el culpable. 

La redacción de esta nueva novela, es decir, la investigación de otro asesinato, supone una reflexión metaliteraria parecida a la de Sólo un muerto más, con el añadido de que ahora no sólo se reflexiona sobre la realidad y la ficción, sino sobre la ficción dentro de la realidad y viceversa, y además se impregna toda la materia narratológica de una crítica social que ya no sólo atiende al Franquismo, sino también al nacionalismo vasco, centro del nuevo estudio. Samuel Esparta, al recibir el encargo de dos muchachos amigos del sospechoso, decide involucrarse en la investigación mientras paralelamente la policía franquista trata el caso, el hermano de la víctima es fusilado por el régimen y el pueblo entero acusa sin pensarlo al maketo, un forastero. En consecuencia, otro retrato de la posguerra española hecho en clave detectivesca.

Si bien esta segunda entrega parece la huella de la anterior, en cuanto reflexión metaliteraria tiene su sustancia. No es, con todo, lo mejor de la narrativa del escritor vasco, aunque sí plantea un horizonte de posibilidades para su futura producción. 

2 comentarios:

Juan Herrezuelo dijo...

Estupendo acercamiento a las novelas policíacas de un autor de trayectoria literaria y vital digna de estudio. Leí hace apenas tres años la excelente “Las hormigas ciegas”, premio Nadal del 60, una novela realmente memorable, lo mejor que tal vez haya resultado de la influencia de Faulkner en España. De ahí a crear su propia editorial para ir dando salida a sus obras, el redescubrimiento tardío, la reedición, el éxito y finalmente la creación de este detective. Un gran escritor.

Jorge Andreu dijo...

Totalmente de acuerdo, Juan. Ramiro Pinilla es un escritor sobre cuya obra aún faltan varios estudios, pero todo se andará porque lo que es oro termina reluciendo. Las ciegas hormigas es una novela que bien merece una relectura: la leí el año pasado y volvería a ella con mucho gusto.

Gracias por tu comentario. Un placer por mi parte.

Un saludo

Jorge Andreu