domingo, 4 de agosto de 2013

Juan Marsé - Últimas tardes con Teresa (1966)

¿Cómo hablar de una obra de arte sin dejar que la emoción se me escape por la boca? La lectura de esta novela, quizá una de las mejores que se hayan escrito en español en la mitad del siglo pasado, ha marcado un antes y un después no sólo en mi mundo, sino que ya en su momento causó estragos en los lectores porque Juan Marsé demostró que se puede hablar de los sentimientos sin cursilerías. Últimas tardes con Teresa (1966) es una inolvidable historia de amor entre un ladrón de motocicletas y una estudiante de la alta burguesía catalana. Su argumento se construye a base de oposiciones y los problemas que aparecen a lo largo de la trama se resuelven con la elegancia propia de un gran escritor. Su lenguaje despierta la imaginación de los lectores hasta límites insondables y crea una serie de expectativas saciadas, por supuesto, conforme avanza la narración. Su arquitectura es la del más sólido edificio revestido de una decoración que nos mantiene atentos a cada detalle.

Cuando Manolo Reyes, alias el Pijoaparte, se cuela en una fiesta de la alta burguesía catalana durante la noche de San Juan y conoce a Maruja, no tiene ni idea de que sus relaciones con esa muchacha lo acercarán a la señorita Teresa Serrat. Esta guapísima rubia de diecinueve años es una estudiante universitaria metida en asuntos de política y con unos ideales que la alejan del mundo burgués al que pertenece. A raíz de un azaroso accidente, la universitaria y el Pijoaparte inician una relación de cordialidad que poco a poco se convierte en un amor de verano con todas sus ventajas e inconvenientes.

Construida en torno a cuatro personajes opuestos entre sí —Teresa, Luis, Maruja y Manolo—, la novela se articula mediante una narración lineal con una voz omnisciente y algunos saltos temporales que reconstruyen el pasado de los personajes. Asimismo, las fantasías de los protagonistas quedan retratadas gracias al monólogo interno, recurso que atraviesa algunos capítulos en lo que dura un instante de realidad y que ofrece algunas de las páginas más logradas de la novela. El lenguaje, directo, donde no faltan las expresiones más vulgares mezcladas con el vocabulario más decoroso, donde mantienen un reñido pulso la narración y la descripción de los sentimientos, es uno de sus aspectos más destacables. Todo ello compone un lienzo de cuyos trazos nos olvidamos durante la lectura para disfrutar del resultado: una obra de arte elaborada con el pincel más detallista y la paciencia del artesano.

Como toda buena novela, Últimas tardes con Teresa admite varias lecturas desde muchas perspectivas, aunque el autor, según ha dicho en varias ocasiones, en modo alguno persiguiera el objetivo de representar la lucha de clases, ni un ajuste de cuentas con la burguesía a la que él nunca perteneció, sino solamente una entrañable historia de amor pensada para el deleite personal. Estamos ante un amor de verano que cala en lo más hondo, porque no sólo hay besos, caricias y complicidad, sino también una realidad, la de las clases sociales, que impide el normal desarrollo de los acontecimientos. Se trata de una de esas lecturas a las que uno debería regresar de vez en cuando con la seguridad de que no desperdiciará el tiempo.

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