sábado, 17 de abril de 2010

Una excursión hacia el pasado

Yo no te pinto otros colores
que los colores que tú tienes.

José Hierro, «Entonces» (Tierra sin nosotros, 1947)


Guardaba tu boca palabras tan primaverales, tu sonrisa emprendía un largo camino cuesta arriba cuando dejabas escapar el más suave sonido de tu garganta, tus dientes eran blancos y verde tu mirada, tu lengua se agitaba en cada sílaba y el mundo se detenía para volverse y vernos tan felices, tan llenos el uno del otro y, sin embargo, tan distantes. Éramos niños y no sabíamos de la vida más que el contacto de nuestras manos.

Esta mañana, alejado del silbido del viento una vez más, metido entre las calles más estrechas para evitar su zumbido en mis oídos como revuelo de moscas, me dirigía hacia el mismo lugar de siempre y prestaba atención a los rincones de la ciudad que despertaba a mi paso. Las tiendas se abrían, los bancos iniciaban su jornada, los mendigos instalaban su carro antes de alargar la mano y los músicos ambulantes iniciaban su interpretación en flauta travesera y guitarra electroacústica. Un anciano se despedía de otro en la puerta de un bar con un abrazo, porque nadie sabe si volverán a verse mañana. Una furgoneta cargada de cajas de cartón obstaculiza el tráfico en una de las callejas por donde este vehículo no debería circular. Dos jóvenes vestidos de cuero y botas con borde de metal encienden un cigarrillo y lo comparten mientras paso por su lado, y no me quitan el ojo de encima. Evito sus miradas y miro al fondo de la calle: un cartel que pide a gritos una llamada para alquilar un piso, un escaparate recién encendido, una pequeña multitud de escolares detrás de la profesora, en fila india, y sus canciones de excursión, y al final del grupo, cogidos de la mano y en feliz silencio, una pareja de enamorados de diez años.

Me detuve a contemplar el espectáculo, y como si el pasado en ese momento se volviese presente, fijé mi vista en la emoción reflejada en la cara del niño. Con diez años descubrí el amor, como él, con esa edad supe cómo era la textura de un cuerpo, sentí la suavidad de una palma y el calor de una mejilla, aprendí a besar dos dedos cálidos y a compartir el aliento, a dar rienda suelta a los sentimientos y profundizar en el brillo de unos ojos y el timbre de una voz. Como él, como ella, como ellos.

El grupo torció a la izquierda al fondo de la calle, pero la brevedad de esa imagen marcó en mí una sensación inolvidable. ¿También nosotros fuimos así? ¿También quisimos extraer el jugo de las excursiones y acariciar el sillón del autobús con inocentes palabras? ¿Y la admiración de algunos compañeros que también gustaban de tus ojos? Eras… fuiste tan accesible, que aún creo haber quedado en el intento. Compartiste conmigo tantos viajes y visitas, nos parecíamos tanto a estos dos pequeñuelos situados a la cola del grupo, que de seguro en nuestras salidas alguien con diez años más nos miró sin que nos diésemos cuenta. Entonces comprendí muchas cosas.

Comprendí que todas las etapas de nuestra existencia se repiten en cada generación, que hoy un sentimiento no es nuevo aunque así lo estimemos. Y tantas otras cosas que parecemos no conocer hasta que ya no las poseemos y nuestra memoria las impone.

Emprendí de nuevo la marcha hasta mi destino de siempre, sin quitarme de la cabeza en ningún momento la imagen de aquellos dos mochuelos. Tan felices iban, tan sumergidos en su ternura como anduvimos los dos, tú con tus historias y esa lengua vibrante, con tu mirada verde y tu blanca dentadura de leche, con esa garganta que emitía carcajadas sinceras, que agitaba las comisuras de tu boca, y con esos labios que guardaban tan primaverales palabras en su interior; y yo empapado de admiración por tus cuentos, tu sonrisa y tu mirada, ansioso de palpar esas voces de la primavera, unos tenues adjetivos que el viento se llevó cuando nos despedimos.

Todo eso recordé al ver el variopinto desfile de la callejuela y los gorriones cogidos de la mano. Y descubrí sobre todo que así era el principio de la vida: el amor, un amor tan cerca aún de mí y tan lejos ya de nosotros.


Jorge Andreu

8 comentarios:

Alberto Cancio García dijo...

De maestro, tío... Me emociona :,)
Este relato describe mi vida entera... Mi búsqueda. Me ha llegado más que el de las trenzas... jajajaja :)

Jorge Andreu dijo...

¿Más que el de las trenzas? Pues ya te habrá gustado :) Me alegro mucho, amigo mío.

Un fuerte abrazo.

Jorge Andreu

Anónimo dijo...

Una lectura mucho muy agradable. Escribes muy bien. Te felicito.

Un placer leerte.

Jorge Andreu dijo...

Vaya, muchas gracias, Salvador. Da gusto ver las palabras de un nuevo visitante. Espero verte más veces por aquí.

inés dijo...

A mí también me ha gustado, especialmente que te parases a observar (describir, recordar, analizar...) las sensaciones del amor infantil, que como todo lo infantil, debe ser lo único puro y limpio de la vida entera.
Esa imagen anecdótica sobre la que te has parado a reflexionar dice mucho de tu sensibilidad.
Y aunque no pegue mucho aquí (pero no encuentro otro modo de poder decírtelo):
FELICIDADES!!! Por ayer y por hoy, pero sobre todo por hoy.
Que seas muy feliz,
que no te crezca la nariz,
que te regalen muchas cosas,
que crezcan tus mariposas,
que te mimen y te quieran,
que apruebes todas
las de la carrera.

Jorge Andreu dijo...

Amiga Inés, respondo a tu comentario por orden -que no es lo mismo que por importancia.

Esa sensación de amor infantil es algo que, creo, todos hemos sentido a edad muy temprana, unos más tarde, otros más temprano. Yo la experimenté en torno a los 7 años, cuando emprendíamos la típica excursión escolar al teatro o al zoológico, que se hacía todos los años. Iba junto a mí una chica de la que guardo un grato recuerdo y a la que no he vuelto a ver desde hace unos años. Y una mañana, camino de la facultad, me encontré a mí mismo de la mano de ella en un pequeño grupo de escolares que me llenó de emoción. Producto de ese momento es este texto, que según veo te ha gustado (yo me alegro).

Y en segundo lugar, sí, un año más, 20 ya. Espero que no me crezca la nariz, porque iríamos apañados. Y espero, eso sí, aprobar todas las de mi carrera. Gracias por tu pequeño poema, tan directo.

Un fuerte abrazo.

Jorge Andreu

Sombragris dijo...

Bueno...me he tomado mi tiempo en leer tus textos...veo en ellos mucha fuerza,sensatez,compromiso,ternura,esperanza y sobre todo vida.Me ha gustado especialmente este último...directo al corazón,si señor.Un placer seguirte,amigo JOrge

Jorge Andreu dijo...

Muchas gracias, Sombragris (o prefieres que te llame por tu nombre?, dejo tu nick en principio por si acaso). Me alegro de que te guste especialmente este texto, porque a mí también me causó una gran emoción experimentar lo que en él cuento. Qué no daría por revivirlo.

Estás invitado a leer todo lo que quieras de mi blog. El gusto, por supuesto, será mío.

Un abrazo.

Jorge Andreu