martes, 29 de junio de 2010

Cancioncilla de vergel

—Pues dime lo que encontré
en los tréboles del soto.

—¡Dios, sí que te lo diré:
mi anillo, mi anillo, roto!

Rafael Alberti, «En los tréboles del soto»,
en La amante (1925)


Durante mucho tiempo, aguardé tu llegada sobre un césped bañado de atardecer. El sol se había despedido, allá a lo lejos veía cómo la luna llamaba a la puerta mientras el cielo se tornaba poco a poco en un azul oscuro, primero, después en un negro estrellado y oculto tras algunas nubes. El silencio me removía las entrañas. Yo luchaba por deleitarme con el fresco aroma de la dama de noche, pero el calor consumía mi paciencia. Los minutos pasaban interminables, a mi reloj se le agotaron las pilas antes de que acudieras a salvarlo. Yo también me quedé sin energía.

Entonces dejé caer mi cuerpo sobre la hierba y algo me pinchó la espalda. Al girarme, los codos sobre el césped húmedo, fresco, lleno de sabor, hallé escondido un anillo roto, como el que resbaló de aquel dedo de tu pie vibrante cuando acaricié la planta. Como cuando dejaste caer tu amor al fondo de la arena y me regalaste la joya que encontré tras tu lengua, dulce y sencilla, esplendorosa como las estrellas que fueron testigos de nuestros besos.

No llegaste. Esperé y no volviste. Hace ya tanto tiempo de aquello, que cada noche pienso en tu cuerpo y en ese pie decorado por un diminuto anillo de plata, ahora roto, que guardo en mi bolsillo al caminar por el vergel.


Jorge Andreu

miércoles, 23 de junio de 2010

Lecturas para el verano 2010

Hoy empieza mi verano. Ayer por la tarde terminé de escribir un pequeño ensayo —la última obligación de este curso de carrera— y, tras una sesión de revisiones, esta tarde iré a entregarlo para dar fin al curso académico. Sólo queda esperar las notas definitivas, aunque gran parte de ellas ya las conozco y estoy bastante contento.

Ayer leí en el blog de Vero algo que ya pensaba hacer en este blog, pero puesto que ella se me ha adelantado, quiero dedicarle esta entrada. Voy a dejar constancia de las novelas que leeré este verano, digo novelas porque también tengo otros géneros y otros asuntos entre manos, pero esas cosas van aparte. Así, pues, os dejo una breve lista:

-Léon Tolstoi – Anna Karénina
-Victor Hugo – Los miserables
-John Steinbeck – De ratones y hombres
-Manuel Mujica Láinez - Bomarzo
-Juan Marsé – Rabos de lagartija
-Thomas Bernhard – La calera
-Oscar Wilde – El retrato de Dorian Gray
-Kenzaburo Oé – Una cuestión personal
-Marguerite Dumas – El amante
-Hermann Broch – La muerte de Virgilio
-Saul Bellow – Herzog
-Julio Cortázar – Bestiario
-Jane Austen – Orgullo y prejuicio

Estas son las lecturas que tengo anotadas en un folio pegado a la pared de mi derecha, donde tacharé cada título al terminar. Al final del verano comprobaré si he llevado a cabo mis expectativas. He de decir dos cosas: primero, que en ningún momento seguiré el orden en que han sido escritos los títulos, sino que saltaré de un lado a otro, según el libro que me interese más en cada momento; y segundo, que esto no impide que se crucen otras lecturas como, de hecho, ya se me han cruzado: por una parte, libros que tengo en la recámara desde hace tiempo, libros prestados y libros que encontraré con cada vistazo a la lista grande que guardo en un buen documento, y por otra parte, las lecturas de literatura universal que entre mi amigo Gadi y yo abarcaremos a lo largo de estos meses. Espero cumplir mis expectativas de lecturas y embarcarme en un proyecto que desde hace unos meses tengo entre manos.


Jorge Andreu

viernes, 18 de junio de 2010

Elegía a José Saramago

Esta mañana, a las 12.30, ha muerto José Saramago, uno de mis escritores favoritos y el de muchos, único premio Nobel de literatura en lengua portuguesa de la historia, una pluma sensible hasta la médula. No he podido aguantar las palabras ni las lágrimas, y he escrito unos versos a modo de despedida. Como si sólo mereciera eso… Y aquí los dejo. Sé que no son gran cosa, pero por más pensamientos que guardaba mi cabeza, sólo esto he podido transcribir al papel.

Elegía a José Saramago

No sé cómo será mi biblioteca
después de este momento inesperado
que ha puesto sal en mi garganta seca:

la muerte de repente te ha llevado
cogido de su mano a la ribera,
y vas por el destino maniatado.

Ahogar mi grito en tus hombros quisiera
con toda mi amargura haciendo eco
alrededor de un monte, en la ladera.

Detrás de ese paisaje tengo un hueco
que se ha quedado esta tarde vacío,
y un nudo en la garganta, también seco.

Hoy llora hasta mi perra, porque el frío
penetra en nuestros huesos y las telas
tampoco nos curan del desvarío.

Enciendo por tu nombre estas dos velas
y estas palabras mando a un mensajero:
jamás me olvidaré de tus novelas.

Así sabrá la gente lo que quiero:
tenerte en mis recuerdos para siempre,
compañero del alma, compañero.




Jorge Andreu
Para José Saramago, in memoriam.

miércoles, 16 de junio de 2010

Monotonía de una tarde de estudio

Afuera el mundo ha dado una vuelta más. Aquí dentro no ha pasado el tiempo. El bolígrafo rueda desde arriba del montón de apuntes y en constante carrera llega hasta la orilla de la mesa, cuando mi mano, más atenta a su cauce que al contenido del temario, detiene su marcha y vuelve a colocarlo en la cima del monte para volver a su origen y principio. Libros de poesía se arrastran a mi derecha, novelas pendientes a mi izquierda, el ordenador en una esquina y este cuaderno en blanco que ocupa el eje central de la tarde y de la mesa. Sobre mi cabeza, un ventilador expande el aire caliente, sofoca mi concentración, seca mis ojos y me hace parpadear tras los cristales de las gafas de lectura.

«Manuel Rivas, escritor gallego nacido el 24 de octubre de 1957 en La Coruña, autor del libro ¿Qué me quieres, amor?, en cuyo núcleo —tres cuentos— se basó José Luis Cuerda en 1999 para proyectar una película sobre el inicio de la Guerra Civil Española en Galicia», leo mientras oigo el sonido de mi respiración entrecortada por la emoción de recordar aquella obra de arte y las ansias de libertad tan parecidas, ¡qué exageración!, a las de don Gregorio. ¡Quiero escribir, quiero componer una canción que me aísle de este momento!, me digo a mí mismo. Qué inocente, pensar que mañana seré libre y será entonces cuando no sepa organizar mi agenda, esa tan apretada lista de deberes personales cuyo incumplimiento será la base del verano. ¡Ojalá te equivoques!, me grito, pesimista de mí. Tengo que volver a la materia cinematográfica, repasar la literatura del siglo XX, analizar varias películas y prepararme para la tarde de mañana, pero, ¡ay!, se ha caído el bolígrafo. Lo recojo, lo coloco sobre la colina de información y vuelvo a atar los cabos de este círculo vicioso. «Salvador, película dirigida por Manuel Huerga en 2006»… Cansado, me preparo un café y dejo fluir la tarde y el peso del bolígrafo, maldito peso ligero.


Jorge Andreu

martes, 15 de junio de 2010

Por el boulevard de los sueños rotos

Nunca he hablado en este blog de mis canciones favoritas. Hoy va a ser el primer día. Ahora que por mi vida «pasan de largo los terremotos» y tengo lejos a una «gata valiente de piel de tigre», me acompaña esta letra, que es una de las mejores, para mi gusto, que ha escrito Joaquín Sabina. Ojalá los seísmos vuelvan a hacerme caso después de este jueves, cuando inicie una nueva vida.


domingo, 6 de junio de 2010

Alguien voló sobre el nido del cuco

—Randle, si es usted tan amable, dígame: ¿cree de veras que hay algo en su cabeza que no funciona bien?
—Nada, doctor. Me tengo por una maravilla de la ciencia moderna.


Hay un chiste con mucha gracia en boca de muchos, que habla de un alien y alude directamente al título de esta película. Es un juego de palabras. Y que luego desprecien los chistes de filólogos… en fin, es de locos.

De locos trata esta historia: Alguien voló sobre el nido del cuco, una película de 1975 dirigida por Miloš Forman, protagonizada por Jack Nicholson y basada en la novela homónima de Ken Kesey, que se escribió en 1959 y se publicó en 1962, para la cual el autor se basó en su experiencia como enfermero en un hospital psiquiátrico, donde estuvo obligado a tomar psicotrópicos.

Esta película obtuvo cinco Oscar: mejor película, mejor actor (Jack Nicholson), mejor actriz (Louise Fletcher), mejor director y mejor guión adaptado. Fue la primera en 41 años en conseguir las categorías máximas.

La novela es narrada por Gran Jefe, pero en la película no aparece esta voz narrativa; no obstante, ambas voces coinciden en el protagonismo de Randle Patrick McMurphy (Jack Nicholson). Éste ha sido condenado a prisión por cinco casos de estupro, pero parece tener problemas mentales, de manera que en lugar de ingresarlo en prisión lo integran en el hospital psiquiátrico para hacerle un estudio, pues piensan de él que sólo intenta comportarse como un loco a fin de evitar su presidio. En el hospital se encontrará con la enfermera Ratched (Louise Fletcher), una mujer seria, estricta, con la cual tendrá múltiples discusiones debido a su afán por ejercer su autoridad sobre los pacientes (se ha establecido una rutina de actividades y los enfermos deben cumplir obligatoriamente esos trabajos, uno de los cuales consiste en sentarse en círculo a hablar de sus problemas a modo de terapia psicológica). McMurphy enseguida entabla amistad con los enfermos del ala y organiza por su cuenta una serie de actividades que en muchos casos infringirán las normas de conducta.

He de decir que durante estas dos horas, pese a que he disfrutado bastante porque me ha parecido una gran película, me he agobiado por momentos, dadas las situaciones que se plantean, y más aún, debido al hecho de pensar que muchas de las acciones de estos enfermeros han sido realizadas de verdad. No quiero decir qué tipo de actos por si hay alguien que no haya visto la película, pero es un tema para reflexionar largo y tendido.

Estos locos, habría que decir, no están tan locos, no más que muchos de los que caminan por la calle sin preocupaciones. Con este tipo de frases el protagonista demuestra su cordura una y otra vez. Y más aún: con la cita que me ha servido para encabezar esta entrada. Una maravilla de la ciencia moderna. Como el tratamiento de los pacientes del momento. Claro.

sábado, 5 de junio de 2010

Mirada perdida

¿Por qué guardas tus ojos con los rizos
de rojo puro, transparente lino,
que caen desde tu frente en torbellino
hasta el borde de esos labios mestizos?

¿Por qué tus gritos pinchan como erizos
y enturbian mi riachuelo cristalino,
mientras por no cruzarte en mi camino
te alejas de mí con pasos huidizos?

No te sumerjas, niña, tras tu pelo,
déjame demostrarte que en el cielo
no es tan azul tu hermosa flor del arte.

O al menos déjame que me despida
de esa celeste mirada perdida.
Yo sólo pretendía contemplarte…


Jorge Andreu