domingo, 18 de agosto de 2013

Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte (1942)

Mucho se ha debatido y escrito sobre la primera novela de Camilo José Cela, que cambió el rumbo de la narrativa española de los años 40, y mucho queda aún por descubrir de esta fantástica narración a la que, si bien se le han achacado algunos defectos técnicos que son causa de la juventud del autor cuando redactó el manuscrito, no se le puede negar el excelente tempo narrativo, el lenguaje directo y la intensidad de cada una de sus páginas, que facilita la lectura por dejar sin aliento al lector al mismo tiempo que dificulta la experiencia por lo tremendo de su contenido.

Publicada en 1942, La familia de Pascual Duarte es la primera prueba que hace el autor gallego por renovar la narrativa española de su tiempo, afán de renovación que está presente en toda su obra. En ella lleva a cabo la redacción de unas memorias por parte de un campesino extremeño que desde la cárcel recuerda su pasado para darse a sí mismo una explicación sobre el presente: en aras de buscar la redención por la escritura, Pascual Duarte, autor de su biografía en primera persona, recuerda su infancia, la pérdida de la inocencia, el carácter primitivo del ser humano que él mismo representa y la estética de la violencia como única manera de redimir las diferencias entre rivales. La masculinidad, la maternidad, la venganza y el odio se entrecruzan como los recuerdos de un condenado a muerte: con cierto desorden, captados caprichosamente por la memoria y en busca de ofrecer salvación a quien los reproduce. Desde su celda, el nuevo Pascual, arrepentido de sus actos, echa la vista atrás para consolarse de ser un hombre bueno al que las circunstancias han obligado a actuar como un animal.

La novela se nos presenta bajo la técnica del manuscrito hallado, ya utilizada por Cervantes, y ofrece una moral a contrario a la manera de la novela picaresca, por lo que tanto su forma como su contenido están sujetos a la tradición literaria española. Por si fuera poco, la confesión de un reo que cuenta su vida en primera persona no deja de ser una terapia utilizada en multitud de obras precedentes con las que conecta a la perfección. 

Dada la cantidad de documentos que enmarcan la materia narrativa —a saber: la Nota del Transcriptor, la Carta de Pascual Duarte, el Testamento de Joaquín Barrera López y, después de las memorias, otra Nota del Transcriptor seguida de dos cartas—, puede deducirse que el asunto de la obra no es ya la descripción de un paisaje rural donde prima la violencia y los instintos primarios del animal en que se convierte el hombre sometido a situaciones extremas, sino la manera en que este hombre, de vuelta al sosiego y a la espera de que llegue la hora de su ejecución, se consuela pensando que su mal comportamiento fue producto del «ciego destino» o de los «designios del fatum», en palabras del propio narrador.

Así pues, estamos ante un testamento literario de alguien que apenas sabía leer y escribir y que, a fuerza de culpabilidad, busca en la escritura su salvación. Pascual Duarte será ejecutado por haber sido un asesino, pero tendrá la conciencia tranquila cuando todo acabe y dejará el documento escrito de su vida a merced de sus posibles lectores. Los de ahora, lectores del siglo XXI, debemos tener presente que las situaciones extremas llevan al ser humano a cometer atrocidades como las que aparecen en esta novela, lo cual demuestra una vez más la inmortalidad de la buena literatura. 

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